Nueve Puntos para un Cambio (Político)

Por Ernesto G. Edwards

Filósofo y periodista

@FILOROCKER

 

 

 

Paul Watzlawic, en su libro “Cambio. Formación y solución de los problemas humanos”, proponía solucionar un juego que sería conocido como el problema de los 9 puntos. El mismo consistía en cubrir con un trazo continuo de 4 rectas un conjunto de 9 puntos ordenados en 3 líneas de 3 puntos cada una. Algo que en principio parece sencillo y fácil. Hasta que vamos viendo, de acuerdo a los estereotipos (que damos por seguros y supuestos) con que nos manejamos, que se va convirtiendo en una misión imposible. Siempre nos quedará suelto un punto, presentándose como necesaria una línea recta más. Ya no alcanzará con cuatro. Y parecerá una situación en la que no nos queda una salida para resolverla. Para ello necesitaremos un cambio. Un cambio del cambio. Es decir, un metacambio. Algo que en el plano de lo teórico, en el marco de un sistema, parece comprensible, pero que aplicado al contexto de lo concreto, de la imprevisible vida real, ofrece dificultades de diverso calibre. Especialmente cuando todo parece depender de salirse de las reglas iniciales de un juego. Y para llegar a ello descubriremos entonces que hay dos tipos de cambio. El que tiene lugar dentro de un sistema (“cambio 1”), y el que llega para modificarlo (“cambio 2”). Si no llegáramos nunca al cambio 2 estaríamos en un juego sinfín, en un loop interminable destinado al hastío y el fracaso. Volviendo a los 9 puntos, si por imperio de leyes gestálticas, como la de Pregnancia, los percibimos como un cuadrado, estaremos condicionando nuestras acciones en torno a cubrir los puntos con sólo cuatro líneas. Y todo puede convertirse en un callejón cerrado.

Sabemos que necesitaremos soluciones creativas para problemas concretos, y aún para aquellos laberintos existenciales que nos abruman de cuando en cuando. A veces la ayuda, a modo de una interpretación u orientación para la acción, sólo puede llegar de afuera, desde una visión desligada de las emociones perturbadas por un conflicto. Pero también pueden arribar desde dentro. Con aquello que se denomina insight, que no es otra cosa que un repentino cambio interno en la percepción y en la conducta toda, que permite “ver” algo de una manera alterada, con fines a su solución. Emparentado con la creatividad. Con eso que llamamos inspiración, para hacer encajar piezas de un rompecabezas que los demás no imaginan.

Respecto de esto, tenemos aportes diversos desde campos diferentes. Ya lo decía Marcel Proust: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes sino en poder mirar con nuevos ojos”. Pero también lo postulaba el epistemólogo Thomas Kuhn, que en “La estructura de las revoluciones científicas” anticipaba cómo los cambios y avances, y las revoluciones, requieren la modificación de paradigmas, entendidos como aquellas nociones a las que se llega por consenso dentro de una comunidad científica. El objetivo, claramente, es establecer un nuevo paradigma que dé respuestas satisfactorias a los nuevos requerimientos.

“No importa el problema, no importa la solución…”, cantaba Andrés Calamaro, y en su contexto rockero parecía tener razón. Siendo tal vez irresponsable e imprudente. O demasiado audaz. Pero es obvio que no aplica a todas las circunstancias de la vida. Una cosa es ponerle empuje y actitud combativa sin importar los resultados, y otra es la necesidad de abordar un problema que imperiosamente debe ser resuelto, de la manera más racional y desarrollando una secuencia lógica. Sólo que en muchos casos aparecerá la contingencia de tener que descubrir, transitar o concebir caminos alternativos. De ahí la profundidad del recordado “El camino no tomado” (1920), de Robert Frost, quien aportó, a comienzos del siglo XX, con un polisémico y metafórico poema, su visión acerca de la vida y sus oportunidades. Y todo lo que ello connota en cuanto a posibilidades y proyectos, especialmente en aquellos momentos en que todo parece una noche muy oscura. Clásico y sugerente, inspiró a varias generaciones, narrando: Dos caminos divergían en un bosque amarillo, y estuve desolado porque no podría recorrer ambos, y siendo un único viajero, largo tiempo estuve detenido. Y mirando uno de ellos tan lejos como pude, hasta donde se perdía en la espesura. Entonces tomé el otro, según las reglas, y habiendo tenido quizás la elección acertada, pues era denso y agradable de caminar; aunque en cuanto a lo que vi allí era lo mismo haber elegido cualquiera de los dos. Y ambos, esa mañana, se tendían igualmente,y ninguna pisada todavía los había arruinado. ¡Oh, había guardado aquel primero para otro día! Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante, dudé acerca de si debía haber regresado sobre mis pasos. Debo estar diciendo esto con un suspiro que en alguna parte envejece y hace envejecer: dos caminos se bifurcaban en un bosque, y yo… yo tomé el menos transitado, y eso ha hecho toda la diferencia”.

Sobre las decisiones que marcarán nuestra vida nunca podemos estar completamente seguros de haber tomado la mejor, hasta pasado cierto tiempo. A veces demasiado. Siempre nos quedará la duda de si emprendimos el camino más adecuado, el más conveniente para nuestro futuro. Permanentemente estará el interrogante existencial respecto de qué habría sucedido si hubiéramos elegido la otra opción. O qué rumbo distinto hubieran seguido nuestras cosas. Difícil saberlo. La cuestión, podría pensarse, es no apresurarse, esperar a que pase la descompensación interior, y decidir libremente. Para poder evitar un camino sin salidas, que cierre definitivamente otros caminos. Es tratar de ver más allá del primer árbol, la primera piedra, la primera curva, el primer anochecer. Y que ello marque toda la gran diferencia en la senda que nos toca recorrer. Marcando el contraste entre el éxito o el fracaso. Algo que, cada uno desde su lugar y despojado de narcisismos, podrá ver, desdoblándose, para el destino de los otros, aun tomando también, con este enfoque, el camino menos transitado. Quizás como pensaba Chizzo Nápoli (de La Renga), algunos buscamos ese “Caminito al costado del mundo” que nos pueda redimir y salvar. Porque tenemos eso que se llama esperanza. Y la vocación de continuar intentando.

Muchas veces, ante situaciones insatisfactorias, se dice que si seguimos haciendo las mismas cosas, obtendremos los mismos resultados. Y nos preguntamos por qué. La respuesta es porque seguimos con los mismos procedimientos. Y si a estos resultados buscamos cambiarlos, deberemos cambiar, tal vez, los instrumentos que utilizamos pero, imprescindiblemente, el modo de hacerlo.

En este punto la analogía con la política, y su particular universo, es inevitable. A finales de 2015 se votó por un Cambio, luego de una década de desaciertos y desatinos. Y todo cambio, para que culmine siendo efectivo y exitoso, requiere de un proceso y de una necesaria secuencia. Y de no saltearse pasos. Se trata de una evolución. De otra manera sería una revolución. Y no parece ser ese el modo. Por ahora, siguiendo a Watzlawick, queda claro que en numerosos aspectos estamos en modo de cambio 1. Será cuestión de que no lleguemos a esa paradoja de di Lampedusa de que algo cambie para que nada cambie. Y que el actual gobierno argentino puede argumentar sólidamente que pasó del Cambiemos al Cambiamos. Veremos.

 

 

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