Para frenar a las tucuras

El bloqueo comercial impuesto por Estados Unidos a Cuba durante más de 50 años generó, entre otros aspectos, la necesidad de los isleños de desarrollar sus propios insumos para la agricultura. Algunas de esas investigaciones se concentraron en la generación de productos biológicos, como alternativa a los agroquímicos. Hoy, esas tecnologías podrían llegar a la Argentina para combatir una de las plagas más importantes que afecta a los cultivos: las langostas.

En este sentido, actualmente se están realizando acciones conjuntas entre ambos países en el marco de un proyecto del Fondo Argentino de Cooperación Internacional (FO.AR), que suma los esfuerzos del Servicio Nacional de Calidad Agroalimentaria (Senasa), la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) y el Instituto de Investigaciones de Sanidad Vegetal (INISAV) de La Habana, Cuba. Estas investigaciones apuntan a introducir el uso del control biológico en el manejo de las langostas de manera intercalada con los agroquímicos, para reducir los riesgos de aparición de resistencias y el impacto negativo del uso excesivo de plaguicidas.

Con este objetivo, Marusia Stefanova y Jesús Jiménez Ramos, científicos del INISAV, llegaron recientemente a la Argentina con una agenda cargada que incluyó actividades en el Centro Regional de Investigaciones La Rioja y zonas de esa provincia que fueron afectadas por plagas de langostas, talleres en la FAUBA sobre el manejo agroecológico para la producción agraria sostenible, y recorridas en el Instituto de Botánica Carlos Spegazzini de la Universidad Nacional de La Plata y zonas del cinturón hortícola en los alrededores de esa ciudad.

“La Republica de Cuba está muy avanzada en la producción a gran escala de biocontroladores y bioinsecticidas. Incluso cuenta con un sistema de distribución eficiente hacia el productor, que adquiere estos productos a un muy bajo costo”, afirmó Eduardo Wright, docente de la cátedra de Fitopatología de la FAUBA e integrante del proyecto.

Para trasladar esta experiencia a la Argentina, el investigador de la FAUBA viajó a Cuba el año pasado junto a Héctor Medina, del Senasa. Allí se capacitaron en los laboratorios del INISAV en relación a la selección y caracterización de hongos empleados para el control de plagas, y desde entonces registraron varios avances que harían posible, en el futuro, el desarrollo y la llegada al campo de estas tecnologías en nuestro país.

Plaga nacional

La langosta representa un grave problema para la agricultura a nivel mundial. En la Argentina fue declarada plaga en 1964 y hoy persiste con un gran poder destructivo: A mediados de 2015 y en lo que va de 2016 se convirtió en una gran amenaza para todas las producciones agropecuarias de la Región Centro y del NOA, generando grandes pérdidas en las provincias de Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Catamarca, San Luis y Córdoba. “En nuestro país aconteció una explosión demográfica sin precedentes en los últimos 60 años. Gracias a los esfuerzos del Senasa y la colaboración de las provincias y el sector privado, la situación logró contenerse, pero la amenaza sigue latente”, indicó Medina.

Por su parte, Wright indicó que, si bien en Cuba la langosta no constituye una plaga, la experiencia que poseen sus investigadores para el control agroecológico sirve de modelo para aplicar en nuestro país. Además, adelantó que en la Facultad de Agronomía de la UBA ya se logró avanzar con algunos aislamientos de hongos que serían posibles biocontroladores de langostas. Los resultados se obtuvieron junto al investigador Sebastián Pelizza, del Instituto Spegazzini.

En el marco de estas investigaciones, los técnicos del Senasa son los encargados de monitorear la presencia de langostas en los cultivos y realizar las alertas para que, en caso de aparecer una plaga, se realicen las aplicaciones necesarias. Así se logró observar, en los últimos meses, un conjunto de langostas afectadas por el hongo Beauveria en montes naturales, que luego fue cultivado en el laboratorio.

“Estamos seleccionando estos hongos y evaluando técnicas de multiplicación con las metodologías que aprendimos en Cuba para aplicarlos en ensayos bajo condiciones de campo”, dijo Wright. Ahora se está analizando qué tipo de aplicación sería más conveniente desarrollar: si se va a tratar de un producto que se aplica sobre el insecto o un cebo para que lo consuma, por ejemplo.

La metodología utilizada para el proyecto FO.AR con los investigadores cubanos también se está aplicando al desarrollo de un proyecto Ubanex (financiado por la UBA) denominado “Manejo sanitario sustentable en una transición hacia la producción agroecológica de flores y hortalizas”. En la iniciativa participan docentes de la FAUBA, el Senasa, el INTA y la Secretaría de Agricultura Familiar del Ministerio de Agroindustria de la Nación.

“Estamos identificando los principales problemas sanitarios y analizando alternativas de manejo que suplanten, en lo posible, a los agroquímicos”, sostuvo Wright, y señaló: “En el caso de enfermedades, estamos trabajando junto a alumnos de grado y posgrado de la FAUBA con hongos benéficos del género Trichoderma, que estamos aislando en los mismos cultivos de los productores para su posterior selección y el desarrollo de una formulación que pueda se utilizada por los productos de manera sencilla y económica. Durante este año esperamos poder comenzar a realizar ensayos a campo”.

Las pruebas generan expectativas. Durante el taller a campo que brindaron los investigadores cubanos en Berazategui, asistieron 50 pequeños productores hortícolas que integran la asociación Unión de Trabajadores de la Tierra, y se mostraron muy interesados por la llegada de este tipo de tecnologías a la Argentina.

Uno de los aspectos relevantes del proyecto de cooperación entre Cuba y la Argentina para el desarrollo de productos biológicos para la agricultura se refiere a la llegada de estos insumos a los lotes de producción en todo el país. Para ello también se busca aprovechar la experiencia cubana en la materia.

Cada provincia de Cuba tiene un centro multiplicador de organismos benéficos para la agricultura, llamados Centro de Reproducción de Entomófagos y Entomopatógenos (CREE). Desde esos Centros, que incluyen hongos que son utilizados para combatir enfermedades, los bioinsumos son distribuidos a las distintas regiones del país, según la demanda de los productores y a muy bajo costo.

“En la Argentina estamos evaluando la posibilidad de implementar un sistema similar al de Cuba para desarrollar centros multiplicadores de agentes de biocontrol, en los cuales participe la FAUBA e instituciones de otras regiones del país como Senasa, la Secretaría de Agricultura Familiar y otras universidades nacionales, para llegar en forma directa a los productores”, concluyó. (Prensa FAUBA)

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