La nutrición de la soja es fundamental para maximizar retornos

Cuando el pronóstico climático anuncia un año agrícola en fase Niño, la primer conclusión es pensar en importantes potenciales de rendimiento. Esto es cierto para el maíz pero no necesariamente para la soja, ya que se encuentra sometida a niveles de estrés por saturación hídrica en la rizósfera, que genera demoras en el desarrollo inicial de la planta, menores niveles de simbiosis con el inoculante y mayor presión de enfermedades, entre otras cosas. A su vez, aparecen más malezas (especialmente gramíneas) que deben ser controladas, no sólo en base a herbicidas sino también utilizando el sombreo del cultivo.

En años como este, la soja puede entrar fácilmente en un círculo vicioso donde la falta de desarrollo radicular y de simbiosis con las bacterias del inoculante lleva a un menor desarrollo inicial, con más predisposición a la acción subclínica de enfermedades y a un cierre de cultivo más lento, y por lo tanto mayores problemas de malezas. Una forma de entrar en un círculo virtuoso de generación de área foliar para maximizar la cantidad de granos es aprovechar las condiciones ambientales con un programa nutricional balanceado, que permita corregir eventuales déficit de macro, oligo y micronutrientes.

También el uso de bioestimulantes que ayuden a que los procesos fisiológicos de la planta se realicen en forma eficiente, bajando la incidencia de enfermedades foliares, colaborando con un rápido cierre de surco y maximizando el control de malezas a partir de la eficiencia del sombreado del cultivo.

Debe considerarse que en años como este es altamente probable que el cultivo de soja tome un gran tamaño, con alta carga a ser llenada sólo por el tercio superior de la planta, ya que las hojas inferiores desaparecen por el efecto del sombreado del propio cultivo. Así, el área foliar necesaria para lograr maximizar el rendimiento puede llegar a ser una limitante.

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