Una comunidad que cambió su historia con el agua

El paraje Loma Larga, en los valles orientales de Tilcara –Jujuy–, es una zona montañosa que va desde los 2.400 a los 3.800 metros sobre el nivel del mar. En este lugar, al que se llega sólo por camino de herradura, viven 19 familias descendientes de los collas omaguacas.

“Vivir allá es lindo, es hermoso… Aunque, se hace difícil por la falta de algunas cosas que uno necesita”, reflexionó Rolando Cruz, cacique de la comunidad aborigen de Loma Larga. La escasez del agua para el consumo humano, para los animales y para regar era el principal problema. “Desde que yo iba a la escuela, a los seis años, para nosotros era un trabajo de todos los días, una costumbre: con el maestro hacíamos el trayecto de tres kilómetros durante la sequía para buscar el agua para nuestra escuela albergue”, recordó.

En 2010, Darío Castro, técnico del INTA Abra Pampa –Jujuy–, fue hasta allá y advirtió muchas necesidades. “Realmente estás olvidado en esta zona”, sostuvo. La mayoría de las viviendas son precarias, carecen de servicios esenciales y se encuentran dispersas. Las señales de radio son discontinuas y los teléfonos móviles no funcionan. Tampoco disponen de electricidad, aunque desde hace cinco años se proveen de energía mediante paneles solares.

Castro recibió una demanda muy sentida por toda la comunidad: “Pedían agua porque no tenían ni siquiera para tomar”. Adultos y niños caminaban con bidones hasta alguna vertiente, a veces, hasta tres kilómetros, para recolectarla.

Históricamente la principal actividad productiva del paraje fue la cría de cabras, ovejas y bovinos. La trashumancia permitía trasladarse en busca de pasto y agua para el ganado.

Para la agricultura, en cambio, la geografía y el clima determinaron un rol secundario. “La gente dependía de la lluvia para sembrar y de ahí salían las costumbres de nuestros abuelos: tocar el erke para llamarla”, reveló el cacique.

A lomo de mulas, en un recorrido que demanda entre 15 y 20 horas, subidas y bajadas empinadas, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, acompañados por el INTA, lograron proveer de agua al paraje.

El camino que condujo al agua

Si bien la comunidad buscaba mejorar la actividad ganadera, había que empezar por abastecerse de agua. Luego del diagnóstico, desarrollaron un sistema para captar, almacenar y conducir el agua de las vertientes, fuente característica de la región por la cantidad y su buen caudal durante todo el año. Lo que faltaba era acercarla hasta donde la necesitaban. Lucas Bilbao, del Instituto de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Pequeña Agricultura Familiar (IPAF) NOA del INTA, explicó que, para proveer de agua a una población, “primero se hace la evaluación de la oferta hídrica en la zona, para conocer cuáles son las fuentes disponibles y después empezamos a evaluar cuál es la demanda, en función de la cantidad de familias”.

“Son comunidades que están muy aisladas, donde la accesibilidad es muy complicada y donde los costos para realizar cualquier tipo de obra son elevados”, dijo. La participación de los vecinos fue fundamental. Al ser demandas tan fuertes y sentidas, “cuando apareció la posibilidad de financiar las obras, ellos no tuvieron problema en destinar todo el tiempo que hiciera falta para construirse su propio sistema de agua”, comentó.

El transporte de los materiales fue uno de los principales obstáculos. El camión los dejaba a 12 horas –a pie o a lomo de burro– de Loma Larga. “Había que trasladar por un camino que no tiene más de un metro de ancho y con precipicios de 200 metros hacia abajo, tanques de mil litros, bolsas de cemento, rollos de manguera de cuatro metros de diámetro”, describió Bilbao. Acarrear los equipos requirió pensar una logística. “Hubo una organización muy fuerte de parte de la comunidad; los hombres de cada familia se juntaban y bajaban con sus burros hasta Huacalera o Tilcara”, destacó el técnico.

Las fuentes para el acceso Luego de evaluar los caudales de las quebradas y manantiales de la zona, con una participación muy activa de Castro en el relevamiento, había que diseñar las captaciones, porque cada caso era diferente. “Tenemos captaciones que son en manantiales concentrados, en donde hay ‘un ojito de agua’ que brota de un lugar muy puntual, pero también hay zonas en donde hay que sacar agua de una quebrada”, dijo Bilbao.

En esta zona, los cursos de agua crecen mucho en la época de lluvia y cualquier obra sobre el río corre el riesgo de desaparecer. Por eso, en la búsqueda priorizaron aquellas que estuvieran fuera de los cauces naturales, preferentemente manantiales o vertientes. La tecnología de acceso más aplicada fue la de filtros ranurados. Según Castro, su instalación demandó “15 mil metros de manguera de 1” –para que todos los puestos tuvieran agua– y un tinaco de 400 litros –como tanque de reserva–”. Las obras se hicieron con piedras, plástico y caños de PVC. Construyeron una cisterna con piedras y la aislaron con un plástico de 200 micrones. Ahí se acumula el agua y baja haciendo presión.

“En muchos lugares pusimos hasta seis aspersores, que tienen un radio de más de 20 metros y regamos por aspersión, aprovechando la diferencia de altura”, precisó Castro.

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