La gastronomía como relato cultural volvió a ocupar el centro de la escena con la firma de un nuevo acuerdo de hermanamiento entre bares notables de Rosario y Buenos Aires, una propuesta que pone en valor a esos espacios donde se cruzan generaciones, recetas heredadas y charlas interminables. No se trata solo de comer bien: es una forma de contar la historia de las ciudades a través de sus bares.
En esta segunda edición del año, tres bodegones rosarinos sellaron su vínculo con tres clásicos porteños, consolidando un proyecto que nació para fortalecer la identidad gastronómica y turística de ambas orillas del Paraná y el Río de la Plata.

En esta oportunidad, firmaron los convenios **Vía Apia con Roma, **El Viejo Munich con Almacén y Bar Lavalle, y **El Rosarino con Los Galgos.
Estos acuerdos se suman a los ya firmados en abril pasado, cuando Bar Junior, El Cairo y Comedor Balcarce iniciaron el intercambio con Café Paulin, Café La Poesía y El Federal.
Más que un acuerdo: una experiencia compartida
Tal como ocurrió en la primera edición, los convenios contemplan jornadas de intercambio gastronómico, donde cada bar podrá ofrecer en su carta platos y bebidas emblemáticas de su par, además de eventos culturales conjuntos, acciones especiales para clientes y beneficios pensados para incentivar el turismo y la fidelización. La idea es simple y poderosa: que el público viaje con el paladar y reconozca en cada mesa una historia común.
La iniciativa se enmarca en el catálogo de bares y bodegones notables de Rosario, creado a partir de una ordenanza impulsada por la concejala Anahí Schibelbein, que busca preservar y difundir estos espacios como patrimonio vivo de la ciudad.
Rosario, ciudad de bares con memoria
La identidad rosarina —como la de Buenos Aires— se construye en el encuentro. En cafés, bodegones y boliches donde se repiten rituales: el vermut al mediodía, el café eterno, el plato abundante que llega al centro de la mesa. Muchos de estos bares nacieron de la mano de inmigrantes italianos y españoles, que trajeron sus saberes culinarios y los mezclaron con productos locales, dando origen a una cocina sencilla, generosa y profundamente identitaria.
Los bodegones se volvieron protagonistas por sus recetas caseras, porciones generosas y precios accesibles, pero también por algo menos tangible: la sensación de pertenencia. Allí se celebran encuentros, se tejen amistades y se guarda una parte de la historia oral de la ciudad que no siempre aparece en los libros.
Así, el hermanamiento entre Rosario y Buenos Aires ratifica que la gastronomía es un lenguaje común, capaz de unir ciudades, contar historias y sostener tradiciones. Porque en cada bodegón hay mucho más que un plato servido: hay memoria, identidad y la certeza de que siempre habrá una mesa esperando.






























