Los suelos sanos son la clave

De acuerdo con los especialistas, aún no se comprende que la vida sobre la tierra depende, en gran medida, de las diferentes funciones cumplidas por la delgada capa de suelos: provisión de alimentos, uso sustentable del agua, conservación de la biodiversidad y control del clima global.

De acuerdo con Miguel Taboada –director del Instituto de Suelos del INTA y uno de los expositores del Seminario–, “en las próximas décadas, el principal desafío global será incrementar la productividad agropecuaria para alimentar a una creciente población mundial, atendiendo a su vez a los crecientes problemas de degradación y contaminación de suelos, aguas y atmósfera”.

A fin de poder aumentar la oferta de alimentos, Taboada destacó ciertas estrategias entre las que se encuentran el evitar pérdidas de productividad causadas por la degradación de los suelos, aplicar buenas prácticas de manejo que mejoren las reservas de carbono y la biodiversidad y ser eficientes en el uso de insumos agrícolas.

En la Argentina, los principales cultivos extraen 4 millones de toneladas de nutrientes por año y sólo se reponen 1,4 millones por fertilización. Según Taboada, ese balance negativo afecta los rendimientos productivos. Con rotaciones adecuadas y una densa cobertura superficial de residuos vegetales se logran mayores rendimientos de los cultivos.

Ello surge de una mejor captación del agua de lluvia y aprovechamiento de los nutrientes del suelo y fertilizantes agregados. Estas condiciones le confieren al suelo sus aptitudes naturales para filtrar y regular los ciclos y los nutrientes.

Asimismo, ponderó la necesidad de adoptar sistemas de labranza conservacionistas como la siembra directa (SD), que permiten mejorar la calidad de los suelos gracias a la protección de la superficie con rastrojos, y la ausencia de labores de remoción, que minimizan las pérdidas por erosión hídrica y eólica.

Para protegerlo, el mayor obstáculo es la repetición de los cultivos que dejan el suelo poco cubierto, gran parte del año. Lo que en la región pampeana ocurre con la soja, sucede en el norte con el algodón o en el oeste con el girasol. Según Taboada, “cuando se hacen estos cultivos, el gran problema es que tienen sistemas de raíces muy pobres y escaso retorno de residuos”.

Exigidos y degradados

Según datos del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA (CIRN), un 20 % del territorio argentino está afectado por procesos de erosión hídrica y eólica, lo cual representa unas 60 millones de hectáreas.

Asimismo, las regiones áridas y semiáridas del país, que cubren el 75 % de la Argentina, poseen ecosistemas frágiles proclives a la desertificación.

Para aumentar la producción nacional y prevenir el deterioro de la salud del suelo, desde el CIRN recomiendan controlar los procesos erosivos, reponer los nutrientes extraídos y mantener un elevado flujo de carbono a través de las rotaciones.

La conservación de ese recurso es la base de la pirámide de los sistemas agrícolas sustentables: cuando un suelo se degrada intensamente –por erosión, contaminación o salinización–, la pérdida de su productividad puede ser irreversible o su recuperación tornarse económicamente inviable. (INTA)

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