Nuevas propuestas para el patrimonio urbano y la convergencia público-privada

Con un presente difícil, Rosario se empeña en apostar, como entre 1900 y 1930, en el aporte privado como aliado del sector público y del progreso de la ciudad

Por Rafael Ielpi – Escritor e Historiador

Como se mencionara en la primera nota dirigida a rastrear el aporte del sector privado -conjuntamente con el de estado municipal-, éste fue fundamental para consolidar a partir de los finales del siglo XIX y primeras tres décadas del silo XX el perfil cuasi fundacional, podría decirse, de la ciudad contemporánea. Parte mayoritaria de esa franja de iniciales emprendedores estuvo integrada por hombres que arribaron a Rosario como parte de la inmigración masiva que en sucesivas oleadas aportó a su notable crecimiento demográfico.

Algunos de ellos llegaban con cierto capital desde su país de origen, lo que les permitió un rápido crecimiento económico a través del comercio y la industria sobre todo y el posterior acceso a la condición de propietarios de campos y estancias, o dedicándose al negocio inmobiliario y las empresas navieras. Sería sin embargo mayoritario el número de quienes se embarcaban sin fortuna confiando en lograrla sobre la base del trabajo, el sacrificio y el ahorro, que en muchos casos fueron las bases de su ascenso económico, tras iniciarse, en gran parte de dichos casos, como dependientes en negocios como almacenes, corralones, tiendas, o talleres.

Un caso ejemplificador de ese primer sector puede ser el de los inmigrantes italianos que entre 1890 y 1920 integrarían la burguesía mercantil rosarina -sólida y conservadora- través de la propiedad de grandes almacenes llamados “de ultramarinos” y casas exportadoras de productos alimenticios, maquinarias, etc.

Esa inmigración que llegó entre 1865 y 1900 provino del norte de Italia: del Piemonte, la Lombardía, el Friuli, la Liguria, zonas donde daba comienzo el proceso de industrialización, seguida por contingentes del centro de la península como Toscana, Umbria, Lazio; y una segunda, arribada entre el inicio del siglo XX y 1914, con inmigrantes originarios del sur italiano, el Mezzogiorno agrícola y cuasi-feudal, según la definición de Bruno Passarelli en “La inmigración de la Italia meridional”. A ese primer flujo inmigratorio, el proveniente del norte de Italia corresponde la mayor parte  de los apellidos que integrarían la élite de lo  que la historiadora rosarina Alicia Megías llama de “notables-dirigentes”, a la vez que la clase social dominante. Una incompleta nómina incluye a los Pinasco, Castagnino. Recagno, Muzzio, Campodónico, Tiscornia, Semino, Busaferri, Chiesa, Travella, Berlingieri, Copello.  Capella y muchos más.

Estos apellidos darían origen a grandes firmas de comercio exportadoras de alimentos y bebidas, de maquinarias agrícola, de madera, artículos navales y de ferretería, hierro carbón; fundarían empresas constructoras (los Candia, Micheletti, Máspoli, Censi) que contribuirían a la construcción de muchos de los edificios emblemáticos de la ciudad proyectados por arquitectos franceses, ingleses, norteamericanos y españoles; y de industrias de relevancia nacional en la producción de harinas y fideos como “Minetti y Cía.”

Los italianos del Sur, por su parte, iban a proveer a las grandes ciudades argentinas como Buenos Aires y Rosario una mano de obra barata y resignada al trabajo duro por su propia procedencia de territorios rurales donde la ley del propietario, del “barón” seguía imponiéndose con el mismo rigor que en el Medioevo.

La española, segunda colectividad extranjera en Rosario, iba a aportar al país más de tres millones y medio de inmigrantes desde los finales del siglo XIX y en especial a partir de 1910 cuando la guerra con Marrueco decidió a miles de jóvenes a cruzar el oceano para no ser incorporados al ejército. La mayoría de ese flujo estaba compuesta por gallegos pero arribaron también numerosos contingentes de asturianos, vascos, canarios, castellanos y andaluces, al punto que en 1914 la décima parte de la población nacional era española.

En dicha colectividad se contarían los cientos de almaceneros minoristas cuyos negocios eran presencia habitual en todos los barrios de la ciudad, y también, como en el caso de los italianos, algunos apellidos que darían origen a grandes tiendas, como “La Favorita”, de los hermanos García o “La Buenos Aires” de la familia Terán, a una industria confitera como “La Industrial”, de Canut y Pujol; a la fábrica de cigarrillos “Colón”, de Fernández y Sust, cuyas marcas de vendían en todo el país; a grandes ferreterías con clientela regional como la de Víctor Echeverría y a una poderosa empresa dedicada a la panificación y la propiedad de importantes molinos harineros, fundada por Juan Cabanellas. A ese sector económicamente importante se sumaban propietarios de grandes estancias en el sur santafesino como Juan Fuentes, destacados representantes de la actividad inmobiliaria como Casiano Casas e iniciadores de una dinastía familiar como Miguel Monserrat, quien dedicado a la venta de maderas y maquinarias agrícolas, terminó presidiendo el Banco que, por varias décadas, llevaría su apellido, símbolo del poderío económico de la familia.

La mayor parte de los hombres de este sector (inmigrantes o hijos de inmigrantes) iban a integrar también las bancas del Concejo Deliberante o de la Cámara de Diputados de Santa Fe, cuando no la Intendencia rosarina, como Santiago Pinasco, Alfredo Rouillón, Nicasio Vila y los directorios de instituciones que también representaban al sector, como el Centro Comercial, antecesor de la Bolsa de Comercio, y la Sociedad Rural; presidirían bancos, compañías de seguro, sociedades de socorros mutuos y los ámbitos sociales de su clase: el Jockey Club y Club Social.

Definida más de una vez como un “crisol de razas”, no serían ajenos al aporte inicial de italianos y españoles los provenientes de países europeos como Francia, Alemania e Inglaterra, en algunos casos para establecer en Rosario industrias tradicionales en sus países, las que tendrían relevancia nacional desde 1910 en adelante. La cervecera sería una de ellas a través de alemanes como los hermanos Wiedembrug fundadores de la “Cervecería Germania”, que con sucesivos dueños del mismo origen como Federico Strasser y Carlos Schlau, este último con la cerveza que llevaba su apellido y se consumía en todo el país, La fábrica fue adquirida en 1907 por Otto Bemberg quien mantuvo el nombre de Schlau para el producto. Bemberg era para entonces, junto a su hijo Sebastián, propietario de la Cervecería Quilmes a la que agregó otras como Schlau y Palermo, teniendo de ese modo el monopolio de la industria cervecera en el país hasta la década del 40 cuando el grupo es intervenido y estatizada su industria.

Emil Werner, también germano, fue el fundador de una de las industrias harineras de significación nacional junto a su hermano Richard y otros socios alemanes: “Molinos Fénix”. Su experiencia anterior había sido junto a Herman Wildermuth, dueño del “Molino Nacional”, con quien se asoció. La empresa “Molinos Félix” tuvo molinos en Casilda, San Urbano y Rio Cuarto y perduraría en ea condición hasta su liquidación en la década del 80 del siglo pasado.

Un inmigrante suizo, Julio Ulises Martin, iba ser el fundador de otra de las grandes industrias que tendría a Rosario como sede principal de sus negocioa vinculados a la producción y comercialización de yerba mate. “Martin y Cía”. Su fundador, junto a su compatriota Jules Berthet se había radicado en 1894 en Asunción, donde adquirieron el principal molino yerbatero de ese país, que proveía del producto a Argentina y Brasil, haciéndose propietarios además de extensos campos que iban a ser dedicados a la plantación de yerba mate. En 1898, Martin decide establecer las oficinas y los molinos en Rosario, donde hasta su demolición en la década del 80 del siglo pasado, la “Yerbatera Martin” era un símbolo del progreso económico que el aporte de la empresa había hecho a la ciudad desde el inicio del siglo. Su marca emblemática, “Yerba La Hoja”, se comercializa hasta nuestros días luego de la disolución de la firma y su adquisición por nuevos inversores.

La familia iba a dejar otro legado que aún perdura: la Maternidad Martin, cuya construcción y equipamiento fue solventado por la misma tras el secuestro de uno de los hijos del matrimonio a manos de la mafia rosarina, que lo liberó tras el pago de un rescate. En el mismo rubro se destacaría el francés Francois Couzier, con molinos yerbateros y una marca que se impondría durante décadas en el mercado nacional: “Yerba Néctar”.

Llegados desde Inglaterra Carlos Jewell y sus hijos Eduardo y Carlos harían fortuna con el negocio de cereales y la adquisición de grandes extensiones de campo en el sur santafesino, en los que se emplazaron cuatro grandes estancias. y de terrenos en Rosario dedicados a la construcción de viviendas

En el periodo 1900/1930 ese aporte del sector privado de gran poderío económico vino de la mano del paralelo crecimiento y desarrollo de la ciudad merced a la acción del estado municipal a través de las distintas gestiones de intendentes que desde Luis Lamas hasta Luis Pignetti promovieron obras y programas en favor de la  mejora de la infraestructura de servicios públicos como en la búsqueda de soluciones para el problema de la vivienda, que sobre todo afectaba a la clase trabajadora y la de menores recursos, sobre todo por el notable crecimiento demográfico de la ciudad a raíz de la avalancha inmigratoria,.

En esas tres décadas, los rosarinos accedieron a sucesivas mejoras en el transporte, reemplazado el viejo tramway a caballo por los tranvías eléctricos, en 1905 cuando el intendente Pinasco concede dicho servicio por 50 años a un grupo de empresas de capital belga y desde 1923 por los colectivos, en tanto ya desde el siglo XIX, con el pionero Central Argentino, los tendidos ferroviarios conectaban a la ciudad con Buenos Aires, Santa Fe Córdoba y sus estaciones formaban parte de la escenografía urbana.

También desde el estado municipal se buscaría encarar el tema de la vivienda popular, a través del Banco Edificador de Rosario, que entre 1924 y 1930 otorgó créditos para la construcción de cientos de viviendas con un patrón uniforme, dentro del programa nacional  “Viviendas del Trabajador” impulsado en Rosario por el intendente Pugnetti, médico higienista. El Barrio Parque es un ejemplar y vigente testimonio de ese proyecto; ubicado en la proximidades del Parque Independencia y el Hipódromo rosarino y proyectado por dos grandes arquitectos, Hilarión Hernández Larguía y Juan Manuel Newton. Las casas que constituyen dicho barrio reflejan una transformación de la vivienda, con un patio delantero (o receso) como elemento estructurador, según el arquitecto Pablo Mercado. El criterio racionalista hace a las mismas distintivas del resto de las construcciones de la época de su construcción (1924/28) e incluso de décadas posteriores. Bajo la breve gestión del hoy olvidado Pignetti se construyó asimismo el Estadio Municipal.

También desde el ámbito privado se generaron realidades sobre el tema, como el Barrio Obrero Arrillaga, que se levantó sobre Boulevard. Avellaneda desde Mendoza al sur, con una sucesión de chalets tipo Monterrey construidos y financiados por la empresa inmobiliaria de Juan Arrillaga, de los cuales quedaron en pie unos pocos hasta los años 80/90 del siglo pasado. Junto a los hermanos Infante loteó también terrenos de su propiedad en la zona oeste de la ciudad. Entre 1910 y 1920 dando origen al principalmente Barrio de las Rosas y luego Azcuénaga y Mendoza.

En esas tres primeras décadas, Rosario recibió la visita de varios presidentes argentinos: la de José Figueroa Alcorta; la de Julio A. Roca en 1902, para la colocación de la piedra fundamental de las obras del puerto, ceremonia que incluyó un piedrazo, errado, al coche del primer magistrado; la de Roque Sáenz Peña en julio de 1913 para la inauguración de la Exposición Rural, arribado desde Tucumán donde presidió los festejos del Día de la Independencia, cuando ya Santa Fe era gobernada por el binomio radical Menchaca-Caballero, fórmula triunfadora tras la aplicación un año antes de la ley Sáenz Peña; las Marcelo T. de Alvear, en agosto de 1923, a pocos meses de haber sucedido a su correligionario Hipólito Yrigoyen, visita más social que otra cosa, y la de octubre de 1925, para presidir los festejos del supuesto segundo centenario de una ciudad que carece de fundador y de fecha cierta de fundación. La serie de agasajos, banquetes, colocación de una serie de piedras fundamentales, fuegos de artificio, veladas teatrales fue consignada por Juan Álvarez en su “Historia de Rosario”: No sé si olvido algo. ¡Y todo eso, conmemorando una fundación imaginaria.. .

Para entonces, cercano ya el inicio de la década del 30, la ciudad podía jactarse de contar con varios teatros, todos ellos levantados por el aporte privado: el Olimpo, el Colón, La Ópera (actual El Círculo), La Comedia, el Politeama, pero también de haber sido escenario de una cruenta  revolución en 1905, de grandes huelgas y conflictos sociales con duras represiones, como la de la Refinería Argentina a principios del siglo XX.  En el año de la visita de Alvear , Rosario había llegado a las 407 mil habitantes con una proporción de extranjeros de un 47 por ciento y su carácter de punto de referencia de una extensa zona del sur santafesino cuya producción agrícola llegaba con destino a su puerto, se iba consolidando.

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