La biotecnología representa unos 75 millones de dólares anuales

Desde la década del ‘80, el Instituto de Microbiología y Zoología Agrícola del INTA –Buenos Aires– estudia las implicancias del control microbiano de plagas, base para la creación de bioinsumos e inoculantes. Formado por una comunidad de 90 profesionales y técnicos, el organismo motorizó la síntesis del primer biofungicida nacional aplicable a cultivos de invierno, la transferencia de un biolarvicida contra el mosquito transmisor del dengue y una versión inédita de inoculantes para soja en forma líquida.

“En la Argentina, la industria de los bioproductos destinados a la agricultura tiene un gran desarrollo así como en los Estados Unidos y Brasil”, aseguró Adolfo Cerioni, coordinador nacional de Vinculación Tecnológica del INTA, quien además destacó el liderazgo del instituto en el desarrollo de este tipo de insumos.

Actualmente, según especificó Roberto Lecuona, director del Instituto de Microbiología y Zoología Agrícola (IMyZA), la entidad tiene 18 productos en desarrollo para el control de distintos artrópodos, plagas y enfermedades que lo posiciona como un “precursor en la investigación de bioinsumos a partir de su trabajo en el control biológico y microbiano”.

“Los adelantos científicos deben ser ‘bajados a la realidad’ para que el sector agropecuario pueda aprovecharlos”, indicó el especialista, al tiempo que agregó: “De nada sirve que esos avances permanezcan encerrados en un laboratorio o escritos en un artículo científico si no alcanzan un nivel de divulgación que permita su llegada a todos los sectores productivos”.

En la misma línea, Andrés Wigdorovitz, coordinador del área de Vacunas del Instituto de Virología del INTA, señaló que la creación de productos biotecnológicos “ya es una realidad que permite mejorar los resultados en el campo” y expresó la importancia de la articulación público-privada como estrategia para “generar empresas nacionales innovadoras”.

“La vinculación tecnológica promueve la búsqueda de empresas interesadas en producir este tipo de productos biológicos a escala industrial para que sean accesibles por los productores”, observó Cerioni.

En cuanto a infraestructura, el IMyZA cuenta con 10 laboratorios, insectarios –cámaras donde se crían insectos–, una biofábrica para reproducir la mosca doméstica y sus parasitoides benéficos y una planta piloto para la generación de hongos entomopatógenos. Por su parte, el equipo de científicos está compuesto por 35 investigadores de INTA y 20 profesionales externos y un grupo de 35 auxiliares y técnicos de apoyo.

Un área de interés

De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD, por su sigla en inglés), la biotecnología es “la aplicación de la ciencia y la tecnología a los organismos vivos para producir conocimiento, bienes o servicios”. En este caso, el control microbiano apunta al empleo de bacterias, virus y hongos entomopatógenos –principalmente– con el objetivo de controlar insectos y enfermedades.

“Esta disciplina no es nueva: ya en el año 1870, Pasteur determinó que insectos como las abejas y los gusanos de seda tenían enfermedades que podían ser aprovechadas para controlar la incidencia de otros insectos plagas”, comentó Lecuona.

Según explicó, el control biológico y microbiano de artrópodos, plagas y enfermedades comenzó a desarrollarse con mayor intensidad en la Argentina durante las últimas décadas, dada la conjunción de diferentes variables.

En principio, la creciente formación de profesionales favoreció la presentación de proyectos referidos a la temática, lo cual fortaleció líneas de investigación con mayor presupuesto y despertó el interés del sector privado para consolidar convenios de articulación público-privada que faciliten la puesta en el mercado de los productos desarrollados.

Luego, resaltó la preocupación por el cuidado del medio ambiente y el impacto de los daños causados por la incorrecta aplicación de agroquímicos. Para el especialista, “el uso inadecuado de insumos químicos provocó la resistencia de las plagas, el surgimiento de plagas secundarias y la contaminación del suelo y de los cursos de agua”.

Asimismo, señaló que el auge de la agricultura familiar y de la producción orgánica también puso en valor el uso de controladores biológicos y concluyó: “Estos factores permitieron que los investigadores, los organismos gubernamentales y la sociedad tomaran conciencia y vieran en los productos biológicos un posible reemplazo o complemento de los agroquímicos”.(INTA)

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