“House of Cards”, Filosofía y políticos

Por Ernesto Edwards

Filósofo – periodista

@FILOROCKER

Frank Underwood, el personaje protagónico de “House of Cards”, encarna todo lo peor de los políticos, y también aquello que los mismos, en su mayoría, desearían ser

Finalizando mayo se estrenó una nueva entrega de “House of Cards” por la ya mundialmente popularísima plataforma virtual Netflix, con la quinta temporada (y tal vez la penúltima) de esta exitosa y multipremiada serie, y seguramente, a los fines de su comprensión e interpretación, corresponde recordar los puntos de conexión de la misma con algunos desarrollos filosóficos con los que se emparenta. Además, considerar que la interpretación de la realidad a través de objetos culturales como las series televisivas posibilita una aproximación directa a contenidos que de otro modo sería más arduo y complejo.

En primer lugar, se trata de la historia de Frank Underwood, un villano extrañamente atractivo, cínico, brillante, psicópata, despiadado, perverso, desleal e irredento, y extremadamente obsesionado por el poder, que como singular antihéroe convierte en cómplices a sus espectadores, que aunque cueste creerlo terminan empatizando con él. Modesto sureño con formación militar y jurídica (en la prestigiosa Harvard), primero legislador de su estado, luego jefe de bancada del azul Partido Demócrata (tras no serle cumplida la promesa de convertirlo en Secretario de Estado), después vicepresidente, y, finalmente, tras hábil jugada (armando un juicio político de inevitable desenlace), el 46° presidente estadounidense ¡sin que nadie lo haya realmente votado! En el medio, para lograrlo, no tendrá límites en su accionar: manipulará, sobornará, amenazará, extorsionará, asesinará. Siempre impunemente. Junto a su bella, madura y fría esposa conforma una sociedad a prueba de todo. No importarán infidelidades (que en el fondo no lo son), juegos homosexuales, desplantes ni postergaciones. Decidieron, incluso, no tener hijos para que no aparezcan distracciones que consideran innecesarias. Así, irán perfeccionando una dinámica focalizada en una ambición irrefrenable por un poder supremo llevado al extremo, y su consecuente necesidad de controlar. Ella primero jugará a benefactora en una ONG, pero luego querrá, también, más espacio y poder, como se vio en las sucesivas sesiones.

Son numerosos y diversos los elementos de filosofía política que aparecen en el sustrato argumental de “House of cards”, significando una recorrida por toda su historia. Desde el milenario general chino Sun Tzú, quien con “El arte de la guerra” divulgó refinadas estrategias militares aplicables al campo de batalla, que luego se trasladaron al ámbito político, ya en la occidental Grecia clásica hasta el siglo de Pericles, en el que Sócrates y su método le harán frente a los sofistas enseñando el “doble discurso”. Su discípulo Platón sembrará algunas semillas en “La República”. Lo propio hará Aristóteles con su “Política” y el arte de gobernar una polis.

Nicolás Maquiavelo, con “El Príncipe”, revela que el poder no se trata solamente de fuerza, sino de vínculo y seducción. Y de esa interpretación de que para el florentino el fin justifica los medios, gobernando para conservar el poder, soslayando en su estrategia todo lo relativo a lo moral y religioso, obrando incluso en su contra, de ser necesario.

Thomas Hobbes nunca dudó de que “el hombre es el lobo del hombre”. Para Alexis de Tocqueville, en “La democracia en América”, la libertad política es un bien a concretar en todo momento en las sociedades democráticas, y que el ciudadano necesita del Estado para desarrollarse como tal.

Karl Marx con “El Capital” y Friedrich Nietzsche con su idea del superhombre también aparecen en el recorrido de “House of Cards”.

Ya contemporáneo, Michel Foucault establece que las relaciones de poder son invisibles, y que el deseo popular puede manipularse a través de publicitar los valores hegemónicos.

Hannah Arendt, con “La condición humana”, anticipó la dirección de la humanidad, proponiendo pensar en nuestras acciones, evitando totalitarismos al ejercer la capacidad de ser libres. Aunque siempre existirá el riesgo.

Infaltable el inspirador de Néstor Kirchner y su viuda, Ernesto Laclau, que con su dialéctica amigo – enemigo, permanentemente se hace presente a lo largo de todo el proceso argumental de la serie.

Al igual que para los grandes estrategas de la historia, Underwood plantea su praxis política como si todo fuese una gran partida de ajedrez, buscando prever cada jugada y movimiento del otro, anticipándose, minuciosamente. Y con ese recurso narrativo de derrumbar “la cuarta pared”, mezcla de Chéjov y Woody Allen, el espectador comparte y se involucra con su juego, generando intriga, tensión y expectativa, similares a las del protagonista. Su ambigua e inquieta sexualidad es apenas una herramienta más, o tan sólo un momentáneo desahogo. Con una flexibilidad moral que se adapta según cada cambiante circunstancia. Imperdibles los momentos en los que decide asesinar a su delfín político y a la joven periodista que es su amante, a punto de traicionarlo. Y todo de modo imperturbable.

Manteniendo giros clásicos, como si fuera Hamlet con la shakespereana escena frente a la tumba de su padre, siendo ya presidente, “House of Cards” remite a “Juego de Tronos” pero trasladado a la rigurosa actualidad. Y lo que parece grave: los personajes honestos, los incorruptibles, son los recurrentes perdedores en esta historia.

Un par de reveladores diálogos entre los esposos presidenciales:

– Somos unos asesinos.

– No, somos unos sobrevivientes.

– Estoy arrepentido de haberte hecho embajadora en la ONU

– Y yo estoy arrepentida de haberte hecho Presidente de los Estados Unidos.

Así son. Así piensan. Así actúan.

Y esta frase que describe a Frank: “Todo tiene que ver con sexo, menos el sexo, que tiene que ver con el poder”, citándolo a Oscar Wilde.

La cuarta temporada nos había dejado un inicio con la ya casi indestructible pareja… ¡separada! Pero la culminaron juntos y “empoderados” al extremo. Ambientada en 2016, se venían las definitorias elecciones de noviembre, con una fórmula presidencial que parecerá imbatible: Underwood – Underwood. En el medio quedarán momentáneamente atrás traiciones y distanciamientos, que incluía a Claire Underwood decidida a cortarse sola y presentarse a primarias ella misma como presidenciable. Todo sea por esa enfermedad que los corroe, con forma de poder ilimitado. Consideremos que para el estadounidense medio una salida política tal, teñida de manifiesto nepotismo, no se compatibiliza demasiado con sus tradiciones y valores. Por si algo le faltaba a la temporada, a los fines dramáticos, el guardaespaldas presidencial es asesinado, en su afán de proteger a Frank Underwood en un atentado que casi le cuesta la vida a manos de un exnovio de alguien asesinada personalmente por el ahora presidente. La balacera sufrida le demandará a Frank un transplante de hígado incluido, para lo que falsearán la lista de espera nacional. Por si todo parecía hecho, Claire provocará, sedantes mediante, la muerte de su madre, y comenzará un romance con el reciente biógrafo oficial del presidente, vínculo que será no sólo avalado por su esposo, sino también compartido, pasando de ahí en más noches de desenfreno juntos en la Casa Blanca.

Pero no todo será sencillo en la carrera por la elección presidencial. El opositor Partido Republicano instalará su candidato en la figura de un joven gobernador que parece tener todos los ingredientes y condimentos para finalmente expulsarlos de Washington D.C. Su popularidad irá creciendo tanto, y provocará tanta inquietud en los Underwood que Frank decidirá, buscando remontar su caída de imagen con una descabellada guerra contra el ICO, un enemigo fundamentalista musulmán que por entonces no se planteaba ninguna confrontación de ese tipo. Los detalles de cómo lo consiguió mostrarán que sus límites ya son inexistentes, con una evitable muerte de rehén en el mostrador. De tal modo, aunque no parezca, Underwood será el principal peligrosísimo terrorista que tendrá todo el pueblo estadounidense. Y ello, en plena recta final eleccionaria.

Y lo contado, para un comienzo de quinta temporada, que a los fines de que no pierda interés verla, sólo corresponde adelantar algunas pocas cuestiones. El candidato republicano, el aún joven y exitoso gobernador, también tiene algo que ocultar de su pasado. Y no faltarán los típicos carpetazos ni los recursos in extremis. Todo vale para llegar al 20 de enero de 2017, día en el que se espera se dé el habitual recambio, ese que sucede cada cuatro años. Pero siempre quedarán recursos para seguir amañando todo.

Una traducción posible de “house of cards” sería “castillo de naipes”. Y como tal, como siempre sucede en la agitada vida política, todo puede llegar a derrumbarse. Aún así, muchos políticos seguirán soñando secretamente con ser, alguna vez, una especie de Frank Underwood, este villano que a la par de ser un amante de los videojuegos y del diseño de sus propios soldados de juguete, es quien la mayoría de los espectadores espera ver triunfar. Como sucede en algunos electorados que se acostumbraron durante años a políticos inescrupulosos intentar eternizarse. No es por el dinero, ni son los lujos ni las grandes posesiones. Sólo aman el poder. Y un Kevin Spacey memorable que junto a una acertada Robin Wright convencen a casi todos de que el matrimonio presidencial Underwood no conforma personajes televisivos. Son reales. O pueden serlo. O tal vez ya lo han sido en nuestro país. Que cada uno saque sus propias conclusiones. La historia democrática es muy reciente como para no ver similitudes.

 

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