Cualquiera vota

El sorprendente resultado electoral en Argentina inspira reflexiones, especulaciones y un baño de realidad: cualquiera vota.

Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista / @FILOROCKER

Que el gobierno, a través de la Dirección Nacional Electoral, decida cuándo se puede dar información parcial de los resultados a través de los medios, como si fuera tu papá encargándose de lo que te conviene saber, y que ello esté naturalizado, ya es un indicador del grado de inmadurez de la ciudadanía en relación a un Estado sobreprotector y paternalista. En ello va prohibirte acceder al otrora tradicional boca de urna y a las mesas testigo. Sin olvidarnos de esa completa estupidez que es la veda política, que entre otras objeciones te priva de reírte de las encuestas y de escuchar supuestos analistas pifiándola hasta un minuto antes de emitir nuestro voto.

Para entender un país carente de lógica y sentido común deberíamos retrotraernos a la vieja historia de por qué el voto es al mismo tiempo un derecho y una obligación. Son las grandes contradicciones lógicas de un sistema que funciona mal, y que no puede justificar lo injustificable. Como el voto para los de más de 70 años, que es obligatorio pero sin sanciones si no se vota. ¿Pero cómo? Aquello que no tenga sanción no cumplirlo, su obligatoriedad es débil. Y absurda, como casi todo en este país.

Vayamos a lo que pasó electoralmente el domingo. Desde tiempos inmemoriales sabemos por el historiador rosarino Luis Sánchez que toda jornada en la que se vote, es “Un día de emoción”. Un día donde la racionalidad resigna sus banderas para dar paso a broncas, amores, resentimientos, simpatías y mezquinos intereses individuales por sobre cualquier análisis. Así es Argentina. Y volvió a pasar, a la luz de los resultados. Tampoco se está afirmando que el voto acertado hubiera sido el de Juntos por el Cambio. Su candidata principal, Patricia Bullrich, se encargó de dinamitar sus propias posibilidades con gruesos errores de campaña. Tan sólo pensemos en las sendas nominaciones a Kovadloff y Rodríguez Larreta, algo que no quería casi nadie. Ni Larreta, parece. Tampoco fueron un acierto sus spots, ni rodearse de cierta gente, ni haber carecido de una oratoria contundente y clara que evitara trabarse, confundirse o necesitar leer hasta breves discursos.

La elección de segunda vuelta será un dilema. Un dilema moral. Pero antes digamos que Massa primero en cantidad de votos  habla de una histórica sociedad complaciente del peronismo hacia la corrupción. “Roban pero hacen”. Agravada esta vez con un gobierno que con la pandemia se cargó 130 mil muertos. La Ciencia Política tendrá que revisar sus manuales, pero una primera explicación tiene que ver con los índices de ignorancia. ¿Cómo es que puede votar cualquiera? O, en todo caso, ¿cómo puede valer el voto de un ignorante o de un plandependiente igual que el de los instruidos?

“Los pueblos nunca se equivocan”, se escuchaba y leía durante años, sin importar los numerosos ejemplos, especialmente en Europa, que han demostrado lo contrario. Pero de fácil explicación. En Argentina también predomina desde hace décadas una coprofagia electoral. Una patológica atracción por embadurnarse con excrementos. Y consumirlos. Esa metáfora explica todo. Les gusta la mierda.

Algunos apuntes. El Pro en Santa Fe pagará el grave error de haber claudicado a la hora de seleccionar candidatos en el marco de Cambiemos aceptando que las dos posibilidades procedieran del radicalismo provincial, como Maximiliano Pullaro tanto como Carolina Losada. Lo mismo el haber incluido en su frente al Socialismo, entregándole lugares en las listas para que a la hora de las reciprocidades en la elección general los socialistas parecieran haberle puesto el voto a Massa.

A nivel nacional JxC no entendió que las generales eran elecciones diferentes, y que a la candidata, también mal elegida entre dos malos candidatos, no le explicaron que la imagen de Maximiliano Pullaro no era la mejor idea mostrarla como argumento de voto a la hora de prometer acabar con la inseguridad en Santa Fe. Tampoco pudo manejar su obsesión contra el gremialismo en general. Guste o no el sindicalismo sigue movilizando. Aunque sea el mismo que siempre buscó desestabilizar a Mauricio Macri pero que no le hizo ni un paro a un gobierno horrible como el de Alberto Fernández.

Lo que también es cierto es que la gente ya no quiere ancianos al frente de un poder ejecutivo. Los más viejos estamos para asesorar desde la sabiduría y la experiencia. Y nada más. El momento de tomar las decisiones de fondo requiere de una energía personal que a cierta edad ya mermó. Lo cual sería parte de la explicación de los resultados de Bullrich en Nación y de Néstor Grindetti en Buenos Aires. Massa tiene sólo 51 y Milei 53. Ahí está una parte de la explicación.

Otro elemento a considerar es la cada vez menor influencia de los medios de comunicación, que no han parado de mirarse el ombligo, sea para el sector que fuese. Las elecciones ya no las ganan un canal de noticias ni un programa radial determinado. La gente ya no puede ser arreada por un canal de televisión.

Por cierto, no nos olvidemos nunca de que el peronista promedio fue adiestrado toda su vida para votar al candidato que le pongan. No importa si es el Pato Donald o el rey de los Hunos. Tampoco que sea el responsable principal de una actualidad económica de penurias. La campaña del miedo también dio resultados. Y Sergio Massa fue, para un electorado confundido, la extraña y contradictoria encarnación de, al mismo tiempo, la continuidad pero también el cambio, como si nada hubiera tenido que ver con la gestión de Alberto ni con la viuda de Kirchner. Un típico cuadro del síndrome de Estocolmo. Además, inteligentemente, Massa siempre ninguneó a JxC. Nunca le dio entidad. Fue el único que pudo decir una frase completa sin trabarse ni necesitar leerla. Y lo de la amenaza de la quita del subsidio al transporte fue más efectivo que cualquier improbable sonrisa seductora de su candidato.

El peronismo sigue vivo. JxC acaba de morirse. Y unos cuantos partidos menores están agonizando. Agrupaciones políticas que no aprenden más que para vencer a cualquier peronista todavía se necesita una unidad y una disciplina de la que carecen.

Massa estuvo a tres puntos de ganar en primera vuelta. Pero no debería confiarse en un acuerdo de cúpulas para el balotaje. La distribución de los votos la decide cada uno, y no los dirigentes acordando sus propios negocios.

Evidentemente se votó por un estado gigantesco y paternalista, y por cada vez menos libertad. Si el 19/11 gana Massa, o gana Milei, es una incógnita qué pasará con el país. Y con sus habitantes. Digamos también que Patricia Bullrich nunca cohesionó los votos de Larreta en su propia cuenta. Y que Javier Milei tiene lo que tiene en cuanto a seguidores. No parece que vaya a tener mucho más. Mientras por las calles ya se ven desfilar a los mariscales de la derrota de Juntos por el Cambio. Oficiales que esperan poder reciclarse rápidamente.

Finalmente, votaron mayoritariamente al representante de un gobierno que durante la pandemia se cargó a 130 mil muertos, con vacunatorios VIP y fiestas indignantes, con una cuarentena eterna, y que prefirieron prosternarse ante Rusia y China por vacunas de escaso efecto. Y que son el emblema visible de la corrupción: una expresidente y un exvicepresidente, condenados, más un largo listado de importantes funcionarios presos. Ni el yategate los venció. Sumado a la inflación extrema, la pobreza, la desocupación, la brecha cambiaria, y una serie interminable de dislates.

En cuarenta años no se aprendió nada. Va otra vez: Sergio Massa casi gana en primera vuelta. Qué país. Cualquiera vota.

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