Donald Trump, “La La Land” y la política

Por Ernesto G. Edwards

La Academia de Artes de Hollywood, históricamente, siempre fue una entidad conservadora. Cuidando de ciertas tradiciones (que valoran como buenas) y en confrontación con todo lo que pueda implicar un progresismo. Asociándolo al nacionalismo, a cierta impronta religiosa y a lo que hoy sabemos son los nefastos populismos, de ayer, de hoy, y de siempre. Especialmente aquellos que pulularon recientemente en el sur del continente americano.

Sí, la Academia ha sido conservadora. Siempre en consonancia con las sucesivas administraciones gubernamentales, a quienes apoyó sin dobleces desde que el premio fue instituido en 1928. Baste con repasar las películas triunfadoras, con sus particulares temáticas cada una, y ubicarlas según el año de su distinción.

No sería imprudente afirmar que sus miembros siempre fueron, por lo menos en su gran mayoría, abiertamente oficialistas. También los géneros cinematográficos ganadores representan una intención. Pensemos que cada vez que se impuso una película musical, el país siempre atravesaba una notoria crisis, que había que disimular, aunque suene ingenuo. Alcanza con evocar que ello comienza en el origen mismo de la premiación, pues apenas un año después de iniciada, “The Broadway Melody” llegó para paliar las penas del gran crack de 1929. Quizás el último gran ejemplo fue ese insulso filme titulado “Chicago”, de 2002, que en otras circunstancias hubiera pasado casi desapercibido, pero apareció justo cuando se habían caído las Torres Gemelas y George W. Bush estaba por invadir Irak. Nada mejor, entonces, que entretener y distraer a los compatriotas con metrajes que te hagan tamborilear los dedos y mover los pies al compás de una musiquita pegadiza, y mientras menos se piense, a partir de historias tontas, mejor.

Ni hablar de la histórica costumbre de evitar nominar, y mucho menos reconocer como los mejores, a intérpretes de raza negra, poco menos que esclavos contemporáneos para ellos. Sólo excepciones como Sídney Poitier y Denzel Washington, entre no muchos más, parecen desmentir esta evidencia.

Pero algo parece haber cambiado. Las instituciones que no evolucionan generalmente corren el riesgo de marchitarse y morirse. O por lo menos de fosilizarse. Mas no se puede modificar todo. No aquello que parece haber dado resultado durante casi nueve décadas. Y Donald Trump, el 45to. presidente norteamericano, recién asumido como tal, pero ningún improvisado a la hora de manejarse en medios y redes, por lo menos a la hora de provocar reacciones, sean la de empatizar y ser aceptado, o la de irritar y disparar rechazos, estará dando visibilidad extrema al impensado giro de la otrora tradicionalista Academia hollywoodense. Pero también a la idea de que en tiempos de crisis se debe premiar como mejor película a un musical. Que no es comedia, por cierto. “La La Land” (que aunque pura especulación hoy es número puesto para el premio mayor), sobrevalorada, es verdad, pero muy bien dirigida y con una musicalización eficazmente efectista, vendrá a llenar el casillero del musical premiado con el país patas para arriba. Además de representar una clara filosofía individualista siempre del agrado estadounidense. 

Eso sí: los encargados de votar y sus principales figuras no han reparado en exponerse y exhibirse en clara oposición al proyecto trumpiano, y a todas sus promesas, especialmente aquellas que suenan casi a exagerada persecución de todo inmigrante, muro divisorio incluido. Pensemos en la reconocida Meryl Streep, de quien se supone que privaría de su Oscar a Emma Stone (“La La Land”) tan sólo por darle tribuna para que en su discurso despedace a Trump. Consideremos también que es posible que la película iraní podría ganar a la mejor realización extranjera, toda vez que su director no podría ingresar al país para la ceremonia, generando así una víctima. Y a nadie extrañaría si Denzel Washington, negro al fin, con su protagónico de “Fences” termine desplazando como mejor actor a Gosling, con tal de dar un mensaje. Ni hablar de que el Oscar a la mejor actriz deberá entregarlo el ganador a mejor actor del año anterior, que no es otro que Leo Di Caprio, un ecologista que se siente perjudicado por los anuncios en contrario de Donald Trump. Y que mejor actriz de reparto podría resultar Viola Davis, otra notoria intérprete, también de color. Sería toda una fiesta para los anti, que casi nadie se querrá perder.

El arte, el cine en este caso, no está despojado de contenido político. No es pura aproximación a una abstracta belleza. No es para nada aséptico. Y el Oscar ya se embanderó en contra del actual establishment norteamericano. Nada muy diferente de lo que pasaba entre la Señora Cristina Fernández (y el finado Néstor) y su obsesión por el diario Clarín. Aunque hayan tenido a su favor un grupete de actores militantes, privilegiados con injustificables créditos. Como se ve, todo se parece en el resto del mundo occidental.

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