¿Ciudad Futura discrimina?

Por Ernesto Edwards

Filósofo y periodista

@FILOROCKER

Quede claro que la presente reflexión va sólo en la dirección de un intento de interpretación filosófica de la cuestión en debate. Además, este análisis en modo alguno pone en cuestionamiento a las mujeres seleccionadas como precandidatas en el listado de Ciudad Futura. Tampoco a la decisión de esta agrupación, que, dicho sea de paso, evidentemente tiene un hábil manejo del marketing político, que ha logrado estar desde hace varias semanas en la consideración mediática y general, superando los límites de la bota santafesina.

Por estos días mucho se ha hablado de “acción positiva” en función de la lista de precandidatas a diputadas nacionales por Santa Fe que oportunamente presentara la mencionada agrupación política Ciudad Futura para las inminentes P.A.S.O. (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias –aparentemente próximas a desaparecer del calendario electoral argentino–), de cara a las elecciones de medio término que se llevarán a cabo en el mes de octubre, y que tanto revuelo se desencadenara a partir de la cuestionable observación que la misma tuviese por parte del juez federal de competencia electoral Reinaldo Rodríguez, exigiendo a este frente incluir, con argumentos discutibles, un tercio de varones en su boleta. Rodríguez, al decir de los juristas especializados, no habría aplicado el criterio jurídico más acertado en su fallo.

Corresponde aquí un breve desarrollo del concepto de “Acción positiva”. También denominada “discriminación positiva” o “acción afirmativa”, nombra una acción que busca instaurar políticas que den a un determinado grupo social, racial, o sexual, minoritario, aparentemente desprotegido, de alto impacto mediático, y que históricamente haya padecido discriminación a partir de inequidades diversas, una reparación otorgándole un trato privilegiado en el acceso o reparto de determinados recursos o servicios así como un facilitamiento de la entrada a determinados bienes, y de tal modo compensarlos por los prejuicios padecidos en el pasado.

Por todo ello, la “acción positiva” alude a aquellas acciones direccionadas a disminuir o eliminar el ejercicio discriminatorio en contra de aquellas expresiones o sectores históricamente excluidos como el de las mujeres, o la raza negra, o a ciertas inclinaciones sexuales, buscando potenciar la representación de estos sectores, a través de mecanismos de selección que terminan provocando una nueva discriminación en sí misma, de diferente tenor, pero que se convierte en una renovada injusticia, al despojar o postergar en sus posibilidades a quienes probablemente, en una situación relativamente objetiva e imparcial, hubieran sido los elegidos. Y todo, por el temor a ser calificados de discriminadores, o la supuesta conveniencia de ser vistos como progresistas, fomentando el privilegio de la diversidad, subsidios generalizados, exoneraciones impositivas, y todo tipo de iniquidades hacia los grupos mayoritarios que son los que terminan siendo excluidos.

La aceptación de las acciones positivas como un valor en sí mismas ha provocado que la sociedad en general se direccione hacia lo que hoy día puede considerarse políticamente correcto. Y ello se aprecia en los objetos culturales de mayor difusión y repercusión, como ocurre con el cine y las series televisivas. A continuación, algunos ejemplos. Aunque intrínsecamente fue una trampa, recordemos lo que sucedió recientemente cuando un filme sin grandes méritos, como “12 años de esclavitud”, fue reconocido con el Oscar a la Mejor Película por sobre mejores realizaciones, globalmente hablando, como “El lobo de Wall Street”, “Escándalo americano”, y hasta la independiente “Nebraska”. La explicación para que esta mediocre realización, plena de lugares comunes, de guión previsible y actuaciones estandarizadas haya sido la elegida sería porque estaba centrada en la historia de un negro (encarnado por Chiwetel Ejiofor) que, previo a la Guerra Civil estadounidense, vivía en el norte como un hombre libre y afortunado, con familia constituida y reconocimiento social por su condición de músico, que un mal día es secuestrado para ser vendido como esclavo en el sur, pasando de amo en amo, padeciendo degradaciones varias, para ser rescatado, al final de la película y tras largos 12 años que nunca quedan bien reflejados en el ritmo narrativo que imprime su director Steve McQueen, por un canadiense rubio y bueno encarnado por Brad Pitt, dando cierre a esta parábola racista que parece querer mostrar que aunque hubo injusticias de todo tipo siempre hay un hombre blanco dispuesto a salvar a todos los negros.

Pensemos también en aquellos seriales televisivos, de gran rating, que derivan del cómic, que tienen (en las adaptaciones contemporáneas) entre sus personajes secundarios a negros, gays y lesbianas, alterando incluso su orientación sexual original. Así lo prueban “Arrow”, “Supergirl”, “The Flash” y “DC’s Legends of Tomorrow”. Algo impensable en las versiones iniciales de estos superhéroes. Pero que coinciden con la elogiable tendencia actual de tolerancia e integración por la diversidad de cualquier tipo.

Por si quedaban dudas de ello, el Oscar a la mejor película de este año fue, nuevamente, una acción positiva similar a la de “12 años de esclavitud”, toda vez que se premió a “Moonlight”, una producción menor que giraba en torno a un niño negro, pobre y homosexual que habitaba un barrio marginal de Miami, soslayando a las otras ocho nominadas, cualquiera de ellas notoriamente superiores como obra artística. Pero, está claro, la Academia siempre quiere dar por superado su pasado racista y discriminador.

Todos tenemos presente cómo eran los tiempos en que surgió la ley de cupo femenino, en un contexto epocal patriarcal y machista, donde las provincias del interior eran feudos masculinos y la presencia femenina una excepción. Pero a la hora de su promulgación también tengamos presentes los nombres (los apellidos) de quienes fueron las beneficiadas, en general y sin distinción partidaria, con los lugares obtenidos a partir de este cupo femenino. Dicha ley no vino a resolver prácticamente nada. Aquellas primeras mujeres no eran otra cosa que una extensión de la presencia de cada uno de sus impulsores. Hoy día eso parece haber quedado superado.

Recordemos, a esta altura de la exposición, el famoso caso “Regents of the University of California v. Bakke”, sobre el que fallara la Corte Suprema de Estados Unidos el 28/06/78. La U.C.L.A., con su Facultad de Medicina, había implementado un programa por el cual de cada cien ingresantes, debían admitirse dieciséis correspondientes a minorías raciales. Para ello aplicó un programa “normal” que rechazaba a los aspirantes con promedio inferior a 2.5 puntos, y otro “especial” en el que ese puntaje no se aplicaba. Sucedió que un aspirante de raza blanca cuyas solicitudes fueron desaprobadas en dos años consecutivos, obtuvo un puntaje superior a otros de quienes sí fueron aceptados con la condición (no fue la única) de ser de raza negra. Su reclamo se fundó en la cláusula constitucional que asegura igualdad ante la ley. Obviamente, la Corte Suprema de California consideró ilegal el sistema que aplicaba la Universidad de California, lo que fuera refrendado por la Corte de Estados Unidos, y el demandante fue finalmente admitido. Quedaría por considerar si estuvo bien hacerlo con alguien que estuvo por debajo del estándar mínimo exigido para ingresar, pero ese es otro tema. Bastante peores eran los casos de las admisiones de raza negra con puntajes notoriamente deficientes. El fondo era la situación de injusticia que provocó una acción positiva. Toda reparación encaminada hacia determinado grupo o colectivo parece llevar implícito un perjuicio o desventaja hacia otro sector. El caso de referencia no parece diferir demasiado de lo que es la reciente incorporación del cupo trans a la Municipalidad de Rosario.

Sin embargo, quedará sin superar el notorio atraso que tienen en la materia gremios, administraciones gubernamentales y congresos legislativos, ya que de discriminaciones se trata, la que padecen, esta vez, los hombres, con relación a las edades jubilatorias, cuando estadísticamente está probado que las mujeres viven más años. Y todavía a nadie se le ocurrió legislar en el sentido de actualizarse y eliminar esas diferencias hoy injustificables.

Podremos acordar, esto es a gusto del consumidor, con Aristóteles, Ulpiano, Rawls o Dworkin en cuanto al concepto de justicia con el que coincidamos. Y si Ciudad Futura discriminó insistiendo con su intención (y sus quejas) de acción positiva al proponer una lista completamente femenina para sus precandidatas a diputadas nacionales para las P.A.S.O. es una pregunta que cada uno deberá responderse. Aunque ahora parezcan resolver la situación con sendas candidaturas en rebeldía. A la luz de este hilo de pensamiento, el interrogante inicial de esta nota podría contestarse: todo parece indicar que sí.

La acción positiva, siempre, debe perdurar en el tiempo hasta tanto se resuelva la discriminación en cuestión, y se instalen criterios de equidad como norma habitual de conducta. Queda entonces pensar si llevar a un extremo una acción positiva para visibilizar una discriminación histórica que a nivel electoral ha relegado reiteradamente a las mujeres, cuando ya está resuelta, no se convierte en una exageración que hace exactamente lo mismo que critica y condena. De esto quizás se trate lo que intentó Ciudad Futura.

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