Armas como la que disparó contra Trump y manuales de francotiradores: el arsenal de guerra de la banda liderada por Mario Segovia

Desde una celda en Ezeiza, “El Rey de la Efedrina” dirigía una red criminal que abastecía a las bandas narco de Rosario con armas de guerra, explosivos y tecnología para atentados de precisión.

En un fallo de alto impacto, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°2 de La Plata condenó este lunes a 13 años de prisión a Mario Segovia, el conocido “Rey de la Efedrina”, por liderar desde su celda en la cárcel federal de Ezeiza una asociación ilícita con capacidad logística y armamentística que remite a escenarios de guerra. Entre el arsenal secuestrado a la organización se encontraba un fusil AR-15 —idéntico al utilizado en el intento de asesinato contra Donald Trump—, explosivos de uso militar, y manuales de entrenamiento para francotiradores urbanos.

La estructura delictiva, integrada también por su hijo, su hermano (un policía de Santa Fe), su cuñado y otro colaborador, funcionaba como un engranaje más del complejo entramado narco que azota a Rosario. Lejos de ser un actor aislado, Segovia estaba en contacto con referentes pesados del crimen organizado local, como Guille Cantero, Esteban Alvarado y Julio Rodríguez Granthon, con quienes compartió tiempo de encierro.

“La munición del AR-15 traspasa los chalecos antibalas de las fuerzas policiales de lado a lado. Dota de un poder de fuego superior al de nuestras fuerzas de seguridad”, advirtió el fiscal Diego Iglesias, de la Procuraduría de Narcocriminalidad (PROCUNAR), al alertar sobre el riesgo de una carrera armamentística entre bandas que operan en Rosario.

Una red criminal que burló controles internacionales

La investigación, que se inició en 2016 tras la detección de un “sobre bomba” en el aeropuerto de Luque (Paraguay), reveló el nivel de sofisticación de la banda. Utilizando cuentas de correo hackeadas del gobierno de Formosa, Segovia y su hijo simularon ser funcionarios estatales para adquirir explosivos y piezas de fusiles desde Canadá. El engaño fue tan efectivo que lograron importar partes del AR-15 por encomienda, en componentes aparentemente inofensivos como libros o carpetas.

El error de conexión del hijo de Segovia desde un cibercafé en Rosario fue la punta del hilo que permitió rastrear la operación. Con inteligencia criminal, vigilancia domiciliaria y análisis de residuos, los investigadores reconstruyeron el método: las piezas llegaban por encomiendas internacionales y eran ensambladas en talleres clandestinos, para luego ser ofrecidas a las organizaciones narco que dominan el territorio rosarino.

Manuales de guerra en el corazón del narcotráfico

Durante los allanamientos, además del fusil AR-15, se incautaron municiones, explosivos como TNT y pentrita, chalecos antibala, rollos de aramida, y una cantidad preocupante de documentación: guías de fabricación de estupefacientes, manuales de armado de fusiles de asalto, e instrucciones detalladas para francotiradores urbanos. Estos documentos explicaban cómo acondicionar posiciones de tiro en ventanas, vehículos o camionetas, una metodología propia de comandos militares o grupos terroristas.

Rosario, el campo de batalla

La condena a Segovia y a los cinco miembros de su red —que incluye a su hermano policía, su hijo, su cuñado y un colaborador— no es solo un capítulo más del historial delictivo de este traficante, que ya cumple una pena de 17 años y medio por tráfico internacional de efedrina. Es una señal de alerta sobre la profundidad del crimen organizado que tiene a Rosario como epicentro de una violencia narco en crecimiento exponencial.

El fallo del tribunal no sólo impone penas de prisión e inhabilitaciones, sino que también ordena la destrucción de todo el armamento secuestrado, una decisión que grafica el peligro que representaban estos elementos si hubieran llegado a destino.

Mientras se espera la publicación de los fundamentos el próximo 3 de junio, el caso Segovia vuelve a poner sobre la mesa un hecho inquietante: las bandas narco en Argentina ya no solo trafican drogas —también importan armas de guerra, planean atentados y se entrenan como francotiradores. Todo eso, muchas veces, bajo la dirección de un preso que nunca dejó de operar.

Comentarios