Fayt y la insoportabilidad de ser viejo

Todos envejecemos. Eso es así si tenemos la suerte -¿la suerte?- de que el inexorable paso del tiempo nos permita ir transitando por esas distintas etapas de la vida. Es un proceso biológico completamente natural que, en principio, no engendra mayores disminuciones que las que son propias de la edad. Un proceso que, al menos en el actual estado de la ciencia, es inevitable para todos los seres humanos por el simple hecho de ser lo que son: seres humanos.

La visión que se tiene de los ancianos no ha sido uniforme a lo largo de la historia, ubicándoselos pendularmente en diversas posiciones de importancia. No todas las sociedades han tenido las mismas consideraciones para con este grupo etario. Y, sin embargo, las que les han reconocido su justo lugar como voces de la experiencia a tener en cuenta, y no como remedos de otrora personas jóvenes y saludables, florecieron y dejaron su marca. Un caso ejemplificador es el de la antigua Esparta, cuyo órgano de consejo y referencia máxima era la Gerusía, institución rectora y legisferante de esta polis guerrera y que tomaba las decisiones últimas y primeras, basándose en todo lo que les había tocado vivenciar en el campo de batalla. No resulta tampoco necesario retroceder tanto en el tiempo. En el actual Japón los viejos también tiene un lugar protagónico, incluso en las empresas, donde lo que está en juego es el dividendo. Entonces, ¿qué mejor demostración de que su experiencia es útil?

El Dr. Carlos Santiago Fayt, nacido el 1º de febrero de 1918, integra la Corte Suprema de Justicia de la Nación desde el retorno de la democracia en 1983. Un jurista de talla y lustre que ha sabido cumplir con una máxima quizá olvidada por muchos de sus congéneres: que los jueces sólo hablan a través de sus sentencias. Destacable su labor, probablemente, por haberse ganado una imagen popular como votante disidente, aportando en emblemáticos casos un punto de vista que los demás miembros del Tribunal cimero habían obviado o del cual no se habían percatado.

Corría el año 1994 cuando se vio la que es, por el momento, la última reforma constitucional de nuestra Carta Magna. Fue allí que se estableció en el art. 99, inc. 4º de la Constitución Nacional un límite antes inexistente para quienes se desempeñaran como jueces: un máximo de edad de 75 años, el cual los obliga a jubilarse a menos que obtengan el acuerdo correspondiente del Senado para proseguir en sus funciones. Fayt, quien ya era Ministro de la Corte Suprema en ese tiempo, presentó en el año 1999, previo a la entrada en vigencia de esta limitante, un reclamo (“FAYT, CARLOS SANTIAGO C/ ESTADO NACIONAL S/ PROCESO DE CONOCIMIENTO”, CSJN, 19/08/99) solicitando su nulidad basándose en la inamovilidad de los magistrados y los derechos adquiridos para todos aquellos que habían jurado con una Constitución distinta a la que ahora regiría. El máximo Tribunal de nuestro país, con lógica abstención del propio interesado, declaró por primera vez en su historia la nulidad de una cláusula constitucional, logrando así que Fayt quedara excluido del régimen antes mencionado.

Ese es el dato anecdótico, el pedazo de información que nos explica por qué Fayt a sus 97 años sigue siendo Ministro de la Corte. Lo importante es preguntarnos las motivaciones que llevan al Gobierno Nacional a pretender enjuiciarlo políticamente y separarlo de su cargo. ¿Si fuera un juez adicto al oficialismo actuarían de la misma forma? ¿Cuál es la diferencia entre tener más o menos de 75 años? Los números que las normas eligen para marcar etapas son convenciones arbitrarias. En una conocida serie de televisión (y película), “Fuga en el Siglo 23”, a los que cumplían 30 años los mandaban al Carrusel: un exilio forzado. No parece demasiado atractivo vivir en una sociedad donde a los que llegan a viejos se los tira como si fueran basura.

No es novedad que el procedimiento que se sigue desde el oficialismo es inconstitucional, y eso no resulta más que otra cara de las cosas a las que ya estamos, desafortunadamente, acostumbrados. El Derecho, así como la Medicina y la Gerontología, reconocen las diferencias que hay entre senectud y senilidad. La senectud la marca el simple paso de la vida, la senilidad es la excepción. No por llegar a la tercera edad se pierden necesariamente cualidades mentales. De ser esa la regla, los adultos mayores serían automáticamente incapaces ante la ley, cosa que no son.

Discusiones de este tipo nos privan y alejan de discusiones más profundas y de mayor vuelo. Nos merecemos saber si nuestros jueces, legisladores, mandatarios, y tantos otros que ocupan cargos de poder y responsabilidad, están en condiciones de realizar las tareas que se les han encomendando. Enfocar todo ello por el lado de los enconos personales no aporta nada en absoluto, y termina dañándonos a todos porque daña a la Democracia y a la República. Al vérselo reaparecer luego de un par de semanas, la única gran diferencia visible con aquél de finales de 1983 es que ahora camina con más lentitud. Un hombre de 97 años con casi una misma cantidad de décadas de intachabilidad moral acumuladas, prácticamente un monumento vivo en ese sentido, más en un país como Argentina. Parece ser que para el Gobierno Nacional ser viejo está mal, y si encima es un viejo inteligente y despierto, peor.

Nadie sabe qué nos depara el destino. El futuro es un arcano incierto, y nadie tiene comprados los días venideros. En esa lotería azarosa cualquier cosa puede suceder a cada momento. Eso es lo mágico de la vida: cada segundo es único e irrepetible. Eso, también, es lo peligroso, porque esos segundos de nuestras vidas tampoco pueden recuperarse. Es una posibilidad que Fayt el 11 de diciembre de 2015 presente su renuncia, salude a todos sus colegas y salga por la puerta grande de la Corte. Lo que no puede permitirse es que se coarte su manera propia y personal de alejarse de las lides a las que ha dedicado su vida y carrera enteras, no puede permitirse que sean otros los que decidan cómo finaliza sus días y de qué forma se lo recuerde.

@GarretEdwards

Comentarios