La relación de área sembrada entre soja y maíz es de 4,5 a 1

No se puede concebir una agricultura sostenible en la Argentina sin la fuerte presencia del cultivo de maíz en nuestras regiones productivas. Conscientes de que nuestro cultivo estrella es la soja, y convencidos que la combinación maíz-soja es una sociedad que apuntala la sostenibilidad de nuestros planteos, los Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (CREA) consideran fundamental analizar qué está frenando el desarrollo del cereal.

En los últimos años, en la Argentina se nota una tendencia al estancamiento de la producción global de maíz, a pesar de que la demanda internacional muestra un comportamiento vigoroso

El informe dado a conocer por Crea indica que durante la década del 90 y principios de 2000, la relación de área sembrada entre la soja y el maíz era de 2 a 1. Hoy se observa que la brecha se está ensanchando en detrimento del maíz a una proporción de 4,5 a 1. Es una situación no sostenible en el largo plazo para nuestros planteos agrícolas.

El cultivo de maíz cuenta con el conocimiento necesario en todos los eslabones de la cadena como para revertir el proceso de estancamiento sin necesidad de intervenciones o políticas activas. Con sólo dejar fluir los mercados, como así las fuertes inversiones en investigación y desarrollo que se vienen realizando, y contando con un sistema impositivo que no grave en función de la producción sino de la renta, se podría cambiar esta tendencia que viene acentuándose año tras año.

En la última década, la Argentina está perdiendo lugares de importancia en los mercados internacionales de maíz en grano y de productos derivados (por ejemplo carnes). Con frustración vemos cómo se escapa una gran oportunidad para generar riqueza y empleo, mientras nuestros competidores –por ejemplo Brasil y Ucrania- ocupan los lugares que dejamos vacíos.

Rendimientos crecientes

Durante los últimos 20 años, los rendimientos de maíz viene creciendo en la Argentina a un ritmo sostenido del 2,7% anual acumulado superando a la soja, al trigo y al girasol, colocando al cereal en una posición inmejorable desde el punto de vista de conocimiento técnico en nuestro país. Ninguna de estas mejoras en eficiencia productiva se dan por sí mismas. Todo lo contrario: la inversión en investigación, mejoramiento genético y biotecnología a nivel nacional es la que apuntala las tecnologías y las pone a disposición de los productores.

Contar con empresas que apuesten a mejorar los paquetes tecnológicos adaptados a cada zona en particular no puede ser reemplazado por la investigación y la inversión fuera del país.

No se puede esperar que científicos y mejoradores de otros países resuelvan problemas fitosanitarios endémicos locales, como puede ser el Mal de Río Cuarto, cuando esa enfermedad está presente sólo en nuestras latitudes. Lo mismo puede decirse del mejoramiento genético adaptado a cada región y a cada tipo de demanda según necesidades particulares de cada ambiente productivo de nuestro país.

El desarrollo tecnológico del maíz argentino creció durante muchos años al ritmo de las inversiones de empresas que apostaron e invirtieron localmente generando empleo en distintas regiones y multiplicando riqueza al generar los materiales que año a año van mejorando y ampliando las opciones que se le ofrecen a los productores.

La Argentina no está sola como oferente de maíz; nuestro país compite con otras naciones productoras y no podemos quedarnos atrás en las inversiones en tecnología que nos ayudan mantenernos al ritmo de las exigencias de un mercado internacional cada vez más complejo y con más actores.

 

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