Jardines verticales, una solución sustentable

Nueva York, Barcelona, Shanghái, Sídney, París, Londres. No estamos hablando de la locación de una semana de la moda, aunque se trate de la última tendencia. Los jardines verticales se han convertido, desde que el movimiento “arte eco” tomó fuerza, en una de las corrientes más observadas por estilistas, arquitectos, ingenieros, paisajistas, botánicos y simples transeúntes que, mientras caminan por la ciudad, se cruzan, sorprendidos, con una pared fértil y verde, alta hasta el cielo. De eso se trata, ni más ni menos: de cambiar el gris por el verde. Pero más que una consigna, es la misión de estos muros de cultivo que van cambiando de forma, perfume y color día a día, semana a semana, mes a mes. 

El creador de esta genialidad es un botánico francés llamado Patrick Blanc, que probó su invención por primera vez en 1988 en una universidad de París, y desde entonces no paró nunca de realizar obras que oxigenan y embellecen ciudades alrededor del mundo. 

Por estas latitudes, Julián Poggio, fundador de la empresa emblema en el rubro, Gwall, es el primer argentino que plasmó esta tendencia en Buenos Aires. “Los jardines tienen el éxito que tienen porque ahorran energía, tanto en calefacción como en aire acondicionado, amortiguan el ruido, capturan polvo, capturan el azufre que liberan los autos y lo metabolizan, proveen una gran cantidad de oxígeno en las ciudades -mucha más que los árboles- y disminuyen las inundaciones porque frenan la llegada del agua a las cloacas”, explica. 

Pero ¿qué es técnicamente un jardín vertical? Es un sistema para cultivar plantas sin tierra o, como lo llaman los que saben, “hidropónico”, en el que todo el verde se desarrolla apoyado por un equipo tecnológico que lo mantiene vivo. “Son computadoras que diseñamos nosotros desde Gwall, que controlan la humedad y racionalizan el agua, se encargan de regarlos, fertilizarlos y monitorear su funcionamiento”, cuenta Poggio, orgulloso, y aclara que el jardín no está apoyado en la pared, sino que está suspendido y distanciado normalmente de dos a cuatro centímetros por un perfil de aluminio. “Por eso, el aire circula todo el tiempo, y produce una corriente natural que mantiene refrigerado cualquier ambiente”. 

Aunque parezca mentira, estos bosques verticales viven y crecen formando increíbles postales urbanas, y lo hacen sin tierra. Porque como las plantas se mantienen gracias a las sales minerales, el agua y la luz, si uno -o una computadora, en este caso- se encarga de cubrir esas necesidades, pueden crecer saludablemente. “Además, si se corta el agua, la luz, o falta fertilizante, la máquina nos avisa con un mensaje de texto”, aclara Poggio. 

Una de las primeras clientas fascinadas con esta tendencia fue la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. “Uno de sus secretarios nos llamó y nos pidió que hiciéramos un jardín vertical para el restaurante que tiene la Casa Rosada. No hablamos directamente con ella, pero sabemos que se volvió loca cuando lo vio y que lo nombra siempre que puede. Es un jardín especial porque es completamente artificial, es decir que no tiene luz natural, está iluminado por reflectores y vive a través de esa luz”, describe el paisajista. 

Los que quieran invertir en esta genialidad tienen que calcular que el metro cuadrado de jardín cotiza unos $3.400. A eso hay que sumarle el equipo tecnológico que vale alrededor de $10.000, dependiendo del nivel de complejidad que tenga lo que uno quiera poner. El mantenimiento es sencillo, solo precisa de tres visitas al año para podar y limpiar los filtros. 

Ahora, si lo que prefieren es incursionar en una experiencia más casera y personal, Poggio nos da la receta, pero antes aclara: “Esta opción no tiene mucho que ver con las obras hidropónicas o leaf box (sistema hecho con paneles que se encastran uno al lado del otro) que hacemos en Gwall, pero se puede construir con pallets, por ejemplo”. Lo primero que hay que saber es cuáles son las plantas más gauchitas. Para el sol, recomienda el geranio; mientras que a la sombra o para interiores, el cordatum y los helechos. Hay que tener cuidado de hacerlo en una pared que pueda resistir los 250 kilos que pesa la estructura una vez que está cargada con tierra. Y saber que duran una temporada, porque la madera no resiste la humedad de las lluvias ni el calor del sol durante mucho tiempo. Hay gente que los recrea poniendo varias macetas en fila y contra una pared. Esto puede hacerse en una cocina, por ejemplo, siempre y cuando tenga suficiente luz, y aprovechar para armar un cultivo interesante de herbáceas como el orégano, la menta y la albahaca. 

Fuente: Revista Brando

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