Chile en su laberinto

El país trasandino vive una tensa calma. ¿Se ajustarán algunos tornillos y Chile seguirá en su camino de desarrollo? ¿O es el principio del fin para "el modelo chileno"? El miedo de "terminar siendo Argentina".

Por Alejandro Bongiovanni (@alejobongio)

A partir del Acuerdo por la Nueva Constitución, Chile vive un período de tensa calma, habiéndose replegados los movimientos violentos y sosegado las manifestaciones ciudadanas. En pocas semanas, la sociedad chilena deberá enfrentar un plebiscito que incluirá dos partes. La primera, le preguntará si quiere o no reemplazar la Constitución de 1980, una pieza legal que no le ha impedido a Chile lograr un desarrollo económico y social asombroso, pero que para no pocos chilenos tiene un intolerable defecto: el haber emergido durante la dictadura.

La segunda parte del plebiscito les dará a optar por si la nueva carta magna deberá ser redactada por una convención mixta constitucional o por una asamblea constituyente. Los números actuales –si bien el rechazo ha aumentado– parecen casi con seguridad encaminados a que Chile elaborará una nueva Constitución.

Hace 90 días, América Latina y el mundo se sorprendieron al ver que el mejor país de la región tuviera gente en las calles encadenando demandas heterogéneas –entre las que se mezclaban legítimas con ilegítimas, razonables con disparatadas– en un movimiento civil desbordante y feroz.

El país que logró en 30 años de democracia que una pobreza que superaba el 60% colapse a un dígito, que multiplicó por 5 su ingreso per cápita haciendo emerger la clase media chilena, fue sumido en días de caos y fuego.

Desde cualquier otro país de la región, los números chilenos son envidiables, no sólo en materia de producto y crecimiento. Su índice de desarrollo humano, su nivel de cobertura educativa, su esperanza de vida al nacer, muestran guarismos de alto rendimiento. Incluso en materia de desigualdad económica, el tan mentado tema, Chile no va tan mal como se percibe, habiendo reducido su desigualdad de 57,2 a 46,6 en el índice de Gini en los últimos 30 años, y es un país con menos desigualdad que Colombia, Panamá, Costa Rica, Brasil o México, por ejemplo.

Pero la desigualdad económica acaso no baste para explicar lo que pasó. Lo primero que le pregunta un chileno a otro cuando se conocen es a qué colegio asistió, para saber si pertenece o no a su clase socioeconómica, me comentó una vez un amigo trasandino. Una encuesta del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo muestra que entre las cuestiones que más molestan a los chilenos está la desigualdad en materia de trato; que el respeto y la dignidad en el trato sea muy disímil según el nivel socioeconómico. Si bien en todas partes existe cierta segregación social, acaso en Chile se percibe que es demasiado marcada y que se nutre de algunas barreras invisibles. Muchos chilenos aducen que el poder político, por ejemplo, rebota mayormente entre un número de familias tradicionales. El pedido de “meritocracia” por parte de la sociedad chilena acaso a apunte a eliminar ciertos privilegios que se perfilaron siempre como dados por parte de la clase política.  Los servicios públicos, por su parte, presentan profundas diferencias según a zona, que van de muy eficientes a regulares (no a inexistentes, como en Argentina), y esto es otra cuestión que parece molestar mucho.

Por lo pronto, mientras se cuentan los días hacia el plebiscito, el gobierno chileno está presentando iniciativas que pretenden tanto responder a las demandas sociales (Pilar solidario, Transporte Adulto Mayor, FONASA y Medicamentos, Ingreso mínimo garantizado, Ley Apoyo Mipymes) como afianzar el estado de derecho y el monopolio de la fuerza estatal (Ley Anti Encapuchados, Estatuto Protección a Carabineros, Ley Protección de infraestructura crítica, Ley Antisaqueos y Antibarricadas).

Algunos son optimistas. Creen que lo peor ya pasó y que la propia sociedad chilena tomó nota de lo grave que resulta que las demandas sociales se transmitan por fuera de los canales institucionales, de forma violenta y anti democrática. Suponen que al ver que funciona el cable transmisor de la ciudadanía a la política, las manifestaciones se disolverán. “El 78% de los chilenos nos están pidiendo acuerdos” afirmó el Embajador de Chile, Nicolás Mockeberg, en un desayuno en Fundación Libertad. “La sociedad quiere que el modelo chileno siga funcionando”.

Otros tienen una mirada más escéptica. Creen que las manifestaciones son sólo la apertura de una grieta en la represa del modelo chileno. Que hay una cifra negra de descontento, un creciente latir antisistema y anticapitalista que no se percibe en las encuestas ni en las urnas. “Chile ha comenzado así a transitar el camino para convertirse en Argentina” dijo el chileno Axel Kaiser, director de la Fundación para el Progreso.

¿Cómo Argentina pasó de ser un país desarrollado a ser el ejemplo temido de Chile? Eso es otra historia.

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