Eso parece a veces la política. El gesto más que el fondo, la mueca más que la sonrisa franca, el maquillaje teatral que oculta el rostro genuino.
Una de las primeras lecciones que algunos “enseñan” al entrar en política es que se debe renunciar a la espontaneidad, a decir lo primero que se nos viene a la cabeza, a verbalizar aquello que en realidad pensamos.
Hay que poner un filtro entre el corazón, el cerebro y la boca. Las palabras son armas que pueden ser usadas para atacar, pero también pueden ser arrebatadas de nuestra boca para utilizarlas contra nosotros mismos.
Siguiendo con analogías japonesas, una maniobra perfecta de aikido, arte marcial que utiliza la fuerza del contrincante para doblegarlo. Por lo general, el político habla cuidando que sus palabras no se vuelvan en su contra como un boomerang.
Puede causar mucho daño en política decir siempre la verdad. En la vida real no somos así. Evidentemente, nos cuidamos de no ofender a las personas con las que nos relacionamos y filtramos nuestros exabruptos, pero solemos expresarnos con cierto grado de libertad para decir lo que realmente pensamos.
No se trata tampoco de ir por la vida lanzando por la boca todo lo que se nos viene a la mente, no hace falta, no se puede. Pero sí es importante internalizar que la autenticidad es la base de la confianza.
En la película “Mentiroso, mentiroso”, Jim Carrey interpreta a un abogado que está acostumbrado a ganar sus juicios a base de mentiras. Su hijo Max cumple años y pide un deseo: que su padre no mienta por 24 horas. Lo que pasa después en el film, ilustra lo que le ocurre a una persona que utiliza metódicamente la mentira en su trabajo, cuando descubre que la verdad es quizás un camino más difícil pero más seguro.
Maquiavelo, Weber y hasta Platón, justifican en cierta forma el uso de la mentira en política. Aún así, está claro que la sociedad debería construirse sobre un sistema moral y jurídico que se base en la consecución del bien común, partiendo de que cada individuo desea su propio bien, y que la verdad es un bien deseado en sí mismo por cada uno. Ante esta paradoja cabe reflexionar en torno a cómo progresa una sociedad en la que se toman decisiones a partir de información falsa y en base a admitir la mentira.
Este camino siempre lleva al mismo lugar, gobiernos populistas que como lógica y forma de hacer política, tienden a enfrentar a unos y otros, a base de relatos falsos y promesas mentirosas de paraísos inexistentes. Y ojo, que aquí viene spoiler: Fletcher Reed, el abogado mentiroso de la película, no logra sobrevivir las 24 horas sin mentir y con ello pierde la confianza de su familia, aunque finalmente, es una película, termina recuperando el amor de su hijo.
Esto es ficción, pero quizás valga como moraleja para los políticos, la autenticidad es un camino difícil pero efectivo para mantener vivo el amor de sus votantes, que, al contrario que en las películas, una vez que se pierde no se vuelve a recuperar.
@TocquevillexROS