Londres con ele de Libertad

Por Garret Edwards

Director de Investigaciones Jurídicas de Fundación Libertad

@GarretEdwards 

 

El miércoles 22 de marzo de 2017 volvió a paralizarse el mundo al enterarse del ataque terrorista sucedido en el Reino Unido. Más precisamente, en la zona del barrio de Westminster donde confluyen el Parlamento, el Big Ben, el Puente y la Abadía homónima. Un lugar turístico antonomásico, e intrínsecamente relacionado con la democracia. El culpable: un ciudadano británico de nombre Khalid Masood, que con un vehículo automotor fue atropellando gente a diestra y siniestra a lo largo y ancho del famoso puente, para luego apearse del mismo e intentar acuchillar a más transeúntes. Fue abatido en el momento, y el resto es historia pública.

Una situación que provocó, y aún provoca, una zozobra increíble, junto a sentimientos de pesar y piedad por todas las víctimas del brutal evento. Desasosiego, bronca, enfado, impotencia. Todas sensaciones que se agolpan a borbotones, unas detrás de las otras, ante un hecho como éste. Un terrorismo islamista radicalizado que avanza más y más, sin saberse a ciencia cierta hasta dónde dejará de tensarse el cable para pasar a romperse.

Y a lo largo de las horas y días subsiguientes se barajaron miles de teoría, al mismo tiempo que se detenía gente sospechosa y luego se la liberaba sin presentar imputaciones de ningún tipo. Asimismo, se utilizaron dos conceptos que, hoy por hoy, parecen ser de lo más útiles y apropiados para repensar esta posmodernidad líquida: el de lobos solitarios y el de terrorismo “low cost” o de bajo costo.

Por un lado, se torna más dificultoso saber quién atacará porque muchos de los potenciales atacantes actúan de manera separada, sin vincularse con células terroristas, y sin hacer mención alguna de lo que piensan realizar en el futuro. Del otro lado, un terrorismo que utiliza elementos que están al alcance de todos, y que, de buenas a primeras, no parecen ser armas en sí mismas.

Ante estas problemáticas, la comunidad internacional viene ensayando respuestas desde hace largos años, mientras el tablero y las piezas siguen moviéndose en eternos devaneos. Algunas un poco más tibias, otras un poco más extremas. Siempre pendulando de un lado al otro, sin encontrar el justo medio, generando que en Europa y en Estados Unidos surjan -o resurjan- movimientos de corte populista y nacionalista, como los encabezados por Donald Trump y Marine Le Pen.

¿Qué se pone en juego en todo esto? Se nos pone en jaque frente a un macabro juego de tira y afloje entre dos valores, el de libertad y el de seguridad. ¿Estamos dispuestos a entregar más libertades para estar más seguros? ¿Realmente estaremos más seguros si cedemos parte de lo que por derecho nos corresponde? Inquietudes que desde tiempos prácticamente inmemoriales giran en derredor nuestro, sin respuestas absolutas. Aunque pusiésemos una cámara en cada esquina, y nos controlasen todas nuestras comunicaciones, ¿verdaderamente eso eliminaría este problema?

El genial Adam Smith señalaba hace ya varios siglos que hay sucesos con los que empatizamos más, y también los hay aquellos con los que empatizamos menos. Una cuestión meramente descriptiva, y no de carácter axiológico. Lo que sí queda claro es que ésta es una lucha por la libertad, una en la que parece ser que no vamos ganando, sin que quede demasiado claro cuál es el camino a seguir. Quizá, como dicen por ahí, el precio de la Libertad sea su eterna vigilancia.

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