En pandemia sí hay derechos

Por Garret Edwards / Director de Investigaciones Jurídicas en Fundación Libertad @GarretEdwards

Desde el jueves 19 de marzo de 2020 a la noche los ciudadanos argentinos hemos sido, desafortunadamente, testigos privilegiados de una mezcla absurda y triste de un sinfín de géneros fílmicos y literarios. Algunos probablemente asegurarán con énfasis que desde hace mucho antes. Sin embargo, es menester efectuar un recorte temporal a los fines de hacer expreso el punto: Argentina presenta todas las características negativas de las tramas y los personajes de las películas de Federico Fellini, Martin Scorsese, Woody Allen y Stanley Kubrick. Y me quedo corto. Lo mismo respecto de las obras de George Orwell, Aldous Huxley y Philip K. Dick, entre tantos otros literatos amantes de las distopías.

El paso del jueves 19 de marzo de 2020 al viernes 20 de marzo de ese mismo año, signado por el tintineo de las campanadas al dar la medianoche, fue el comienzo de una historia que ya todos conocemos, y que es de público y notorio. Como todas esas cosas que nos pasan a los seres humanos en nuestras vidas, también fue objeto de múltiples miradas e interpretaciones. Hubo fluctuaciones en el humor social, como las hubo en el humor individual. De esa épica malvinera que de manera agorera clamaba que se le estaba ganando la guerra a un enemigo invisible -el coronavirus-, llegamos a la actualidad de un Gobierno Nacional que recibe el 2021, un año electoral, sin salud, sin economía y sin vacunas.

Resulta sorprendente todavía cómo, de manera pasiva y cual ovejas, gran parte de la sociedad argentina aceptó restricciones de todo tipo a nuestros derechos y a nuestras libertades individuales. Múltiples violaciones a los derechos humanos que incluso Amnistía Internacional, por nombra a una organización de gran relevancia internacional, se animó a denunciar. Aún así, se permitió que el Gobierno Nacional y los gobiernos provinciales nos encerrarán, nos dijeran cuándo salir, cómo salir, qué hacer, qué no hacer, con quién juntarse, con quién no juntarse, si podíamos ir a otras provincias o siquiera si podíamos retornar a nuestras casas. No hubo, prácticamente, un ámbito de la vida cotidiana que no se viera afectado por nuevas y obstaculizadoras restricciones. Nos enteramos en 2020 que, aparentemente, el COVID-19 prefiere salir a contagiar de noche, o que prefiere los autos particulares al transporte público. Al menos eso parecería indicarse cuando se repasa la normativa vigente.

Lo que no resulta sorprendente, sino desolador, es lo que ha sucedido y sigue sucediendo en algunas provincias de nuestro país. Mientras el gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, se jacta de tener una de las mejores políticas sanitarias del país frente al coronavirus -difícil corroborarlo, en Argentina se testea poco y se testea mal-, nos anoticiamos de las gravísimas violaciones a los derechos humanos más esenciales de los habitantes formoseños: aislados en centros cuasi de detención, separados de sus familias, en condiciones indignas, sin poder movilizarse libremente, muchos de ellos sufriendo graves daños en sus vidas y su integridad física. Legisladoras formoseñas peronistas, como Gabriela Neme y Celeste Ruiz Díaz, que son injustamente detenidas por reclamar por los derechos de los formoseños. A la par, el apoyo encolumnado de un peronismo que siempre es esquivo a la autocrítica y a aceptar sus errores y desvíos.

¿Y lo peor? José Mayans es lo peor, el peronista jefe de la bancada del Frente de Todos en el Senado, que ante lo que sucede en Formosa se anima a decir lo que, quizá, muchos peronistas piensan en voz baja, que “en pandemia no hay derechos”. Quizá Mayans piense algo peor: que los formoseños deben aceptar forzadamente cualquier cosa porque su “salvador”, Gildo Insfrán, los está cuidando. Probablemente Mayans piense que los formoseños, y todos los ciudadanos argentinos, somos niños que no podemos cuidarnos por nosotros mismos, que somos incapaces de hecho y de derecho, y que él y los gobiernos están para cuidarnos.

Gracias, Mayans, pero no. Somos grandes. Podemos cuidarnos por nosotros mismos. Somos personas. Somos seres humanos, de carne y hueso. Con derechos y obligaciones. Pagamos nuestros impuestos, hacemos nuestros trabajos. Podemos cuidarnos a nosotros mismos y a los nuestros. Queremos cuidarnos a nosotros mismos y a los nuestros. Queremos vivir en sociedad y vivir en paz, respetando los derechos de los demás y disfrutando de que se respeten nuestros derechos a la par. Porque en pandemia sí hay derechos. Y también hay derechos cuando no hay pandemia, no vaya a ser que a los Mayans que estén dando vueltas eso se les olvide.

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