En Rosario crece una tendencia que combina el placer del café con la calma de la naturaleza. Los cafés viveros —espacios donde la gastronomía se fusiona con plantas, deco verde y diseño botánico— se multiplican en distintos rincones de la ciudad. No solo invitan a una pausa, sino a vivir una experiencia completa: aromas, sabores y texturas en un entorno pensado para disfrutar sin apuro.
Una tendencia que echa raíces
En tiempos de estrés urbano y pantallas constantes, los rosarinos buscan algo más que una buena taza de café. Quieren lugares donde el tiempo se desacelere. Donde el entorno convoque al disfrute y la conexión, no solo con otros, sino con uno mismo. Los cafés viveros responden a esa búsqueda: ambientes verdes, patios luminosos, plantas por doquier y cocina casera.
El fenómeno viene creciendo con fuerza, de la mano de emprendedores que entienden el valor de la experiencia. La propuesta es clara: no es solo lo que se come o se toma, sino cómo, dónde y con qué se acompaña. Y si hay potus, calatheas y philodendrons decorando el entorno, mejor.
Sobre calle 9 de Julio, entre Italia y España, Buglë se convirtió en uno de los referentes de este estilo. Funciona como cafetería, heladería y vivero en un mismo lugar, con una ambientación colorida, mesas en galería y un gran patio al aire libre. El verde lo domina todo: desde los murales intervenidos por artistas locales hasta las macetas que cuelgan del techo.
El horario extenso —de lunes a sábado hasta la medianoche o más, y domingos con doble turno— lo hace ideal tanto para brunchear como para un trago en su sector de vermutería por la noche. Su carta es amplia, incluye opciones para celíacos y veganos, y hay un rincón especial para quienes quieren llevarse una planta o algún objeto deco. También son pet friendly.
A pocos metros del Bv. Oroño, sobre Alvear al 1000, otra joya se esconde en una casona antigua transformada con amor en café y vivero. Begonia, atendido por sus dueñas, es uno de esos lugares donde todo —literalmente todo— es casero. Desde los panes integrales para los tostones hasta las cookies rellenas y las tortas húmedas de chocolate, cada plato tiene sabor a cocina real.
El ambiente combina salones amplios, una galería, un patio abierto y rincones llenos de plantas. La atención es cálida, el café es de especialidad y se puede pedir en tazón grande, acompañado de exprimidos y pastelería artesanal. Las opciones dulces y saladas son abundantes, generosas y con ingredientes de calidad. Tienen alternativas aptas para celíacos (previa consulta) y veganos.
Sobre calle Güemes, en pleno Pichincha, aparece una propuesta distinta. Narciso es más bar que café, pero mantiene la esencia del vivero: plantas por todas partes, mesitas al aire libre y un aire bohemio que mezcla tragos, café y vegetación. Se lo conoce también como “La boutique de Nina”, y su perfil nocturno lo convierte en una buena opción para quienes buscan un after con naturaleza de fondo.
Los cafés viveros se destacan por ser espacios que invitan a bajar un cambio. No es casual que muchos estén ubicados en casas antiguas o tengan patios intervenidos con plantas de interior y deco rústica. Tampoco sorprende que en redes sociales estas cafeterías tengan un boom de seguidores: lo que ofrecen es belleza, sí, pero también autenticidad.