El arte de la falacia

Por Ernesto Edwards

Filósofo y periodista

@FILOROCKER

Mentiras, sofismas, distorsión, relatos, posverdad, manipulación, doble discurso. Menú más o menos completo y abarcador de herramientas y recursos comunicacionales, siempre disponible y a la mano de cualquier político en actividad. A veces sofisticado, en ocasiones obvio y vulgar. Para el caso, lo mismo da. Sobre todo, porque lo que está a la base es la irrefrenable intención de engañar a partir de cómo se utilizan las palabras y se construyen los mensajes. Y la falacia, ya lo veremos, es todo un arte dominarla. Y va más allá del eventual marco epistemológico. De cualquier modo, desde algunas perspectivas como la de Paul Graham, quien expone en “Cómo discrepar” que si organizáramos una pirámide de la argumentación, la falacia (ad hominem, en este caso) estaría en el escalón inmediato superior al del insulto, que sería lo último y lo peor que se le puede proferir a un semejante. De ahí su naturaleza ofensiva. E inaceptable.

Ya lo planteaba Umberto Eco a lo largo de toda su obra como semiótico cuando, a la par de aceptar que el signo, como tal, participa de las dimensiones sintáctica y semántica, es decir la de las relaciones entre los signos, y entre los signos y sus significados, respectivamente, proponía que una tercera dimensión, la pragmática, era la que entablaban los signos con sus usuarios. Y que poder emitir el mensaje preciso que provoque el efecto deseado, requiere manejar ciertas estrategias comunicacionales. Para lo cual se requiere alguna formación. No bastan las intuiciones y las reacciones espontáneas. No es un ida y vuelta en un debate callejero. Que puede incluirlas, por cierto. Sobre todos las más comunes. Pero que va más allá. Aun los más encendidos monólogos con apariencia de improvisación conllevan la visualización e implementación de ciertos esquemas. Lo más lógico sería desplegar una secuencia lógica donde las premisas se vayan sosteniendo entre las mismas a partir de una coherencia y concatenación de ideas que posibiliten llegar a una conclusión lógica. Y comprensible. Pero en el afán de convencer, especialmente sobre aquellas cuestiones que no son tan digeribles y fáciles de aceptar (los políticos lo saben bien) se torna casi imprescindible apelar a las falacias. Por ello debemos estar prevenidos para detectarlas. No es para nada complicado. Bastan algunas pocas claves y recorrer mentalmente alguna que otra clasificación al respecto.

La falacia no es otra cosa que un argumento aparente, una inferencia no válida. Pero argumento o inferencia al fin. No caben en esta definición meros enunciados. Por ello, debemos clasificar a las falacias en falacias formales y falacias no formales. Ya veremos, cómo, además, puede incurrirse en afirmaciones verdaderamente absurdas, pero con apariencia de verdad. Que quede establecido que quien pretende que su argumentación tenga apariencia de validez en sus conclusiones, está apelando a una falacia. Y que los sofismas, a los que siempre se intenta diferenciar de las falacias por cuestiones de innegable intencionalidad de engaño, no son distintos a lo que veremos son las mismas.

En el contexto de la política no hay grandes posibilidades de error o confusión. Se busca convencer, demostrar, aunque se bordeen límites inadmisibles. Que bien puede irse a la par de cautivar y seducir por características propias, carismáticas (o histéricas) del emisor.

Antes mencionaba las falacias formales y no formales. Las primeras son las inferencias no válidas por su forma, ya que teniendo un esquema similar al de las argumentaciones deductivamente válidas, es fácil creer que lo son al no prestar la debida atención. De todos modos, reconozcamos que no son las más empleadas por el desacreditado sector político. De las que ellos llegan a especializarse son de las falacias no formales. Y su grado de éxito dependerá de la formación de su auditorio. A menor capacidad, mayor facilidad para embaucarlos.

Es justo señalar que fue Aristóteles, el ateniense director del Liceo, quien primero abordó la cuestión de las falacias no formales al escribir “Sobre las refutaciones sofísticas”. La tradición filosófica las ha ordenado en falacias de ambigüedad y falacias materiales. Las primeras son argumentos deductivos con apariencia de verdad, pero que no lo son al haber introducido una alteración de significado en alguno de sus términos. Las otras, las materiales, aparecen por una desatención al mensaje que se recibe. Y estas son las que no deberíamos dejar pasar. Sobre todo porque son fáciles de descubrir.

Podremos encontrar numerosas clasificaciones de las falacias, que varían según cada autor. Pero hay coincidencias generales. Dentro de las falacias materiales pueden diferenciarse de dos tipos. Las falacias de datos insuficientes y las falacias de pertinencia. Las primeras son argumentos inductivos incorrectos. Las segundas, argumentos que tienen premisas no pertinentes para su conclusión. De esta primera clasificación, es decir de la materiales de pertinencia, para entenderlas recordemos que la premisa debe cumplir la función de aportar información adecuada para poder afirmar la verdad de su conclusión. En las que estamos comenzando a abordar, la información de las premisas no es pertinente para la conclusión arribada. Aunque no lo parezca. Vayamos a un recorrido de las mismas, apuntando a las más utilizadas, y veremos cómo reconocemos a la mayoría de ellas aplicadas a situaciones cotidianas del discurso político.

Falacia ad hominem

Es el típico, reiterado y generalmente persuasivo argumento dirigido contra alguien, que en vez de apuntar al contenido de las premisas, se direcciona a desacreditar a quien las sostiene. Puede ser ad hominem ofensiva, dirigida personalmente al emisor, y ad hominem circunstancial, que tiene que ver a elementos contextuales reprochables, que bien podrían ser temporales. Un ejemplo de la ofensiva sería: Mauricio Macri no puede hablar de honestidad política cuando él estuvo vinculado con los Panamá Papers. Un disparate a todas luces, que no repara en qué terminaron esas acusaciones, pero que resulta efectivo y contundente para el sector opositor al oficialismo argentino. Se apunta así a desvalorizar por la pertenencia ideológica, racial, religiosa o profesional de cada persona, y hacer pasar esta operación como si fuera una refutación válida e incuestionable. La falacia ad hominem circunstancial se vincula con el supuesto descubrimiento de algún interés especial del emisor por alguna cuestión particular, lo cual desacreditaría cualquier afirmación en torno a ese tema puntual. Vaya como ejemplo decir que alguien no pueda pensar (y enunciarlo), y ser creíble, que el Che Guevara fue un impiadoso asesino por el hecho de que quien lo dice no suscribe a una ideología de izquierda.

Falacia ad baculum

Alude a las argumentaciones que apelan al poder de alguien para establecer la veracidad de la conclusión. Se efectúa proponiendo una premisa que el interlocutor no está inicialmente inclinado a aceptar, pero como quien lo propone tiene cierto poder, autoridad o influencia, resulta una presión dirigida a su aceptación. Es como cuando un católico tiene dudas acerca de determinada doctrina, hasta que el Papa Francisco las despeja expidiéndose sobre el tema. Y se convierte en creencia autorizada.

Falacia ad populum

Como su nombre lo anticipa, esta falacia está dirigida “al pueblo”. Es decir, a un conjunto de personas al que se busca provocarle emociones y sentimientos, exponiendo circunstancias reales o inventadas, que direccionen sus reacciones hacia la propuesta o intereses del afirmante. No hace falta aclarar que quienes realizan estas maniobras se destacan por su demagogia populista. Cabe agregar que si esta falacia apunta a provocar lástima se la denomina ad misericordiam.

Falacia ad verecundiam

Muy próxima a la ad baculum, también apela a la autoridad de la referencia, pero extrapolado de su campo específico. Es como decir “lo mejor que le puede pasar al país en materia de política social es votando a fulanito”, y que quien lo diga sea, por ejemplo, Lionel Messi. Y uno se preguntaría: ¿qué puede saber Messi, además de ser una gran jugador de fútbol, acerca de determinados lineamientos políticos? Bueno, esa es la respuesta.

Falacia ad ignorantiam

Este también es un caso para incautos. Si estamos prevenidos nadie que diga “No hay prueba de que tal cosa es falsa (o verdadera). Por tanto, tal cosa es verdadera (o falsa)”. Tan básico o elemental como eso. Si hasta parece el contenido de un dogma religioso. Y nunca un discurso que pueda ser convincente. Pero sucede.

Falacia del tu quoque

Una de las preferidas de Cristina Fernández. Cercana a la ad hominem, la traduciríamos como “vos también”. Es cuando respondemos de tal forma a un acusador. Sería parecido a decir (no me consta) “los Kirchner se robaron todo”, y que desde ese sector político contestaran (otra vez): “pero Mauricio Macri estuvo implicado en los Panamá Papers”. Cuando en realidad esta segunda afirmación, aún si fuera cierta, no demuestra la falsedad de lo expresado por el primer participante del diálogo.

Dentro de las falacias materiales, vistas ya las de pertinencia, corresponde pasar a las falacias de los datos insuficientes, que comprenden a las que utilizan generalizaciones incompletas, y que pueden ser por generalización inadecuada, por falsa prueba o por falsa causa.

El listado sería extenso. Pero la ambigüedad intencional frente a la que nos colocan, exhibe toda la inmoralidad propia de sofistas que quieren convencernos aún de aquello que es evidente y brilla por su falsedad. Las recientes PASO dieron mucha tela para cortar. La afirmación “En Buenos Aires ganó Cristina” hace que nos preguntemos: ¿ganó qué? Si las elecciones recién serán el domingo 22 de octubre. El lunes 23 hablamos. Total que ya sabemos, aunque no es seguro, que el más hábil para el arte de la falacia será el que tenga mejores posibilidades. Generalmente sucedió así. La historia contemporánea argentina inequívocamente lo demuestra. Y no es porque lo diga yo. De ese modo, la viuda de Kirchner, una especialista en el arte de la falacia (ahora obligada por la necesidad a dar entrevistas), en su reelección presidencial, consiguió que un 54% del electorado le creyera. Hoy, con los votantes advertidos, sólo los interesados, los fanáticos o los que no tengan formación para percibirlo, serían las únicas víctimas de un nuevo engaño. Quedan avisados.

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