Una historia que prometía marcar un hito en el rubro óptico terminó abruptamente en apenas unas semanas. Polette, una reconocida firma europea de gafas con base en Ámsterdam, había elegido instalar su primer showroom argentino en un local ubicado en el Paseo del Siglo, en la ciudad de Rosario. La apertura generó gran expectativa en el sector, pero denuncias presentadas por el Colegio de Ópticos y un cambio repentino en las exigencias regulatorias paralizaron la iniciativa e hicieron que la empresa desistiera del proyecto.
El modelo que proponía Polette es el mismo que funciona en ciudades como París, Londres o Ámsterdam: un espacio para probar productos y luego realizar la compra online, sin venta directa ni transacciones en efectivo. El objetivo era introducir un formato innovador y accesible, con diseños propios y precios competitivos, que según sus impulsores no competía de manera directa con las ópticas tradicionales.
La empresa había realizado una inversión significativa en el inmueble, remodelándolo con diseño europeo y tramitando una habilitación municipal temporaria de seis meses bajo la categoría disponible en ese momento. Incluso, en el sitio web oficial, Rosario ya figuraba como “próximamente”, ubicándola dentro de la red internacional de la marca.
Todo cambió después de que se hiciera pública la apertura. El Colegio de Ópticos presentó denuncias, señalando la falta de un profesional matriculado, un requisito de la normativa provincial para habilitar locales. Pocos días después, la Municipalidad modificó los formularios de habilitación online, incorporando la obligación de contar con un aval del Colegio Profesional, algo que no se pedía cuando se inició el trámite. La modificación quedó registrada oficialmente el 15 de mayo de 2025.
A esa exigencia se sumaron otras restricciones propias del sector: la prohibición de instalar ópticas a menos de 200 metros de otra, la imposibilidad de hacer promociones publicitarias visibles, y las limitaciones para vender productos por Internet. Este conjunto de normas inviabilizó el modelo de negocio que la marca pretendía implementar.
“Queríamos traer algo diferente, pero nos encontramos con una estructura pensada para que nada cambie”, expresaron los representantes locales del proyecto. Tras semanas de gestiones infructuosas, la decisión fue contundente: cerrar el local y regresar a Europa. “Fue una pérdida de tiempo y dinero. No hay espacio para inversiones transparentes ni para modelos innovadores”, lamentaron.
Los empresarios fueron duros en su diagnóstico: describieron la existencia de “mini mafias” en distintos rubros que bloquean el ingreso de nuevos competidores para mantener privilegios. “Pasa en las ópticas, en los supermercados, en las farmacias y en otros sectores. Cualquier intento de ofrecer algo distinto es frenado por intereses organizados”, afirmaron.
Polette no proyecta nuevas aperturas en otras ciudades argentinas a corto plazo. Su salida deja una advertencia clara: cuando las corporaciones profesionales imponen barreras y los marcos regulatorios se adaptan a sus intereses, las inversiones se esfuman y los consumidores pierden alternativas.