“Argentina, 1985”, Gran Hermano y el relato

Desde su estreno “Argentina, 1985” fue motivo de debate. Hasta que apareció “Gran Hermano” y potenció la degradación pública de Alberto Fernández.

Por Ernesto Edwards – Filósofo y periodista – @FILOROCKER

Antes que nada: reprochable decisión empresarial la de unas cuantas cadenas de cine que negándose a estrenar en sus salas la magnífica realización cinematográfica “Argentina, 1985”, la cual es objetable en cuanto a su abordaje histórico y su trasfondo ideológico. Pero ya volveremos con ese aspecto. Lo que sí, muchos debieron esperar a que la subieran a una plataforma digital si es que no tuvieron la suerte de verla en aquellos pocos cines valientes que se atrevieron a exhibirla aun sabiendo que siendo un éxito seguro sería por pocas semanas antes de su paso al streaming.

No obstante lo dicho, lo cierto fue que desde su estreno “Argentina, 1985” fue objeto de discusión y de análisis, apareciendo posiciones encontradas a ese respecto. Y ese abordaje debe celebrarse, toda vez que esos foros se realizaban a partir de un Objeto Cultural.

Recordemos lo que entendemos por Objetos Culturales: son aquellas producciones intelectuales que tienen resonancia social, que son de naturaleza simbólica, que ocupan un tiempo y un espacio, que pueden recuperarse en el momento que el usuario del mismo lo desee, que posibilitan y propician múltiples lecturas que van desde lo filosófico hasta lo histórico, pasando por lo político, lo sociológico y lo antropológico. Para ello puede apelarse a diversas expresiones artísticas y mediáticas. En este caso aplica el cine, y no por nada el filósofo Stanley Cavell le dedicó tantas publicaciones al tema, junto a otros grandes pensadores destacados como Umberto Eco, John Passmore y Jacques Derrida que hicieron gala de una aproximación semiótica a los diversos objetos culturales.

En 1994 el autor de esta nota viajaba con frecuencia a Santa Fe por motivos académicos, justo en el período en el que se reformó nuestra Constitución Nacional. Uno de los constituyentes destacados fue el expresidente Raúl Alfonsín, y aunque era renuente a notas y entrevistas, una mañana de sábado estuvimos solos, mano a mano, durante una hora, y mi notable interlocutor, aunque no coincidimos en muchos temas, me dio invalorables pistas a la hora de poder hacer una interpretación más precisa y justa de un período intenso y convulsionado de nuestra historia reciente.

“Argentina, 1985” y un anticipo de análisis: cinematográficamente incomparable, de gran ritmo narrativo, adecuada ambientación, acertada musicalización, actuaciones notables y magistral el protagónico de Ricardo Darín, pero con un abordaje histórico cuanto menos debatible. Con todo, igual emocionan algunas escenas muy logradas. Engalanan este título canciones como “Lunes por la madrugada” e “Himno de mi corazón” (Abuelos de la Nada), e “Inconsciente Colectivo” del gran Charly García.

Tengamos presentes algunas cuestiones que de no hacerlo provocaría incurrir en errores. Siempre se insiste con que Raúl Alfonsín fue el “padre de la democracia”, por haberse convertido en el primer presidente constitucional tras el infame Proceso militar. Aceptarlo así, sin más, sería desconocer que hubo un trabajo político previo de nivel multipartidario, que incluyó no sólo a la UCR sino a numerosas expresiones políticas que corrieron el riesgo en conjunto a la espera de que se produjera un cambio y la consecuente caída del régimen. Aclarado esto, la contrapartida: el peronismo poco y nada hizo en la lucha por los Derechos Humanos en general, especialmente en el nefasto período totalitario y en los primeros años luego de la restauración de la Democracia, y más que nada focalizando en quienes se erigieron en los supuestos paladines del tema. Es decir, el kirchnerismo. Está probado que nunca movieron un dedo ni presentaron ni un hábeas corpus. Y ya se sabe qué hacían desde su búnker santacruceño en aquellos años de plomo.

Aclarado lo anterior, sigamos con la película, que focaliza en un proceso judicial histórico que nunca contó con el apoyo explícito del justicialismo ni con su integración a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, creada por Alfonsín el 15 de diciembre de 1983 con el fin de investigar las violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por la dictadura militar, que concluyó con la entrega, el 20 de septiembre de 1984, del informe final que fuera la base principal para el histórico juicio a las Juntas en 1985, cuando el sector militar todavía pisaba fuerte y se temía un nuevo golpe en cualquier momento. No era fácil asumir la responsabilidad acusatoria. Y si hoy podemos ubicar al fiscal Julio Strassera en la categoría de casi un héroe fue porque pudo sobreponerse a sus debilidades y sus propios miedos, y decirles, en su alegato final y en la cara de los genocidas acusados -que nunca pararon de amenazarlo-, todo lo que pensaba, consiguiendo sus condenas, hasta el indefendible indulto menemista. Por ello, incalificable que Néstor Kirchner lo acusara de ser un “fiscal de la dictadura”. Claro, el austero y ejemplar Strassera, por su parte, decía que Perón fue un dictador, que los Kirchner eran ladrones y mentirosos, y que Cristina Fernández no era realmente abogada. Imposible que estos personajes le tuvieran simpatía.

Ahora bien: ¿Dónde están en el filme Ernesto Sábato, Graciela Fernández Meijide, Magdalena Ruiz Guiñazú? ¿Por qué no lo muestran nunca a Raúl Alfonsín? ¿Por qué dan por cierto los 30 mil desaparecidos cuando todavía no era un tema de discusión? ¿Por qué el éxito de la investigación de la fiscalía se atribuye al trabajo de unos cuantos entusiastas jóvenes que colaboraron con Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo y no con el inestimable e imprescindible aporte de la Conadep, que diera lugar a ese inobjetable trabajo llamado “Nunca más”? ¿Por qué en los créditos le agradecen a Néstor Kirchner y al perro Horacio Verbitsky? Hasta ahí los interrogantes. Sólo algunos. Pero no por ello se pierdan de ver “Argentina, 1985”. Un peliculón. Que nunca afirma ser un documental y que por tanto otorga libertad creativa a sus narradores. Las objeciones van por otro carril y las opiniones publicadas han sido numerosas, diversas y contradictorias. No hacen falta más. Sólo resta agregar que no hay que ser muy agudo para ver que la “estructura ausente” del filme es parte de lo que se conoce como el “relato K”.

Hasta aquí un debate nacional a partir de un gran objeto cultural como el cine. Pero faltaba la tele, que no es menos importante, aunque hoy día se sabe que casi nadie mira televisión en vivo, y mucho menos de aire, con ratings bajísimos y con un grupo etario volcado al streaming y a las redes sociales. Pero, ¿saben qué? Volvió “Gran Hermano” a la televisión argentina, por la pantalla de Telefé, tras el fracaso de “¿Quién es la máscara?” y la mediocre versión autóctona de “La Voz”. Un programa que atrasa, “Gran Hermano”, de dudosa credibilidad. Un reality con un esquema muy básico pero que en nuestro país todavía atrae. Ya todos saben que está inspirado en Orwell, de los sucesivos ganadores y de sus personajes más destacados, entre tantos participantes vagos sin rumbo ni destino. Reaparecieron frases y palabras indigeribles como “estás nominado”, complot, estrategia, afinidad, alianzas, “historias de vida”, “hermanitos” y escatología de todo tipo. Y entre su variopinto grupo, se posicionó un pelafustán de cuarta categoría, Alfa, un sesentón infumable e invasivo, agresivo y ególatra, que buscó destacarse en la emisión 24 horas por Pluto TV afirmando que conocía muy bien al presidente Alberto Fernández, desde hace 35 años, y que el mismo lo habría coimeado reiteradas veces. ¿Para qué? Bastó que alguien del gobierno nacional se enterara de algo que quién sabe cuántos podrían haberlo mirado para que apareciera la inefable portavoz presidencial Gabriela Cerruti, amplificando los dichos, y amenazando con demandar a este pobre infeliz, a la producción de Gran Hermano y a Telefé. Obviamente no faltaron ridículas teorías conspiracionistas, desde que Alfa fue puesto por un canal norteamericano para arruinar la imagen de Alberto Fernández hasta la fantasía paranoica de que todo se trata de un gran complot oficial para potenciar GH en detrimento de Canal 13, Clarín y Magnetto. Un disparate propio de un país grotesco que se descompone.

Podríamos imaginarnos una instancia de mediación entre Alfa y Alberto, con ambos gritándose y con el primer mandatario pegándole un pechazo similar al que le propinara a un pobre jubilado tirándolo al suelo, poco antes de asumir la primera magistratura. Un espectáculo así sería lo que nos merecemos. Con un Alberto Fernández que no parece en condiciones de diferenciar entre calumnia e injuria, y que habla de él mismo en tercera persona, sin autoridad moral para “defender” su honestidad toda vez que fue un insistente violador de sus propios restrictivos decretos en plena cuarentena estricta. Si, como cantaba Gustavo Cerati, hasta parece que tiene “Sobredosis de T. V.”, esa que decía “Estoy desesperado. Soy tan vulnerable a su amor. Ella ya se ha ido. Un hueco en mi habitación. Mis manos siguen frías. He perdido la fascinación. Sus rasgos son escombros. Detienen mi respiración. ¡Acuéstate! ¡Levántate! No puedo seguir así, oh no. ¡Apágalo! ¡Enciéndelo!”

Alberto, estás nominado. Ya quedaste en placa. Y es un final anunciado. Aunque la Gala de Expulsión siga siendo recién para el 10 de diciembre de 2023.

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