Un alfajor cordobés volvió a instalar el debate sobre la presión tributaria que enfrentan las pymes en Argentina. El economista Damián Di Pace compartió en la red social X un cuadro que desglosa el precio final de un alfajor producido por la firma Don Raulito, y el resultado encendió la discusión: de los $800 que paga el consumidor, $580 corresponden a impuestos.
El gráfico muestra que el costo productivo del alfajor es de apenas $200, mientras que el resto del precio está compuesto por tributos nacionales, provinciales y municipales. Entre ellos se incluyen Ingresos Brutos, IVA, peajes, tasas viales, tasa ecológica municipal, inspección de carga, tasas de ruta, ingreso urbano, impuesto al cheque e Ingresos Brutos por depósito bancario.
Di Pace sintetizó el problema con una frase contundente:
“Un alfajor argentino no tiene tantas capas como los impuestos que lo rodean.”
El caso de Don Raulito ilustra una realidad extendida entre los pequeños y medianos fabricantes de alimentos, que advierten que la acumulación de tasas y tributos impacta directamente en su estructura de costos y limita su competitividad. La combinación de impuestos en cascada, tasas municipales superpuestas y cargas financieras genera, según el economista, “más carga que sabor” para las pymes.
La situación del sector alimenticio cordobés no es aislada. Distintas cámaras empresarias vienen alertando sobre la dificultad de sostener márgenes rentables en un contexto donde la fiscalidad termina representando la mayor porción del precio final al consumidor. En ese marco, el ejemplo del alfajor funciona como un símbolo de los desafíos que atraviesa el entramado productivo argentino, especialmente para quienes operan en economías regionales.
El debate vuelve a centrarse en la necesidad de revisar la estructura impositiva y simplificar el esquema para mejorar la competitividad de las pymes, sostener la producción y evitar que la carga tributaria termine “devorándose” gran parte del valor agregado que generan las empresas locales.
