“Tuve otros negocios, otros desafíos. De todos me pude desprender con facilidad, de La Favorita, nunca”

Ramón “Moncho” Parmigiani pertenece a la tercera generación de Ramón García, fundador junto con su hermano Ángel de La Favorita.

Ramón “Moncho” Parmigiani pertenece a la tercera generación de Ramón García, fundador junto con su hermano Ángel de La Favorita.

Fue integrante del directorio de la tienda entre 1971 y 1993. Actualmente, optó por dar un paso al costado dejando el camino libre a la nueva generación que integra el Fideicomiso Edificio La Favorita.

Alejado de la conducción, en su casa de Fisherton, recibió a ON24 para revivir aquella apasionante historia de su abuelo Ramón García, un asturiano que a los 12 años desembarcó en territorio argentino solo con su osadía y unas pocas monedas, para pechear la vida.

El edificio de La Favorita, producto de aquel aguerrido inmigrante y de su hermano Ángel, se alzó en épocas donde Argentina ocupaba el sexto puesto en términos de PBI per cápita a nivel mundial. Símbolo de la modernización que emprendió el país en aquellos años, su estructura inspirada en la tienda parisina La Fayette fue equipada y decorada con lo más innovador y exquisito de la época, a tono con su slogan: “Como en las grandes tiendas europeas”.

Marca esa sofisticada mixtura de modernidad y distinción, el ampuloso hall de ingreso de vidrieras curvas -punto de encuentro social de tantísimas generaciones de rosarinos-. Su interior estaba calefaccionado y la comunicación de los diferentes sectores se lograba gracias a la “magia” de la telefonía de aquel entonces. Los ascensores con cabina de madera y hierro forjado ofrecían una vista panorámica del interior del edificio. Eran la opción de la alta tecnología de aquellos tiempos a las imponentes escalinatas unidas en un descanso que exhibía el majestuoso jarrón de Talavera de la Reina, vigía de aquellos mesones desbordados de coloridas telas importadas. Una cúpula central de vidrios coloreados otorgaba un baño de luz a esta singular composición de espacios interiores replicados por las columnas revestidas en madera y espejos.

¿Qué recuerdos tiene de su abuelo?

No lo conocí. Nací en 1945, meses más tarde de su muerte en el mismo año, pero esa falta de contacto no me limitó para admirarlo profundamente. Llegó a los 12 años, solo, con la idea de prosperar para sostener a su familia.

¿Cómo llegó a Rosario?

Ramón partió hacia Argentina en 1883 desde Otur, un pueblito asturiano.

No sé cómo ni en qué circunstancias llegó a Rosario, ciudad en la que prosperó junto a su hermano Ángel. Traía una recomendación de un indiano para trabajar en una fábrica, pero él prefirió emplearse de repartidor en un comercio textil.

A los 27 años, él y su hermano se asociaron con un hombre de apellido Beltrán para comprar el fondo de comercio de una puntillería sita en un pequeño local de la esquina de Sarmiento y Córdoba, La Favorita. 

Ya empresario, vivía parte del año en Rosario y parte en Europa. Jamás cortó el nexo con su pueblo natal, al que viajó más de 40 veces. El último viaje fue ya el de su cuerpo sin vida para ser enterrado en suelo asturiano. 

¿La elección del comercio textil tiene algún punto de relación con la actividad familiar en España?

No, trabajaban unos prados y criaban animales. Fue un hombre que vio la oportunidad. La vida está llena de oportunidades, el tema es verlas, no dejarlas pasar. Él tuvo una gran capacidad para los negocios, para el comercio.

¿Cómo llega a levantar este edificio de matriz francesa, una de las máximas contribuciones al patrimonio histórico de la ciudad?

A partir de la diminuta tienda original, los hermanos fueron alquilando los edificios aledaños. 

Cuando se decide construir el edificio actual, los compran a las hermanas Echagüe a través del exintendente Nicasio Vila, el marido de una de ellas. 

En 1926, Arman, Presas y Todeschini diagramaron el proyecto. La empresa Constructora Candia e Isella fue la encargada de levantar el edificio entre 1927 y 1929. La Favorita se levantó por etapas y sin parar su actividad comercial ni un solo día.

¿Solo dos años para semejante obra?

Era un verdadero mecano. La estructura metálica permitió no sólo optimizar los tiempos de construcción, sino aportar una planta baja libre sostenida solo por columnas de hierro.

Los escalones, las barandas, absolutamente todo estaba numerado.

Es un edificio inmenso, complejo, que albergó incluso un teatro, que funcionó poco tiempo y que luego se convirtió en depósito.

Volvamos a aquellos viajes marítimos que conectaron a su abuelo con Europa toda su vida.

Ramón visitaba a su familia, que estaba radicada en España. Su mujer vivió poco tiempo en Rosario.

También tenía una oficina en París, donde se compraba parte de la mercadería para abastecer la tienda. 

Suena sofisticado, más en estos tiempos de tantas restricciones al comercio exterior.

Por aquellos años Argentina no tenía prácticamente industria. 

Pero no solo importó productos novedosos desde Europa para vender en Rosario, también trajo con él a medio pueblo a trabajar en la tienda.

Fue un hombre extremadamente solidario con su gente. El inmueble de La Favorita Decoraciones, que funcionó en Sarmiento y Rioja, fue donado al Hospital Asilo de su tierra, que se sostenía con la rentabilidad que generaba esta propiedad. Por los avatares argentinos, desde España decidieron venderla y nosotros la recompramos.

¿Cuándo entra usted en escena?

Viví la tienda de niño. Me apasionaba jugar cuando estaba cerrada; era todo para nosotros. 

Trabajé de 1971 a 1993 integrando un comité ejecutivo.

Primero me dediqué a los números, soy contador de profesión. Luego comencé a involucrarme en todo el funcionamiento, aunque me dediqué especialmente a la relación con el personal. 

Teníamos 600 empleados, cifra que ascendía a 800 para las fiestas de fin de año.

De izquierda a derecha: José Ramón García (presidente), José Luis García (vicepresidente), Ramón Parmigiani (director), Ramón García (director), Pablo García (director).

Siempre me llamó la atención la poca rotación del personal. Había empleados que conocí de jóvenes y continuaban trabajando a edad madura.

Fue una gran familia.

Tomábamos a la gente para que hiciera carrera en La Favorita, para que fuera su trabajo de toda la vida. Teníamos una visión humanista de los negocios.

Los empleados de La Favorita nunca tuvieron un delegado gremial. 

Fue la tienda más grande de Argentina.

¿Cómo fue la experiencia de dirigir esa empresa en permanente contexto inflacionario?

Nunca fue fácil, de hecho, el Corte Inglés, cuando España vivía momentos inflacionarios, nos tomaba de modelo, quería saber cómo se sobrevivía a la inflación.

Los inspectores, el control de precios; la economía argentina siempre tuvo muchos obstáculos. Había que vender mercadería a determinado precio, aunque nos diera pérdida.

También hago nuestra autocrítica, hicimos muchas cosas mal. 

¿Por ejemplo?

Nunca nos animamos a instalar un supermercado, consejo que nuestros amigos del Corte Inglés siempre nos dieron, hablando de la buena rentabilidad del negocio en relación a la que tenía la tienda. No nos atrevimos a copiar la experiencia exitosa de España. 

La ubicación estratégica de los productos no fue la correcta. Las telas, lo más barato, estaba en el salón principal de la planta baja, cuando allí se ubican las tentaciones, los perfumes, los accesorios, lo que menos se necesita, como hace toda tienda. 

Fue además una empresa sobredimensionada en su número de personal.

¿Cómo fue su retiro de La Favorita?

Es lo que más me costó en la vida. 

Entraba a las 7.30 y salía a la noche. Lo di todo, restando tiempo a mi familia, mis diez hijos. Me perdí muchos momentos de su crecimiento, en esos años no me di cuenta.

Luego tuve una operación de corazón, importante, y allí registré esos momentos familiares no vivenciados. 

Lloré, sentí mucho La Favorita.

Tuve otros negocios, otros desafíos, el ICR, la Universidad Austral, los colegios. De todos me pude desprender con facilidad, de La Favorita, nunca.

POR FABIANA SUÁREZ – REDACCIÓN ON24

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