¿Por qué el fútbol es tan exitoso?

Va mi respuesta en lenguaje de cancha: porque la gente no le rompe las pelotas al fútbol como sí le rompe las pelotas a otras actividades. Va ahora la explicación técnica. El fútbol es, primero que nada, un negocio exitoso y productivo que crea mucho valor.

Adidas no vende porque Messi gambetea, sino que Messi gambetea porque Adidas vende. La gente se mueve gracias a incentivos –sin perspectiva de beneficio, no hay acción– y el fútbol presenta muy interesantes incentivos económicos. Existe una inmensa estructura comercial, empresarial y publicitaria que eleva los beneficios de una larguísima cadena de capital y mano de obra. Desde la estrella que cabecea el gol, hasta el obrero que cose las pelotas. Desde el iluminador del programa deportivo hasta el psicólogo que les enseña a los jugadores a enfrentar un penal. Toda la serie productiva gana gracias a que el fútbol es, principalmente, un negocio. No hay nada de malo en eso. Todo lo contrario.

Pero además, el fútbol tiene una ventaja extra. Aún los más aguerridos enemigos del mercado, permiten sin chistar que capitalismo y globalización operen a gusto en el fútbol. Esto explica su éxito. Bienes y personas cruzan fronteras sin problemas y la competencia es intensísima

Mientras que en otras actividades (casi todas) el pensamiento anticapitalista dicta por ejemplo que hay que abastecer el mercado interno en lugar de proveer al mercado exterior, a ningún trasnochado se le ocurre que debería aplicarse una retención o una prohibición a la exportación de jugadores para que nuestro fútbol local sea mejor. Se entiende –y se acepta– que las ventajas comparativas de otros países los hacen más atractivos y nadie se embandera de nacionalismo zonzo. Paradoja: está bien exportar jugadores, pero no está bien exportar ingenieros, trigo o carne. También se acepta sin quejas que vengan jugadores de países limítrofes a competir en nuestros clubes, cuando si se tratara de obreros de Paraguay o comerciantes de Bolivia, todo mundo sostendría el mito de que “vienen a quitar los puestos de trabajos de los argentinos”.  El fútbol acepta la constante competencia y la eficiencia como única guía. Esto que tanto bien haría en el resto de los sectores económicos, sólo se acepta respecto a la pelota.

El fútbol es altamente competitivo y a todos nos gusta que así sea. Imaginen un sindicato que dicte que los futbolistas deben ser pagados o sostenidos según su antigüedad. O que se le otorgue estabilidad una vez que un jugador sea contratado para un equipo sin importar si sirve o no, como sucede en el empleo público y en varios sectores privados. Sería ridículo. El fútbol operaría con una lógica de darwinismo al revés (la sobrevivencia del menos capaz) y se desincentivaría la competencia. Terminaría siendo un embole. Habría jugadores que cada vez jugarían peor, total daría lo mismo esforzarse o no (como en la Administración Pública). Esta verdad tan bien entendida en el fútbol es sin embargo denostada en el resto de las actividades.

En el fútbol tampoco se critica el ánimo de lucro, productor de riqueza. Si un estanciero gana dinero, se lo critica. Si un tipo lo hace pateando la pelota, se lo admira. Rarezas que permiten que el fútbol florezca. Aún el Mundial –acaso el evento más importante del capitalismo global– emociona sin pudor a personas de izquierda, que olvidan por un momento que el fin último es vender anticaspa o tarjetas de crédito. Concluyo: el fútbol funciona porque es un deporte apasionante, pero fundamentalmente porque es un negocio exitoso donde capitalismo y globalización no se discuten, se disfrutan. 

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