Karl Jaspers, la culpa y los políticos

Por Ernesto Edwards

Filósofo y periodista

@FILOROCKER

 

Filósofos como Jaspers reflexionaron sobre la culpa. Desde su perspectiva, es la que han tenido, de tantas muertes en distintas oportunidades históricas, el pueblo alemán avalando el nazismo tanto como, en su momento, Julio De Vido, Antonio Bonfatti o Mónica Fein, (y tantos otros) por no hacer lo debido o permitir lo sucedido.

Para el Psicoanálisis, la culpa es el sentimiento consciente o inconsciente de indignidad que sería la forma bajo la cual el Yo percibe la crítica del Superyó. Es decir, la personalidad en su conjunto padeciendo los reclamos de la conciencia moral, que tiende a castigarnos de modos diversos ante la percepción de haber cometido un acto inapropiado. Cuando el superyó de alguien es demasiado laxo, o poco rígido, tolerándose sus propios actos inmorales, o tomándolos como naturales, a ese sujeto se lo denomina “psicópata”. Para el rocker español Fito Cabrales, respecto de los políticos, “Nadie es culpable de nada”. Confirmando esto de que la psicopatía es una característica generalizada de la clase política. De todos modos, a los fines de comprobar culpabilidades, en estos días está comenzando, finalmente, el juicio oral al ex súper ministro kirchnerista Julio De Vido, en orden a su responsabilidad (su culpa) sobre la tristemente recordada tragedia de Once.

Molière creía que lo que cuenta no es sólo lo que uno hace sino también lo que se omite. Somos responsables no sólo de lo que realizamos sino también de lo que dejamos de hacer. Especialmente cuando sabemos cuál es el camino correcto. Casi como el pecado de omisión. En “El Simbolismo del Mal”, Paul Ricoeur afirmaba que “la conciencia de la culpa constituye una verdadera revolución en la experiencia del mal; lo que es lo más importante ya no es la realidad de la deshonra, la violación objetiva de la prohibición o el dar rienda suelta a la venganza por esa violación, sino el mal uso de la libertad”, que es lo que nos distingue como humanos, y nos hace responsables de la elección de cada uno de nuestros actos voluntarios. Por el contrario, Hannah Arendt, con su polémico “Un informe sobre la banalidad del mal”, consideraba la existencia de personas que actúan conforme a reglas del sistema al que pertenecen sin deliberar sobre actos y consecuencias, sólo compelidos por cumplir las órdenes recibidas. Lo cual liberaba de considerarlos crueles o malvados. Es lo que algunos entendían como “obediencia debida”, fórmula que pretendía justificar lo absolutamente inaceptable. Zigmunt Bauman estableció que negar las culpas de los demás nos inhabilita como testigos de una realidad de la que todos somos espectadores del mal. Y tanta negación genera culpas a un nivel tal que provoca negaciones mayores, y una percepción distorsionada de lo que nos sucede.

Uno de los más esclarecedores trabajos sobre la culpa lo desarrolló el filósofo contemporáneo Karl Jaspers en “El problema de la culpa”, publicado como reflexión sobre el comportamiento pasivo del pueblo alemán durante el Holocausto nazi, al que le atribuía un grado de responsabilidad por no haber hecho nada para oponerse a un estado, aún por sobre la excusa de considerarse sometidos al poder hitleriano, no haciendo nada por rebelarse. Jaspers, entonces, estableció cuatro tipos de culpa.

Una es la culpa criminal, que es la que tienen todos aquellos responsables de infringir las leyes, como las que condenan cualquier violación a los derechos humanos. Estas personas deben ser debidamente procesadas a nivel judicial. La culpa moral la sostiene toda persona que, con sus acciones u omisiones, lesione gravemente a otra, debiendo ser juzgado por su propia conciencia. La culpa política surge de los actos del gobierno, cuando también por acción u omisión se involucran en graves violaciones a los derechos humanos. Por último, la culpa metafísica alude a nuestra responsabilidad solidariamente humana por toda injusticia que sucede en el mundo. Según esta culpa, si no actuamos, pudiéndolo hacer, para impedir una injusticia, nos hacemos igualmente responsables. Para Jaspers, todos seríamos responsables por todos los crímenes cometidos en el mundo, pero “especialmente por los crímenes que se cometen en su presencia o con su conocimiento. Cuando no hago lo que puedo hacer para evitarlo, soy cómplice”.

El líder soviético Gorbachov planteaba, en 1985, la necesidad de una “glasnost”, es decir una mayor transparencia que liberara la autocensura de la prensa para criticar debidamente la “troika” que proponía como salida del decadente y fracasado régimen comunista. Poco tiempo después, Bettino Craxi, político socialista italiano que llegara al poder de su país, fue descubierto, en un proceso que se conoció como “Mani pulite”, al frente de una extensa red de corrupción política. Juzgado y condenado, huyó de Italia, hasta su muerte.

Todo lo precedente introduce en la hipótesis de que el socialismo santafesino, y sus principales gobernantes, como lo fuera Antonio Bonfatti gobernando en provincia entre 2011 y 2015, y como continúa siendo Mónica Fein como intendente en Rosario, son culpables, tanto morales, como políticos y metafísicos, según el planteo de Jaspers. Culpable Bonfatti, en el citado sentido, de millares de asesinatos en Santa Fe en el marco del descontrol gubernamental sobre la narco violencia y la inseguridad generalizada, y culpable Fein de la recordada tragedia de calle Salta y la de los juegos de diversiones del Parque Independencia. Y culpables ambos (acompañados en esto por Hermes Binner y Roberto Lifschitz) del nepotismo extremo con que caracterizaron (y así siguen) sus gestiones de gobierno. El nepotismo, que no está tipificado como delito pero sí observado por la ética política, es una forma de corrupción, ya no preocupa, no espanta, no moviliza. Estamos insensibilizados ante ella. Para algunos, si roban pero administran bien (“roban pero hacen” fue la desafortunada fórmula), no es motivo de rechazo para esa fuerza política. “Robo para la Corona” llegó a afirmar un superministro nacional en los ’90, y nadie se escandalizó. Pero el caso fue que, en este marco teórico, son corruptos, y además, administraron pésimo. Ese es el balance que puede hacerse de algo más de un cuarto de siglo con el Socialismo administrando Rosario y casi diez años gobernando Santa Fe. Y aquí no parece que vayamos a tener una “glasnost” que transparente nada, ni una “mani pulite” que investigue tanta corrupción. El Socialismo es culpable. Son culpables de no hacer nada, o de ocuparse demasiado, pero desviándose de los objetivos fundamentales que debe tener como guía cada gobernante. Y está a la vista que ni lo reconocen ni muestran arrepentimiento. Es verdad que los electores que los votaron y toleraron comparten una cuota de esta culpa. Para algunos ya es momento de pensar en resolverlo. De la única manera aceptable. En las urnas, claro. Mientras tanto, los Fitipaldis siguen haciendo sonar eso de que “nadie es culpable de nada”.

 

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