Los cultivos del futuro

Especialistas del INTA estudian cómo aumentar la resiliencia de los principales cultivos.

La alta variabilidad e intensidad de los fenómenos climáticos obliga a modificar las estrategias para la producción agrícola. En este sentido, urge la necesidad de contar con cultivos resistentes y adaptados a fin de que los efectos del cambio climático tengan el menor impacto posible sobre ellos. Pero, ¿es posible reducir su vulnerabilidad y aumentar su capacidad de resiliencia? ¿Estamos a tiempo de lograr cultivares resistentes al clima que se viene?

Para Guillermo Eyhérabide –coordinador programa nacional Cereales y Oleaginosas del INTA Pergamino, Buenos Aires–, el potencial de adaptación al cambio climático se basa en el mejoramiento genético y en la agronomía. “Nuevas tecnologías agronómicas y genéticas podrían focalizar sus esfuerzos en contribuir a la solución de fenómenos menos extremos y, por lo tanto, más frecuentes”.

En este sentido, destacó el rol de los fitomejoradores quienes “deben caracterizar los probables desafíos ambientales para las futuras variedades, especialmente, en términos de establecer su impacto potencial por intensidad e incidencia, e identificar cuáles serían los caracteres a seleccionar que permitirían adaptar los cultivos a esos ambientes”.

“Necesitamos cultivos cada vez más eficientes, rendidores, estables y resistentes tanto a plagas y enfermedades, como al estrés hídrico –por exceso o déficit– y a los efectos térmicos”, aseguró el especialista de Pergamino.

Es que, de acuerdo con el técnico, “no hay cultivares en el mercado que pueda decirse que son resistentes al calor, ni de INTA, ni de las empresas” Y aseguró: “Hay líneas endocriadas que pueden tolerarlo mejor que otras y, a partir de ellas, mediante mejoramiento será posible lograr tener en el campo cultivares de mejor comportamiento en esas condiciones”.

Para Eyhérabide, el abordaje de la problemática del cambio climático desde el mejoramiento genético debe ser lo “suficientemente abarcativo” a fin de contemplar desde la búsqueda de fuentes de variabilidad genética para características adaptativas y el premejoramiento hasta el mejoramiento propiamente dicho.

“De esta forma, –especificó Eyhérabide– podrían conciliarse estrategias de selección que resuelvan el dilema entre la necesidad de acortar la duración de tiempo de cada ciclo de selección y la necesidad de exponer los genotipos bajo selección a una muestra ambiental que resulte representativa de la variabilidad climática de cada región”.

El principal interrogante que se plantea es la velocidad con que las diversas poblaciones de especies vegetales logran adaptarse al nuevo clima, de manera que no pierdan viabilidad y no se reduzca la biodiversidad.

Un mundo cálido que arriesga su seguridad alimentaria

El Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC) asegura que el calentamiento del planeta es una realidad que avanza rápidamente, cuya evolución es acompañada por una disminución de la amplitud térmica.

De acuerdo con Eyhérabide este contexto ubica a los principales cultivos en una situación de creciente vulnerabilidad. “Los incrementos de temperatura tienen un efecto directo y perjudicial sobre el rendimiento, además, favorecen el desarrollo de malezas y patógenos responsables de enfermedades e insectos plagas”.

“La temperatura es el factor que más influye en la ecología, epidemiología y distribución de insectos, mientras que, en el caso de patógenos, además de la importancia de la temperatura, debemos considerar también la concentración de CO2 y las precipitaciones”, aseguró.

En este sentido, el técnico de Pergamino fue contundente: “A escala mundial, las variaciones de temperatura y precipitaciones explicarían el 30 % de la variación de los rendimientos en los seis principales cultivos”.

Por un maíz adaptado a los cambios

El aumento en la frecuencia de temperaturas extremas, registrado en los últimos años, impulsa a los investigadores y técnicos a trabajar puntualmente en minimizar los efectos que esto puede tener sobre la producción mundial de alimentos, en especial en los principales cultivos, como el maíz.

En este sentido, el INTA Pergamino, Buenos Aires, dispone de los datos genotípicos de un panel de 250 líneas de maíz que, actualmente, son cotejadas con las evaluaciones de respuesta a golpe de calor.

“Este estudio se encamina a poder asociar marcadores moleculares con secuencias a nivel de ADN que tendrían efecto sobre el comportamiento ante condiciones de estrés por alta temperatura”, especificó Eyhérabide.

Asimismo, aseguró que, además, los fitomejoradores del INTA realizan un descarte estricto de líneas endocriadas en desarrollo en los viveros de crianza que presentan síntomas visibles de susceptibilidad a las altas temperaturas, como pérdida de área foliar o daños en la panoja (leaf firing, tassel blast).

“En los últimos 50 años en la Argentina, los rendimientos medios nacionales de cereales y oleaginosas muestran una tendencia de crecimiento lineal”, aseguró Eyhérabide quien, a su vez, advirtió que “recientemente, se advierte que las variaciones que ocurren entre campañas agrícolas son cada vez mayores”.

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