Mientras el Gobierno celebra anuncios de inversiones por 500 millones de dólares, el campo argentino —motor histórico de la economía— planea destinar unos 25.000 millones de dólares a la próxima campaña agrícola 2025/26. Sin embargo, detrás de esas cifras, persiste un dilema central que atraviesa a los productores: ¿qué hacer con la soja, un activo que actúa como refugio de valor frente a un peso argentino aún débil?
El exsecretario de Agroindustria, Néstor Roulet, describió esta situación con claridad: “La soja es como tener dólares”. Los insumos, los alquileres de campo y el gasoil —principales costos de la actividad— se cotizan a valor soja o valor dólar. Es decir, todo el esquema económico del agro está dolarizado en los hechos.
En este contexto, Roulet plantea la disyuntiva que enfrentan miles de productores: si todos los costos son en dólares o en soja, ¿qué sentido tiene vender la soja y quedarse en pesos argentinos? Más aún en un escenario de alta incertidumbre cambiaria, donde la inflación sigue siendo un riesgo y la brecha cambiaria podría volver a ampliarse.
La cuestión va más allá de una decisión individual: pone en evidencia las dificultades que enfrenta el Gobierno para lograr que el campo liquide su cosecha, algo clave para fortalecer las reservas del Banco Central y garantizar estabilidad macroeconómica.
Aunque desde el oficialismo se apuesta a un contexto de confianza y crecimiento, para los productores la lógica es distinta. Mantener la soja almacenada o negociarla directamente contra insumos resulta, en muchos casos, una estrategia defensiva frente a la volatilidad local. Vender para quedarse en pesos sigue siendo visto como una decisión riesgosa.
Así, mientras las inversiones del agro seguirán siendo millonarias y vitales para la economía nacional, el dilema de fondo persiste: en un país donde el peso todavía inspira desconfianza, la soja no solo es un grano; es, para muchos, una moneda dura.