En Santa Fe votar puede salvarte la vida

Las elecciones del próximo 16 de junio serán la oportunidad de votar pensando en preservar la vida. No es un tema menor la corrupción bajo el modo de nepotismo. Pero, siempre, lo más importante es la vida.

Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista / @FILOROCKER

Para otra ocasión dejaremos el debate sobre el voto obligatorio en la Argentina. Algo que realmente, a nivel internacional, atrasa varias décadas. Aunque esta vez será de vital importancia concurrir a votar en las elecciones provinciales santafesinas del próximo 16 de junio, especialmente en lo que tiene que ver con el cargo de gobernador de Santa Fe y el de intendente de Rosario.

Ese domingo será “Un día de emoción”. La Posmodernidad planteaba el final de la creencia en un progreso infinito a través de la Razón. Todo ello tuvo traducción política en Santa Fe. Y puede ser anticipatorio de lo que sucederá en pocas semanas. En 1995 el historiador rosarino Luis Sánchez publicaba “Un día de emoción”, abordando en dicho ensayo lo que fuera la crisis de representatividad política santafesina de algunas expresiones partidarias, que propiciara una remozada forma de hacer y encarar este ejercicio ciudadano, y el surgimiento (o consolidación) de nuevas voces organizadas, quizás como presagio de lo que sería, primero en Rosario (tras la inaugural experiencia de Héctor Cavallero), con el advenimiento de Hermes Binner en la intendencia, dejando así atrás lo que fuera el PSP, para ir configurando el actual Partido Socialista, con sus preliminares aciertos, su renovada imagen de entonces, y unas características propias que lo distanciarían de la manera tradicional de hacer política. Generalmente para mal, y ello con mayor intensidad con quien hace un par de años alcanzó triste celebridad nacional por sus repudiables afirmaciones de corte racista, es decir Antonio Bonfatti gobernando Santa Fe, a la luz de lo que fue el abordaje oficial de la cuestión de la inseguridad a lo largo de toda la provincia, dejando un tendal de muertos, que pretendían justificar con argumentos desopilantes e insostenibles. Y que con el cambio de mando, pero siempre dentro del mismo Frente Progresista y del socialismo, ahora con Miguel Lifschitz a la cabeza, tras un aparente y control de este fenómeno, todo volvió al caos y descontrol conocidos.

Más de veinte años después, Jaime Durán Barba aborda conclusiones similares a las de Sánchez. En “La política en el siglo XXI” afirma que “Cuando se comunica un mensaje, los ciudadanos no aprenden racionalmente los conceptos, sino que ‘sienten’ los significados”. Y agrega: “cuando se pregunta algo a los encuestados, estos responden lo que piensan, pero al momento de votar hacen lo que sienten que deben hacer”. Y más adelante: “si sentimos que debemos votar por alguien… es difícil que cambiemos de posición porque alguien nos convence con argumentos racionales. Votaremos por el candidato que nos gusta, a menos que nos impacten otros elementos de comunicación que también sean emocionales”. Todo dicho.

Volviendo a “Un día de emoción”, el texto apuntaba a aquellos eventos eleccionarios en los que el acontecimiento mismo se contraponía con los procesos y sus secuencias lógicas. Como un hecho, un fenómeno, que se agota en sí mismo. Y en el que se apela, intencionalmente, a silenciar la razón para dar paso a las emociones. Las cuales no han tenido buena prensa a lo largo de la historia del pensamiento. Tal vez porque generalmente se vinculan con lo más irracional de nuestros actos, elecciones y decisiones, manipulaciones mediante. Y porque las emociones siempre dan paso al deseo. De lo que no se tiene. Emociones que, extrañamente, el Socialismo siempre adjudica a sus adversarios políticos.

Conviene recordar que, en ese terreno, el socialismo santafesino fue el que, en su momento, hizo la mejor lectura de su coyuntura. Llenó el vacío con una parafernalia cultural que instalaba islas de encuentros, de inventos, calles recreativas, bicisendas y un conjunto de actividades totalmente prescindibles, pero que entretenían y desviaban la atención de los problemas que generaban una acción de gobierno que rápidamente se volcó a prácticas que, como el manifiesto nepotismo y el supuesto peculado, fácilmente hubiesen podido calificarse de corruptas. Nada de ello ocurrió. Ni siquiera los reiterados desaciertos y desatenciones provocaban que se hiciera foco en lo que no se hacía bien o en lo que se realizaba mal. Y al no haber una perspectiva crítica y sistematizada que enfrentara el colapso inminente, el socialismo podría haber continuado en el poder casi indefinidamente. Pero apareció un fenómeno imprevisto, que se les descontroló: la inseguridad. Creciente y dislocada. Y con ella, la sospecha, imposible de probar, de un estrecho vínculo entre el gobierno y el narcotráfico, a partir de un razonamiento muy simple: era impracticable que el narcotráfico pudiera instalarse en territorio provincial sin el acuerdo o la vista gorda del ejecutivo. Vale recordar en este punto y esa dirección algunos hitos. Se sucedieron así los balazos a la casa de Bonfatti. La prisión del exjefe policial Tognoli. El asesinato aún impune del comisario Morgans. La Mac de Medina. Y las conductas del entonces secretario municipal Escajadillo, sumado al impresionante récord de asesinatos en el marco de una inseguridad creciente y nunca dominada –constituyendo ello un pequeño gran holocausto-, agregado a que las declaraciones de los más altos funcionarios apuntaban siempre a señalar como ridículo e indigerible motivo principal de esos homicidios a “conflictos interpersonales” y de vecindad, que fueron moviendo todo el tablero de la opinión pública. Y haciendo que la ofensiva denominación porteña de “Narcópolis” a Rosario muchos la aceptaran sin grandes discusiones, y que pensar a Santa Fe como una gran “zona liberada” no pareciese exagerado.

Todo lo apuntado nos lleva de nuevo a pensar en las emociones, como necesidades insatisfechas que deben englobarse, electoralmente hablando, con vocablos asociados a lo deseado, y que sean de difícil conceptualización, tan abstractos como democracia, libertad, justicia, pero que todos anhelamos. Y gobernando, entre un “relato” propio, con elegidos slogans. Recordémoslos: “Seguimos siendo el cambio”, querían convencernos. “Santa Fe avanza”, afirmaban. Hoy el lema oficial cambió a afirmaciones inaceptables y ofensivas del tenor “Tus mismos valores”. Con una escala axiológica preocupante. O “El valor de los hechos”, casi una confesión de sus culpas. Con la proximidad del domingo 16 de junio la extensa hegemonía socialista parece estar llegando a su fin.

Uno de los más esclarecedores trabajos sobre la culpa lo desarrolló el filósofo contemporáneo Karl Jaspers en “El problema de la culpa”, publicado como reflexión sobre el comportamiento pasivo del pueblo alemán durante el Holocausto nazi, al que le atribuía un grado de responsabilidad por no haber hecho nada para oponerse a un estado, aún por sobre la excusa de considerarse sometidos al poder hitleriano, no haciendo nada por rebelarse. Similar, en su momento, a Antonio Bonfatti o Mónica Fein, por no hacer lo debido o permitir lo sucedido.

Jaspers estableció cuatro tipos de culpa. La Culpa criminal, que es la que tienen todos aquellos responsables de infringir las leyes, como las que condenan cualquier violación a los derechos humanos. Estas personas deben ser debidamente procesadas a nivel judicial. La culpa moral la sostiene toda persona que, con sus acciones u omisiones, lesione gravemente a otra, debiendo ser juzgado por su propia conciencia. La culpa política surge de los actos del gobierno, cuando también por acción u omisión se involucran en graves violaciones a los derechos humanos. Por último, la culpa metafísica alude a nuestra responsabilidad solidariamente humana por toda injusticia que sucede en el mundo. Según esta culpa, si no actuamos, pudiéndolo hacer, para impedir una injusticia, nos hacemos igualmente responsables. Para Jaspers, todos seríamos responsables por todos los crímenes cometidos en el mundo, pero “especialmente por los crímenes que se cometen en su presencia o con su conocimiento. Cuando no hago lo que puedo hacer para evitarlo, soy cómplice”.

Todo lo precedente introduce en la hipótesis de que el socialismo santafesino, y sus principales gobernantes, como lo fuera Antonio Bonfatti gobernando en provincia entre 2011 y 2015, y como continúa siendo Mónica Fein como intendente en Rosario, son culpables, tanto morales, como políticos y metafísicos, según el planteo de Jaspers. Culpable Bonfatti, en el citado sentido, de millares de asesinatos en Santa Fe en el marco del descontrol gubernamental sobre la narco violencia y la inseguridad generalizada, y culpable Fein de la recordada tragedia de calle Salta y la de los juegos de diversiones del Parque Independencia. Y culpables ambos (acompañados en esto por Binner y Lifschitz) del nepotismo extremo con que caracterizaron (y así siguen) sus gestiones de gobierno. El nepotismo, que no ha estado tipificado como delito pero sí observado por la ética política, es una forma de corrupción, que no preocupa, no espanta, no moviliza. Estamos insensibilizados ante ella. Ese es el balance que puede hacerse de algo más de tres décadas con el Socialismo administrando Rosario y doce años gobernando Santa Fe. El Socialismo es culpable. Son culpables de no hacer nada, o de ocuparse demasiado, pero desviándose de los objetivos fundamentales que debe tener como guía cada gobernante. Y está a la vista que ni lo reconocen ni muestran arrepentimiento. Es verdad que los electores que los votaron y toleraron comparten una cuota de esta culpa. Para algunos ya es momento de pensar en resolverlo. De la única manera aceptable. En las urnas, claro.

No menos cierto es que la prolongada situación de inseguridad en la que estamos sumergidos hace que en Rosario vivamos permanentemente con miedo. Es que los asesinatos se suceden. Nada cambió en Rosario este 2019. Por el contrario, todo va empeorando. Y el récord anual sigue aumentando. Los rosarinos hemos modificado nuestras costumbres. La vida social nocturna se fue reduciendo y diluyendo hasta límites impensados. Se vive con miedo, a toda hora. Y el gobierno socialista no hace ni nunca hizo nada por resolverlo, aparte de pretender transferir responsabilidades. En Rosario, aunque lo nieguen, lo disfracen o lo minimicen, se convive con el miedo. Y mientras desde el socialismo santafesino más se afanaban por hacernos creer que podríamos parecernos a Barcelona, más nos aproximamos a la Medellín de Pablo Escobar.

Tenemos altos funcionarios que se ofenden cuando escuchan “zona liberada”. “Ciudad liberada”. “Provincia liberada”. “La ciudad de los Monos”. “Rosario, capital nacional de la inseguridad y el narcotráfico”. “NarcoSocialismo”. En vez de que ello fuese la motivación para realizar lo que no hacen, o para renunciar por el reiterado fracaso. Sin embargo, personajes como el ineficaz ministro Pullaro ya se aseguraron su puestito en la Legislatura provincial.

Por si todo fuera poco, cuesta creer cuando desde las esferas oficiales se insiste con “Rosario, ciudad turística”. En el mismo territorio en que se cumple la denuncia de Gabriel Marcel con su tesis del Fenómeno de Abstracción, donde los habitantes de Santa Fe sólo somos categorías, números, cantidades, estadísticas. Más de 70 muertos de enero a mayo de 2019. Rosario, una ciudad turística”. Y más allá de la infraestructura hotelera, que sí existe y que en algunos casos es buena y recomendable, hotelería sin viajeros interesados en cantidad adecuada, es casi lo mismo que nada. Y los datos de Turismo municipal en cuanto a movimiento de pasajeros no resultan confiables. ¿A quién podría interesarle, por puro gusto, venir a pasear por la ciudad que no para de romper récords en cuanto a violencia, a inseguridad, a asesinatos? Quisiéramos vivir sin motochorros, sin entraderas, sin sicarios, sin marginales psicópatas sueltos. Sin fuerzas de seguridad corruptas ni gobernantes sospechosos o incapaces. Así como vamos, sin un cambio, todo puede ir peor.

En Santa Fe resignamos dinero pagando impuestos, y libertad aceptando leyes, y se espera sea retribuido, mínimamente, por parte del Estado que recauda y limita, con seguridad para nosotros. Si así no lo realiza, ese incumplimiento se constituye en que lo cobrado se convierte en una exacción, en una confiscación. Como asimismo la existencia de estructuras oficiales que no justifican tal gasto. Por caso, el ministerio de Seguridad, que tanto en la gestión de Antonio Bonfatti y en la actual de Miguel Lifschitz lo que menos se hizo, considerando la cantidad de asesinados en los que va de los últimos años, fue garantizar la seguridad y tranquilidad de sus gobernados. Y no sólo eso. Además de preocupante, es indignante la actitud general de Maximiliano Pullaro, quien ha exhibido ineptitud extrema para estar al frente del ministerio de Seguridad. Y cierto nivel de hipocresía. Algo en lo que no es muy diferente de su predecesor Raúl Lamberto.

Los asesinatos se suceden. Los atentados y amedrentamientos hacia el poder judicial santafesino van in crescendo. Nada cambió en Rosario este 2019. Terminamos mayo, y nada cambió. Todo va peor.

También consideremos lo siguiente: el gremialismo argentino llevó adelante la quinta medida general contra la política económica de Mauricio Macri. En Santa Fe llama la atención cómo el sindicalismo local cierra la boca ante la inacción del gobierno socialista frente a la violencia, la inseguridad y el narcotráfico. Reitero: que las acciones gremiales tengan un trasfondo político es más que saludable. Pero cuando todo se reduce a una mera acción partidista, empiezan a desbarrancar.

Vivimos en la provincia de Santa Fe, y en mi caso, en la querida ciudad de Rosario. Y este sindicalismo local y regional, seguro que legítimamente, se preocupa sólo por la situación económica de los trabajadores. Pero sin entender (¿realmente sin entender?) que si a sus afiliados los pueden matar como a moscas, convirtiéndose nada más que en un frío número de estadísticas, a nadie le importará el motivo de sus reclamos. Simplemente porque es obvio que nada importa más que estar vivo. Señores sindicalistas: primero la vida. Después viene todo lo demás. No sean cómplices.

Por todo ello, es fundamental ir a votar el 16 de junio. Y votar con inteligencia. Sondeos serios recientes hoy muestran ganador al candidato Omar Perotti. Votar a Bonfatti para no votar al peronismo, por puro gorilismo, propiciando cuatro años más de esta dirigencia inepta sería una de las estupideces electorales más grandes. Además, lo que se vota en Santa Fe no es ni macrismo ni kirchnerismo. Se vota por una agenda propia vinculada directamente con buscar resolver la inseguridad y la violencia. Para la otra cuestión habrá que esperar hasta octubre.

Por último: esta vez tanto Omar Perotti como José Corral deberán estar especialmente atentos a lo que será el rol de monitoreo de sus fiscales de mesa, habida cuenta de la nunca confirmada pero extendida sospecha de que en 2015 habría existido un fraude electoral que posibilitó el exiguo triunfo de Lifschitz.

Sí, en Santa Fe votar, y elegir bien, puede salvarte la vida.

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