¿Es ‘de viejos’ tatuarse? “Es difícil que veas a un ‘zeta’ con un tribal”

En España, el negocio de los tatuajes atraviesa una crisis pese a que nunca hubo tantas personas tatuadas. Artículo publicado por El País.

El tatuaje, alguna vez visto como un gesto de rebeldía y transgresión, hoy está tan extendido que ha perdido parte de esa connotación. Sin embargo, más allá de la popularidad, el sector atraviesa un momento difícil. Así lo revela un artículo publicado en El País (sección ICON, 9 de septiembre de 2025), donde tatuadores, ensayistas y clientes reflexionan sobre el presente de esta práctica y su futuro en manos de nuevas generaciones.

El escritor y profesor Nadal Suau define el tatuaje como un “dolor libremente escogido”, un rito que ayuda a explorar los límites del cuerpo y a dejar huella del paso del tiempo. No se trata de un simple adorno, sino de una elección consciente que mezcla estética e identidad.

A pesar de ello, los datos muestran una paradoja. Según la Agencia Española de Dermatología y Venereología, en 2021 cerca de un tercio de las personas de entre 20 y 40 años en España tenía al menos un tatuaje. Nunca hubo tantos cuerpos tatuados, pero la profesión sufre una fuerte crisis: encargos más escasos, tarifas a la baja y muchos artistas obligados a buscar otros trabajos o incluso abandonar el oficio.

La ilustradora y tatuadora Iria Alcojor, de 37 años, señala que tras la pandemia proliferaron las máquinas de tatuar de fácil acceso —las llamadas pen—, lo que llevó a que muchos aficionados comenzaran a tatuar sin la formación necesaria. Esa competencia informal derivó en precios más bajos y en servicios de dudosa calidad, con riesgos para la salud de los clientes y un fuerte impacto en los ingresos de los profesionales.

El cambio también se nota en las sensibilidades estéticas. El investigador Pablo Cerezo, autor de El cuerpo enunciado: Cómo el tatuaje explica nuestro tiempo, apunta que las nuevas generaciones, en especial la Generación Z, no ven el tatuaje como un acto transgresor. En su mayoría prefieren estilos más discretos o minimalistas, acordes con la moda del clean look. De ahí su frase: “es difícil que veas a un zeta con un tribal”, en referencia al diseño que marcó a generaciones anteriores. Aunque existen corrientes revival del “neotribal”, se trata de versiones suavizadas y nostálgicas.

La dimensión simbólica del tatuaje tampoco se ha perdido. Bea Larruy, de 31 años, sostiene que muchos de los suyos reflejan quién es, qué valores defiende o simplemente algo bello que quiso llevar en la piel. Sin embargo, la nota recuerda también que el tatuaje puede ser un estigma: en El Salvador, por ejemplo, fue usado para identificar y encarcelar a supuestos pandilleros, mientras que en Estados Unidos se dictaron deportaciones contra personas tatuadas sin antecedentes criminales.

En definitiva, el reportaje de El País muestra una práctica en tensión. Por un lado, el tatuaje se democratizó y se volvió cotidiano; por otro, el oficio vive la amenaza de la masificación barata y del intrusismo. En medio de esa contradicción, subsiste la idea del tatuaje como elección personal cargada de significado, un gesto que combina identidad, memoria y, a veces, también arrepentimiento.

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