¿Volver o no volver a las aulas?

En una de las cuarentenas más largas del mundo, hoy nos preguntamos por una situación dilemática: volver o no volver a las aulas presenciales en el corto plazo

Por Alicia Pintus – Filósofa y educadora

Iniciábamos el 2020 con la noticia de un nuevo virus en el otro extremo del planeta. Parecía algo distante y fugaz, como tanta información que se pierde en el vértigo de las modas massmediáticas. Sin embargo, perduró. El virus se hizo pandemia y el mundo que conocíamos está cambiando abruptamente, y no sabemos aún cuándo terminará la pandemia o cómo será el mundo después de que ésta haya finalizado. Tratamos de imaginárnoslo, pero parece que es muy difícil anticiparse y tener certezas en el medio de semejante movimiento sísmico interminable para nuestras vidas. Le pasa a los sujetos y le pasa a las comunidades.

Para analizar este contexto excepcional e interpretar por qué nos resulta tan difícil sobreponerrnos podemos recurrir a la categoría de “situaciones límites”. Karl Jaspers las define como esas circunstancias extremas, extraordinarias, que las personas no viven cotidiamente, salvo que se dediquen a ciertas profesiones de riesgo o en contacto frecuente con la muerte. Esas situaciones límite han sido descriptas como el miedo, el acaso, la culpa, entre otras, y particularmente la situación límite por antonomasia es la muerte, que nos enfrenta con la conciencia de la finitud.

Con esta pandemia del siglo XXI y las decisiones de los gobiernos sobre cómo manejarla, estamos atravesando colectivamente y en simultáneo con el resto del planeta una situación límite por excelencia. No sólo porque aparece con fuerza insólita la posibilidad cierta de la muerte, sino porque las medidas de cuidado vinculadas con el distanciamiento social nos están forzando a cambiar radicalmente nuestros hábitos.

Todavía no podemos avizorar cuándo finalizará este estado, que muta, que nos muestra con velocidad inusitada que los conocimientos válidos de ayer, hoy pueden ser equivocados. No se puede proyectar, se ha perdido la confianza en el futuro. Esperamos arribar a una estabilidad, a una “nueva normalidad”, pero nadie puede confirmar cuándo ni cómo será ese porvenir. Hemos perdido el control que creíamos que teníamos sobre nuestras vidas, como cuando nos comprometíamos a citas futuras, a días, semanas o meses vista, con una ingenua certidumbre de que al agendarlo podíamos confirmar que ese mañana existiría sin dudas.

Si no fuera porque nos toca vivirla, seríamos la envidia de los filósofos existencialistas de las posguerras. Estamos ante un mundo que se derrumba y no sabemos cómo será lo que quede y cómo se lo reconstruirá. Tal vez al estilo de Nassim Taleb en “Antifrágil”, no hay mejor oportunidad para pensar lo nuevo que beneficiarse del desorden, ver desaparecer abruptamente lo viejo.

En una de las cuarentenas más largas del mundo, hoy nos preguntamos por una situación dilemática: volver o no volver a las aulas presenciales en el corto plazo.

En un dilema no hay una solución única y equitativa para el problema. Se puede elegir, pero siempre algo se pierde. No parece haber posibilidad de síntesis entre los opuestos, y es mucho lo que está en juego. Por un lado, la salud, y por otro la educación, como polos que no deberían ser excluyentes, porque pueden convertirse en un falso dilema.

La situación sanitaria es compleja, lo hemos visto en el otro hemisferio y no parece haber servido demasiado para mejorar el manejo de la crisis. El distanciamiento social se estaría constituyendo como el únido medio para atenuar la propagación del virus, al menos por ahora. Se teme por el colapso de los sistemas de salud.

Respecto de la situación educativa no podemos mensurar cuán compleja es, porque efectos y consecuencias no son inmediatos, sino que pueden extenderse mucho más allá del mediano plazo. Lo que un sujeto no aprende en la etapa en que debería condiciona sus posibilidades futuras y obstruye su potencial desarrollo. La UNESCO, en su informe “Policy Brief: Education during COVID-19 and beyond” de agosto 2020, vaticina consecuencias catastróficas si los gobiernos no toman medidas para un retorno progresivo a las aulas. Insta a los gobiernos a intentar volver a las aulas, pero también a reconocer, acompañar y capacitar al conjunto de los docentes para diseñar nuevos formatos educativos.

 

Volver o no volver a las aulas: ese parece ser el dilema.

 

Hasta hace unos pocos meses estabámos en clases presenciales. Teníamos claras algunas normas de funcionamiento con nuestros estudiantes, porque vivíamos en un mundo al que estábamos acostumbrados. Nuestros estudiantes estaban cara a cara, y nosotros lidiábamos con que nos prestaran atención y no se distrajeran con los celulares en la clase, e hicieran las tareas.

Hoy estamos físicamente separados, pero paradójicamente ligados a esos dispositivos y aplicaciones que eran motivo de controversias en las aulas. Puede que el WhatsApp sea la única vía que algunos docentes tengan para enviar y recibir tareas, para mantener contacto con sus estudiantes, para seguir enseñándoles algo en el contexto de este aislamiento. Se están utilizando los medios que se pueden para seguir adelante con el proceso de enseñar y aprender.

No hubo tiempos de preparación. ¿Tenían las escuelas plataformas virtuales complementarias de las clases presenciales? ¿Las estaban implementando? ¿O solamente figuraban como futuribles en un plan ideal, pero nunca habían comenzado procesos de ejecución? ¿Tiene el conjunto de estudiantes las condiciones materiales y simbólicas para acceder a esos formatos de virtualidad? ¿Están recibiendo todos la enseñanza que necesitan? ¿O los esfuerzos de los docentes no alcanzan? Seguramente hay muchas dudas sobre quienes ya tenían dificultado el acceso en lo presencial.

Debemos tener en claro que este formato paliativo no es el de una Educación a Distancia elegida, diseñada y aplicada metódicamente. Se trata de una alternativa voluntariosa del conjunto de equipos docentes y directivos puesta en acción compelidos por la necesidad. Cuando se intenta extrapolar el modelo de la educación presencial a un formato a distancia no se está innovando aunque se apele a plataformas virtuales, apps de videoconferencias u otras tecnologías de la comunicación similares. Se están aplicando remiendos a un sistema que estaba en crisis antes de la pandemia. “No hay tiempo de más, una hora es fatal”, cantaban los de Manal. Si hacemos “como si”, si evitamos un diagnóstico auténtico, si lo que importan son las apariencias y no las cosas en sí mismas, nos quedaremos sin posibilidades, y será mucho más que un ciclo escolar perdido.

No es en demérito de docentes, creativos y comprometidos, que van inventando y construyendo sobre la marcha, con voluntad y cooperación mutua, aprendiendo de y con colegas y junto a estudiantes y familias, en el caso de los más pequeños. La interpelación es para quienes tienen la obligación de gestionar el sistema educativo.

¿El sistema educativo, o quienes son los responsables de su conducción, propicia espacios genuinos para pensar colectiva y colaborativamente la innovación pedagógica que se necesita? ¿Genera las condiciones para aprovechar esta adversidad y transformarla en fortaleza? ¿Fomenta el desarrollo de una capacidad de resiliencia comunitaria y social? En Santa Fe parecería que no.

Tiempos, espacios y agrupamientos han sido los corsets más duros que instauró y sobre los que se desenvolvió y consolidó una institución como la escuela, heredera de la Modernidad. Horarios, grillas de asignaturas obligatorias, sistemas de acreditación y evaluación de saberes y otros tantos factores, han sido rémoras pesadas obturando avances hacia reformas de diseños curriculares, planes de estudio y nuevas concepciones educativas. Ese modelo típico que perdura, y que podemos rastrear hasta Comenio y su Didáctica Magna, sigue impidiendo pensar en organizaciones diversas, que sean más abiertas y flexibles para estimular el aprendizaje comprensivo y la autonomía de los educandos.

Sin dudas que el contacto interpersonal no mediado por la tecnología es insustituible en el proceso de socialización de los seres humanos. El fenómeno de la educación abarca una multiplicidad de artistas. Es, fundamentalmente, una práctica social que se inscribe dentro de un proceso de socialización, complementario de la crianza familiar. La escuela socializa a través de la enseñanza conocimientos públicamente legitimados, como afirma Cullen.

Para la vuelta a las aulas presenciales se pueden pensar alternativas creativas, protocolos rigurosos, opciones diversas. Pero no puede hacerse a modo solipsista. Es preciso un pensar con otros, dialogar, negociar, consensuar, reconocer las diferencias como esenciales para enriquecer la perspectiva propia, y así deliberar en conjunto para encontrar soluciones concertadas a un problema complejo, para que no se convierta en un falso dilema y en territorio de otras controversias solapadas.

El panorama incierto y aciago lo vivimos todos, pero como adultos y docentes no podemos darnos el lujo de eximirnos de cuidar, guiar y acompañar a las generaciones más jóvenes, que nos han sido encomendadas, y por tanto, demandar que nuestra palabra y experticia sean tenidas en cuenta al momento de decidir.

No se trata de volver o no volver a las aulas. La verdadera cuestión es si somos capaces de pensar otra educación.

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