Una decisión clave para el maiz

Muchas veces la potencialidad del rendimiento del maíz se define en un simple hecho, pero que está sujeto a una complicada decisión: la fecha en la que se decide sembrar el producto. Se trata de una resolución de la que dependen múltiples variables. Por un lado, las condiciones ambientales y el clima de la zona, el tipo de suelo del lote y sus recursos hídricos. Y por el otro, la longitud de ciclo y las unidades térmicas de la semilla a sembrar que le permitirán al productor conocer cuándo ocurrirá la floración y la madurez del cultivo. 

De esta manera, la tarea del productor se concentra en conjugar el período crítico del cultivo con una etapa libre de restricciones ambientales que puedan afectar directamente sobre el crecimiento y rendimiento del cereal. A partir de estos datos operativos se toma la decisión estratégica de ir por una siembra en fechas tempranas (que aporta un mayor rendimiento y es la técnica más usual en zonas templado-húmedas) o elegir la alternativa de un maíz tardío (mucho más estable que el anterior pero con menores niveles de rinde).

Los elevados rendimientos que puede proporcionar la elección de un maíz temprano, sin embargo, están sujetos a una determinada serie de condicionantes que pueden hacer peligrar el resultado final. En primer lugar, las heladas tardías se transforman en un grave problema ya que su paso puede determinar la muerte de la planta y la pérdida total de la producción. “Las heladas no deben ocurrir nunca a partir de que el cultivo comienza a encañar, cuando está con 6 o 7 hojas liguladas y lleva el ápice hacia la superficie”, aconseja Gustavo Maddonni, profesor de la cátedra de cerealicultura de la Facultad de Agronomía de la UBA.

Para evitar estas dificultades, el productor deberá planificar la siembra en función de los tiempos térmicos y otorgando además un período de siembra-emergencia. “Más o menos se habla de 75 grados días para cumplir esta etapa dando un primer día de inhibición. En general, para este período se toma una temperatura base un poco más alta que para el resto de las etapas, alrededor de 9 grados”, asegura Maddonni. Con estos datos en la mano, y conociendo la temperatura diaria de la zona para los meses de septiembre y octubre, se debería planificar la siembra del maíz temprano antes de la fecha de la última helada, más “un desvío o dos para estar seguros de evitar el riesgo”, concluye el ingeniero agrónomo.

Sin embargo, en algunas zonas más frías que carecen de una adecuada temperatura de suelo (que en promedio debería estar alrededor de 16 grados), se debe correr la fecha de siembra de mediados de septiembre a los primeros días de octubre, con el objetivo de “tratar de cumplir con los 75 grados día en no más de 10 o 12 días y no tener así desuniformidades que son muy comunes con temperaturas frías en esta etapa”, apunta el investigador del Conicet
Otra de las variables a tener en cuenta en el caso del maíz temprano son los golpes de calor. Las temperaturas muy altas, arriba de los 35 grados, durante varios días consecutivos puede afectar seriamente el crecimiento del cultivo. “Si ocurre durante la primera mitad del llenado puede provocar que hasta se corte el llenado de granos y como consecuencia se logre un grano más liviano y se obtenga penalidades en el rendimiento”, explica Maddonni. 

También se debe poner especial énfasis a la hora de los barbechos, en especial en otoños secos o en lotes que no han tenido un buen manejo de malezas, que terminan por sustraer y consumir el agua destinada para el crecimiento del maíz. “En estas situaciones de otoños secos en general se opta por maíces tardíos, maíces de diciembre o de enero según la latitud”, recomienda el especialista. En casos de suelos con riesgo hídrico y escasez de agua, es preferible trasladar la floración del cultivo de enero a febrero con el objetivo de esquivar la sequía. 

El maíz tardío posee una alta adaptación a una gran diversidad de suelos por su capacidad de alcanzar un mejor balance hídrico a expensas de perder potencialidad. Por eso, en escenarios como la llamada Pampa Arenosa (que cubre el oeste bonaerense, el norte pampeano y el sur de San Luis y Córdoba) con suelos poco profundos y poca retención de agua; o en suelos vertisoles, donde al cultivo le resulta dificultoso extraer el agua (sobre todo cuando hay alta demanda atmosférica en los momentos de floración), el maíz tardío suele ser la alternativa más eficaz para el productor.

Otra de sus ventajas es que las altas temperaturas y golpes de calor suceden en la etapa vegetativa del cultivo y no en la reproductiva. “Puede tener algún daño de crecimiento, pero en general si hay buena provisión de agua puede recuperarse y llegar prácticamente a no tener penalidades en el rendimiento, al momento de floración”, resume Maddonni, quien agrega que en el norte del país la fecha de siembra debería desplazarse prácticamente a enero ya que “en febrero los golpes de calor en esa zona todavía son importantes y conviene desplazar la floración hacia fin de mes”. 

Pero el cultivo del maíz tardío también tiene sus particularidades y restricciones. En primer lugar, hay determinadas zonas de nuestro país que pueden verse afectadas por heladas tempranas, que tienen impacto directo sobre el cultivo al interrumpir el llenado de grano. En estos casos, la sugerencia del técnico es optar por un ciclo más corto. Por otro lado, el secado del maíz tardío es otra de las grandes complicaciones no sólo para el productor. “Es el gran problema y desafío para los semilleros, tratar de lograr materiales que tengan un buen comportamiento de velocidad de secado”, reflexiona Maddonni, quien se alarma además sobre las pérdidas que se generan “desde el punto de vista del brotado, de las toxinas en los granos por los hongos que se empiezan a generar” y el desperdicio día a día del dinero invertido en el campo por este tema. 

En el caso del maíz tardío, se opta por tener un buen balance hídrico que proporciona estabilidad, aunque también menores rendimientos. En cambio, el maíz temprano posee una mayor potencialidad en los rindes, pero estos pueden caer drásticamente si las condiciones ambientales no son las ideales. En última instancia, la decisión final recaerá sobre el productor, que deberá contar con un análisis pormenorizado de las condiciones climáticas, de la temperatura del suelo y disponibilidad de agua, para optar por la técnica de manejo más rentable y que aporte sustentabilidad al desarrollo agropecuario.

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