Resiliencia y educación: Enseñar habilidades para la vida

La escuela se encuentra interpelada por múltiples demandas. Pero, ¿para qué sirve una escuela que no enseña a vivir?

Por Mag. Alicia Pintus / Filósofa y educadora / @AliciaPintus

Circunstancias excepcionales promueven que examinemos aquello que dábamos por obvio o que se había naturalizado sin inquietarnos. Ahora no parece sencillo continuar eludiendo lo que se solapaba en rutinas y normalidades tranquilizadoras. Es imperativo interrogarse por el sentido de la educación en estos tiempos revueltos por la pandemia.

¿Cuál debe ser la tarea sustantiva de la escuela para afrontar los desafíos del futuro? De la clarificación de esos grandes fines, habrá que enhebrar la coherencia que enlace los grandes propósitos con los distintos niveles de concreción del curriculum escolar, para que la escuela no quede obsoleta frente a los desafíos que tiene por delante.

En 1995, Flavio Cianciarulo de Los Fabulosos Cadillacs, denunciaba en “Mal Bicho” a la institución educativa como un lugar de transmisión de conocimientos memorísticos que olvidaba lo esencial: “En la escuela nos enseñan a memorizar fechas de batallas. Pero qué poco nos enseñan de Amor”. El pasado año tuvimos oportunidad de comprender que contenidos conceptuales -información y hechos- no alcanzaban para sortear exitosamente una crisis global, sino que la escuela tendría que haberse centrado más en el desarrollo de procedimientos y habilidades intelectuales, indisolublemente ligadas a competencias socioemocionales.

La información puede estar cómodamente disponible en la web. Pero la capacidad para seleccionar, interpretar, analizar, sintetizar, razonar, argumentar, extrapolar, aplicar, y juzgar críticamente, entre otras, es algo que debemos aprender, que puede y deber ser enseñado. Debe aprenderse cómo acceder a la información disponible y cómo procesarla, para tomar decisiones en orden al tratamiento pragmático de esos conocimientos.

Sin embargo, no son las únicas habilidades que deberían estar incluidas en el currículum escolar. Sin dudas, competencias y procedimientos no pueden no ir a la par de la enseñanza de contenidos académicos. Pero sabemos que la dimensión emocional está indisolublemente ligada al desarrollo de la dimensión cognitiva de los sujetos, y por tanto es un factor clave en el aprendizaje.

La Educación Emocional incluye un conjunto de saberes y prácticas tendientes a desarrollar una adecuada gestión de las emociones, a través del aprendizaje de competencias y habilidades socioemocionales. De este modo se espera que las personas puedan afrontar mejor los desafíos cotidianos, tanto de la vida social como personal, con el fin de contribuir al logro del bienestar individual y colectivo. Aporta a los procesos educativos una mejora general e integral porque posibilita las relaciones interpersonales más armónicas y una comunicación más asertiva.

Entre ese conjunto de competencias y habilidades socioemocionales podemos mencionar dos grandes grupos: a) relativas al conocimiento de sí mismo -autoconocimiento- y de las propias emociones, como base del autocontrol, la autorregulación y la autonomía. Todo aportando a la consolidación de una ajustada autoestima, un juicio equilibrado de sí mismo, que valore las características positivas y reconozca las debilidades que se podrían mejorar; b) relativas a las relaciones interpersonales, o “habilidades de vida”, como las habilidades para el diálogo y la comunicación asertiva, la capacidad para afrontar las situaciones de conflicto desde una actitud flexible y abierta, herramientas para gestionar el estrés y las emociones negativas -como la ira y el enojo- y la resiliencia, para superar las frustraciones y salir fortalecidos.

Si bien todas son importantes, y hacen a la construcción de una personalidad armónica y equilibrada, la resiliencia es una habilidad que se ha puesto de manifiesto frente a las dificultades planetarias que ha provocado la pandemia. Es, además, una habilidad socioemocional que es soporte de las demás.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, resiliencia refiere a: “1) Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido; 2) Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o a un estado o situación adversos.

Es un término relativamente nuevo para las Humanidades, pero con un alto nivel de difusión, cuya etimología viene del latín “resilio”, que significa saltar hacia atrás, volver saltando, rebotar, resaltar, volver de un salto, volver atrás, figurativamente replegarse, desviarse. Ha sido utilizado en diferentes campos disciplinares. En las Ingenierías, Metalurgia y en la Física, refiere a la característica de algunos materiales que recuperan su estructura interna, luego de haberse contraído o dilatado, o a la elasticidad de los mismos.

Luego se ha trasladado a la Sociología, Ecología, Derecho y Psicología, donde se la resiliencia refiere a la capacidad de los sujetos para salir fortalecidos de las situaciones adversas.

La resiliencia es proceso y resultado. Implica: estabilidad, recuperación y transformación. Es estabilidad y resistencia para afrontar las arrmetidas de las adversidades, mantiendo la integridad.  Es recuperación, que significa volver al estado original, pero mejorados. Es transformación porque es salir fortalecidos de los contextos negativos. No es solamente un mecanismo defensivo, de protección de los daños, sino un estímulo para transformarlo y transformarse positivamente, constitiuyéndolo en oportunidad de aprendizaje.

Sabemos que no necesariamente un contexto desfavorable condiciona negativamente a un sujeto, impidiéndole una vida plena. Muchas biografías de personas reales, que han crecido en contextos altamente vulnerables han mostrado esa capacidad de resiliencia para superar obstáculos y adversidad. Son personas que en vez de frustrarse y resignarse a una vida sin opciones, se han sobrepuesto exitosamente, logrando una existencia feliz y plena.

¿Qué cosas pueden surgir del dolor y la adversidad? Para algunos será el punto de partida de un intinerario de infortunios y desgracias. Para otros, será la ocasión para reinventarse. Algunos se dejarán determinar por esas marcas originarias, mientras otros elegirán la imagen del Ave Fenix o de la flor de loto. Uno que renace de sus cenizas, la otra que sobrevive en el pantano sin perder su pureza. Cada individuo humano responderá según su actitud de vida o esa capacidad a la que llamamos “resiliencia”.

El fracaso escolar en todas sus formas, la violencia escolar y otros conflictos propios del ámbito educativo son emergentes que demandan una intervención pedagógica que no se limite a los tradicionales contenidos disciplinares, sino que incorpore como prioritarios, la enseñanza de aprendizajes más integrales como la Educación Emocional, en especial de la Resiliencia, para el bienestar personal, que se trasladará a la optimización de las trayectorias académicas de niños, niñas y adolescentes. Los estudiantes necesitan una “alfabetización emocional”, tanto o más que una “alfabetización tecnológica”.

La resiliencia es una herramienta fundamental para alcanzar el bienestar y la posibilidad de un desarrollo pleno. Para construir la resiliencia en los educandos es necesario promover la instrospección, la confianza en sí mismos, la independencia, la capacidad de relacionarse armónicamente, la iniciativa, la creatividad, los valores y el sentido del humor. Todo esto, a través de: enriquecer los vínculos sociales;  fijar límites respetuosos, firmes y claros; brindar apoyo y afecto; establecer y transmitir expectativas elevadas; generar oportunidades de participación significativa y enseñar habilidades para la vida (HENDERSON Y MILSTEIN, 2003).

La construcción de la resiliencia en los estudiantes requiere del diseño de dispositivos de enseñanza sistemática, con estrategias didácticas específicas, y todo ello acompañado de la coherencia del sentir, pensar, decir y actuar de los docentes que quieren contribuir a desarrollarla. Se precisa que los docentes que sean capaces de llevar a cabo un liderazgo de sus propias emociones para poder enseñar integralmente a los estudiantes, y hacerlo vivencial y experiencialmente.

La resiliencia puede ser una capacidad de individuos, grupos, organizaciones y comunidades. Se aprende en contacto con educadores y escuelas resilientes, que consideran que el error y los obstáculos son oportunidades de cambio y de mejora, en suma de aprendizaje. Errores que no sólo no deben ser negados o rechazados, sino que hay que resignificarlos, como emergentes una posibilidad de transformación positiva.

Como un himno a la resiliencia, podemos cantar con Litto Nebbia: “Yo no permito que me impidan seguir, yo los invito a que me vean seguir. Y si lo intento es porque estoy convencido  que para lograr algo hay que insistir”. Eso, necesitamos: instituciones, docentes y estudiantes que se digan a diario, absolutamente persuadidos, que nadie puede detenerlos en la consecución de sus metas.

Comentarios