Repetir o no repetir: esa no es la cuestión

La nueva gestión educativa en Santa Fe derogó la norma que eliminaba la repitencia en la Escuela Secundaria. Analicemos el tema.

Por Alicia Pintus – Filósofa y Educadora . @AliciaPintus 

La reciente gestión ministerial educativa provincial derogó la normativa de la conducción anterior que permitía que los estudiantes de nivel secundario pudieran promover al curso superior adeudando más de dos asignaturas, de modo tal que eliminaba la posibilidad de repetir. En una reducción al absurdo, un estudiante podía promover de primero a quinto año sin haber aprobado ninguna asignatura de los cinco años de la escuela secundaria.

Esa norma que daba lugar a la no repitencia fue ampliamente criticada por distintos sectores. Los argumentos iban desde la consideración ética de que fomentaba en los adolescentes el facilismo, el desinterés y la apatía por el aprendizaje hasta discusiones en torno a epistemología y currículum, y las lógicas de correlatividad de contenidos. Se mostraba que en algunas áreas o disciplinas es muy dificultoso avanzar si no se tienen consolidados saberes previos imprescindibles para la internalización de los siguientes, como en el caso de la Matemática, y disciplinas que tienen una estructura basada, derivada o vinculada con la Matemática. Entonces, pasar al año siguiente, sin tener consolidados los saberes mínimos del ciclo anterior, implicaba un obstáculo grave para la enseñanza y el aprendizaje.

¿Por qué se decidió, en la gestión anterior, eliminar la repitencia? Las conjeturas parecían bastante obvias. Muchos estudiantes repetían, se desgranaban o desertaban de la escuela, intensificado ello por la suspensión de clases presenciales durante la prolongada cuarentena y por las dificultades de aprendizaje que se detectaron en la pospandemia.

¿Habían aprendido lo que tenían que aprender durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio? ¿Alcanzó para compensar la ausencia de presencialidad con las medidas de Enseñanza Remota de Emergencia que se pusieron en práctica de modo bastante desorganizado y diverso? Las autoridades hacían silencio. Los equipos directivos y docentes sabían que el aprendizaje se había fracturado, aunque no tuvieran estadísticas ministeriales oficiales.

Así que para resolver el problema de aprendizaje que era evidente para quienes estaban en el territorio, las autoridades educativas anteriores eliminaron la repitencia. También generaron con el formato de una prueba piloto una especie de “academia de profesores particulares” para que prepararan a los estudiantes que tenían más dificultades. Eso fue lo que se hizo: intentar esconder los problemas eliminando restricciones o duplicando lo que no funcionaba. Es claro que el que los estudiantes no repitan no significa que hayan aprendido lo que tenían que aprender.

Repetir o no repetir: esa no es la cuestión.

La Escuela Secundaria exige una discusión integral. Requiere una revisión de sus fundamentos y su finalidad hasta su implementación en el contexto actual, pasando necesariamente por definiciones acerca del qué aprender y el cómo enseñar. Si el debate sobre el sistema de evaluación y acreditación formal se da aislado, entonces desvirtúa y oculta las problemáticas reales que históricamente vienen afectando al nivel.

Sin dudas que es importante examinar las condiciones por las cuales un estudiante promueve al curso siguiente o debe repetir. El criterio cuantitativo de dos asignaturas previas posiblemente sea obsoleto y responda a un modelo de Escuela Secundaria enciclopedista de mediados del siglo XX, con saberes atomizados, distribuidos en grillas superpobladas de asignaturas que funcionaban como compartimentos estancos, desvinculados entre sí y de espaldas a las experiencias y las transformaciones de un mundo que ha cambiado aceleradamente. Pero cambiar la formalidad de la evaluación o devolverla a su estado anterior no resuelve la problemática sustantiva: ¿Para qué sirve la Escuela Secundaria hoy?

Ni las familias ni los estudiantes parecen encontrarle el sentido a la Escuela Secundaria, más allá de que siendo obligatoria es un paso que debe ser transitado para llegar a la etapa de los estudios superiores, que preparan para la inserción laboral. Cada vez son menos quienes egresan del nivel medio en tiempo y forma, y es una élite minoritaria la que accede al nivel superior, ya sea universitario o no universitario. Todo esto ocurre, paradojalmente, en una época en la que se precisan mayores credenciales educativas para trabajos menos calificados. ¿Qué estamos haciendo con la educación de las generaciones más jóvenes? Seguimos discutiendo banalidades y haciendo pseudo-reformas superficiales, que no se comprometen con el debate y la transformación que demanda un nivel de fuertes tensiones, complejidad y dinamismo como lo es la Escuela Secundaria.

Las reformas curriculares son siempre un territorio de controversias y luchas. No hay decisiones epistemológicas sobre los contenidos que sean inocentes y asépticas desligadas de lo ideológico y de las líneas de la política educativa que decide llevar adelante el gobierno de turno.  El currículum escolar no es un arquetipo universal, eterno e inmutable, fuera del tiempo y el espacio. Es un recorte socioculturamente situado de los saberes que se supone va a necesitar una persona que egrese de ese nivel educativo para insertarse en el contexto extraescolar. Ese recorte se produce como resultante de una decisión en la que confluyen, entre otros, los conocimientos validados como verdaderos por la comunidad científica, articulados con las líneas políticas pedagógicas que se definen desde la política educativa, y que luego se especifican en niveles jurisdiccionales e institucionales hasta llegar al aula, donde los criterios profesionales de los equipos docentes lideran la implementación efectiva.

Esas reformas seguramente impactarán en la configuración de la estructura o grilla curricular. Pueden darse muchas variaciones: asignaturas que se suprimen, que modifican en más o menos sus cargas horarias, que cambian de lugar en la secuencia de los años que se ha establecido para la duración del nivel, nuevas asignaturas que necesitan crearse para las cuales no hay perfiles docentes formados, y muchas otras mutaciones posibles, hasta pensar en una organización totalmente diversa de la existente, que sigue manteniendo casi el espíritu medieval del trivium y el quadrivium. Cuando esas reformas se aproximan a discusiones de ese tipo aparece otro actor más en escena: el trabajo docente. ¿Cómo afronta un Estado el sostenimiento de los cargos docentes a la vez que se permite la mejor transformación posible de lo que debe ser la formación de los adolescentes de la Escuela Secundaria?

Sí, así es en efecto, también hay una discusión que no es meramente académica, por decir de supuesta neutralidad axiológica y epistemológica. Se pone en juego el presupuesto educativo y el financiamiento que debe contemplarse a la hora de pensar en un cambio profundo y esencial.

Pensemos en un ejemplo de asignaturas han desaparecido. En un tiempo que nos resulta casi remoto, cuando no existían medios mecánicos fiables para guardar registro preciso de determinados actos de habla, la estenografía (ese sistema de escritura rápida a través de símbolos y abreviaturas) era un saber fundamental. Todavía se la utiliza, como registro taquigráfico para reducidos ámbitos, pero ya no se enseña más en las escuelas desde hace varias décadas. ¿Qué pasó con esos profesores de Estenografía? Se habrán reconvertido, se habrán mantenido en otras funciones hasta el cese por jubilación, o lo que haya resuelto el Estado en aquel momento.

¿Es que los estudiantes tienen que seguir aprendiendo cosas que no les sirven para el presente o el futuro porque no se puede hacer una reforma educativa seria?

¿El Ministerio de Educación existe porque hay alumnos? ¿O los alumnos existen para que haya Ministerio de Educación? Un sistema educativo formal tiene un solo sentido que es su destinatario privilegiado: sus estudiantes. La razón de ser de un Ministerio de Educación son los estudiantes. Sin estudiantes no hay sistema educativo.

Alguna vez deberíamos entenderlo, dejar de discutir tonterías y de hacer cambios superficiales, atomizados y descontextualizados, con afán de propaganda política y marketing, para afrontar que quienes ahorran en Educación, invierten en ignorancia, y dejan a las nuevas generaciones sin futuro, que claramente es dejarnos a todos sin esperanzas.

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