Los viajes y la filosofía

Poco parece más apasionante, a cierta edad, que ir a un lugar deseado, conocido o no. La filosofía y el rock han reflexionado sobre los viajes. Pero con este tema también puede hacerse una lectura política. Porque los viajes son un claro indicador económico.

El de los viajes, a cierta altura de cada año, sobre todo poco antes de que esté por finalizar, es un tema recurrente en las conversaciones familiares, e incluso entre amigos. Una de las grandes fantasías de muchos es la de viajar permanentemente, viajar sin fin. Ser un ciudadano del mundo, como proponían los estoicos o los existencialistas. Un hombre de ningún lugar, como planteaban “The Beatles”. No ser de aquí ni ser de allá, como cantaba Facundo Cabral. Y que para ello dé casi lo mismo estar en la Grand Central Station de New York City, la estación de trenes más grande del mundo, o en el pequeño apeadero ferroviario del encantador pueblito galés de Abergavenny. En ambos sitios veremos formaciones que vienen y van. Y gente. Con apuros, con fantasías, con proyectos. Iniciando viajes. O regresando. O como en “Voyage Voyage”, con Desireless cuando cantaba: “Deslizando las alas sobre la alfombra del viento. Nubes sobre pantanos, desde el viento de España a la lluvia de Ecuador, viaja, viaja, más lejos que la noche y el día… para nunca volver…”

Aquellos que tuvieron la oportunidad de viajar, sea recorriendo el país, o alrededor del mundo, muchas veces se descubren sacando una rápida cuenta de cuáles son las ciudades en las que pasaron más tiempo en sus vidas, además de su ciudad natal, o aquella en la que habitan desde siempre. Los resultados pueden sorprender. A veces la cuenta da que la ciudad más visitada está ligada a la actividad laboral. Otros casos muestran que tiene relación con un plan turístico o vacacional. El caso que fuese es que para unos cuantos parece una imprescindible etapa previa conocer el propio país antes de aventurarse al exterior. Y ese paso preliminar bien puede ser como ese “rocanrol del país” que cantaban los Redondos, cuando a veces peregrinamos hacia donde sea con tal de ver nuestra banda preferida. De cualquier modo, todos sabemos cuál es nuestro “lugar en el mundo”. Aquel con el que nos identificamos, nos hemos sentido cómodos, o está asociado a un buen momento de nuestras vidas. Y allí es dónde deseamos regresar. O quedarnos a vivir. Aunque Joaquín Sabina proponga “que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Quizás porque todo fluye, todo cambia, y nada se repite del modo que fuera alguna vez. Si bien con “De viaje”, Silvina Garré se interroga sobre: “¿Cómo se adivina el daño de un adiós?”, y todo aquello que va quedando atrás. Como sea, las cuestiones citadas pueden llevarnos a reflexionar sobre algunas más relacionadas con el proyecto existencial de viajar.

A la hora de elegir un rumbo, estamos convencidos de que en el lugar que seleccionamos el clima es mejor, que la cultura es más interesante, que los paisajes son más impactantes, que los lugareños son más fascinantes. La literatura, el cine y la música se han ocupado ampliamente de alimentar nuestra imaginación al respecto. Desde el arquetípico viaje de Ulises en la “Odisea” homérica al otro más simbólico aún del “Ulysses” de James Joyce, ambos como paradigmas de las búsquedas humanas más originarias que implican un alejamiento y un retorno a uno mismo para recorrer el largo camino del autoconocimiento. Y porque en todo esquema literario o dramatúrgico siempre ha tenido su viaje aquel héroe que se precie de tal. Viajó Platón con su mito de la caverna, y también lo hizo Nietzsche en “Así habló Zaratustra”. En la autobiográfica “Chronicles” de Bob Dylan, el viaje es una alegoría de la vida que nos traslada al pasado a través de memorias fascinantes y sugestivas. También aportan lo suyo las “road movies”, cuyo contenido central y temático lo constituye el viaje mismo, como en la antológica “Busco mi Destino”. O recorriendo la legendaria y muy estadounidense “Ruta 66” a la que le cantaban los Rolling Stones.

Hay, sin dudas, viajes de todo tipo: breves, extensos, culturales, de turismo, vacacionales, de placer, de negocios, de aventura, de estudio, de exploración, de safari fotográfico. Los hay, también, sin retorno o con regreso incluido. Algunos se planifican con mapas y guías turísticas, otros se deciden sin rumbos fijos delineados. En todos ellos hay algo en común: la idea es genuinamente humana ya que ningún otro ser viaja en sentido estricto. El simple hecho del traslado físico no constituye en sí mismo la categoría de viaje, aunque es condición necesaria que implica su combinación con el tiempo. Hay desplazamientos que no se consideran viajes, como el ir diariamente al trabajo, o el virtual de ir posteando en las redes sociales en cada lugar que pasamos un rato, en el marco de una actividad que le quita perspectiva. El viaje involucra alejarse de una referencia a la que podemos o debemos retornar. Sin embargo, no siempre resulta como hemos fantaseado, ni pone distancia de nuestras preocupaciones cotidianas.

Más allá de la posibilidad de encarar conceptualmente al viaje como metáfora o juego simbólico, cada uno puede tener una concepción filosófica propia acerca de los viajes. Como regla básica sería conveniente que definiéramos con claridad para qué viajamos y qué esperamos. Pensemos en que también la filosofía puede ser vista como una travesía hacia nosotros mismos. Hacia nuestro interior. No es una actividad que nos resuelva los problemas ni permita elaborar nuestros conflictos, pero puede ayudarnos a bucear en las profundidades de nuestro viaje vital. De lo contrario quedaría reducido a una excursión periférica. A un recorrido existencial de corto alcance.

El filósofo contemporáneo francés Michel Onfray con “Teoría del Viaje” indaga en la diferencia conceptual entre ser viajero y ser turista. Con una postura que sorprende para estos tiempos, Onfray arremete contra la necesidad de registrar cada momento y cada lugar en el marco de cualquiera de las travesías que emprendemos. Como si esa fotografía que cristaliza y eterniza un instante determinado fuese a modo de síntesis de la experiencia del asombro y la felicidad de cada aquel que viaja. Y, más que nada, la intención de dejar un rastro, que estará plagado de literalidad, de univocidad, dejando fuera mucho de las señales más significativas que van dejando auténticas marcas en nosotros mismos, y que no deberían ser mucho más que cinco o seis. Y no un carrete con millares de fotos en un iPhone, pues puede ser que la gran experiencia se reduzca nada más que a fotografiar el momento, perdiéndose la viva experiencia del instante. Y porque siempre quedará fuera de foco la inefabilidad de un mundo que seguirá siendo misterioso e inefable. Aunque lo hayamos recorrido todo. Y fotografiado de a cientos o miles de tomas.

Pero lo que propone Onfray también puede ser para superar eso de que para muchos cada viaje parece una oportunidad de exhibición (a menudo reiterativa y obscena) de lo que cada uno hizo, de lo que puede hacer. Y aparentar. Porque viajar también parece ser, en algunos ambientes, un medidor de la potencia y poder de cada viajero. A más distancia o lugar más exclusivo, más potente y poderoso parecerá (o será) quien viaje. Y uno, en ese devenir, se va disolviendo en la existencia inauténtica que describía Martin Heidegger. Aún en la situación de consolidar, por lo menos superficialmente, nuestro estatus, imagen y prestigio social.

Paul Bowles distinguía, igual que Onfray, entre el turista como un coleccionista de sensaciones que recorre el mundo sabiendo que algún día regresará a su casa, y el viajero como aquel que no teme perderse y que sabe que aún regresando, después del viaje, nunca volverá a ser el mismo. También podríamos adicionar a estas dos categorías de Bowles la de aquel que viaja simplemente en plan vacacional, buscando descansar de sus obligaciones cotidianas e incluso de la propia personalidad. Conocido es “Total Recall”, el filme que proponía justamente eso, adoptar una identidad diferente que facilite remanso y sosiego en nuestros días, y al cabo del ejercicio, retornar recuperado. Era como tomar vacaciones de uno mismo. Como viajar recordando experiencias que nunca tuvimos realmente. Imaginación y fantasía extremas. Hasta una frontera que bordeaba lo psicótico. Un juego peligroso, por cierto. O, buscando variantes, trasladarnos imaginariamente a través del tiempo, adelantando o retrocediendo a gusto, eligiendo el período deseado, o quizás sorprendiéndonos con el salto inesperado. Como si protagonizáramos la recordada serie televisiva de los ’60 “El túnel del Tiempo” o la actual “DC’s Legends of Tomorrow”.

En esto de los viajes, de los tradicionales, ya casi no existen “fronteras naturales”, según Zygmunt Bauman. Los aviones facilitaron todo. Y estemos donde estemos, bien sabemos que podríamos estar en otra parte. Es cierto que, economía actual mediante, es cada vez más complicado y prohibitivo seguir viajando. Bien lo sabemos los que para poder hacerlo realizamos cuentas y elaboramos presupuestos, esperando aquellas ofertas de vuelos baratos fuera de temporada alta. Porque con una economía más sincerada, donde sabemos cuál es la inflación real, donde no vivimos en la fantasía del uno a uno ni en el delirio ochentoso del “deme dos”, y con las sucesivas fiestas de los recientes gobiernos finalizadas, cada peso de los que necesitaremos para solventarnos, cuenta. Y porque, afortunadamente, con el cambio de signo político en el gobierno nacional argentino, hemos dejado de ser, en los hechos, prisioneros de nuestro país, considerando las enormes dificultades que nos iban apareciendo a la hora de querer viajar al exterior. Desopilantes recargos con las tarjetas de crédito si se usaban fuera de nuestro territorio, amén de la prohibición o serias restricciones para adquirir divisa extranjera (siempre necesaria para los viajes internacionales) hacían que estos mismos se volvieran cada vez más complicados. Y todo, sumado al creciente y habitual abuso en los precios de los destinos turísticos locales.

Mientras tanto, viene bien seguir pensando, para que sirva de renovado impulso, en lo que Litto Nebbia (en su período de Los Gatos) aseguraba “soy de cualquier lugar”. Y que más tarde también cantaría: “dicen que viajando se fortalece el corazón, pues andar nuevos caminos te hace olvidar el anterior…”, quizás porque eso de viajar y evolucionar debe ser cierto. O detenernos en eso que describía en “Perlada” Ricardo Soulé: “Le gustaría hacer un viaje que cueste regresar. Sin fecha de retorno que marcar. Pequeña la maleta. No hay mucho que guardar: puñado de recuerdos y cartas…” Viajar ligeros y livianos, sin urgencias, tal vez buscando arribar a algún punto de encuentro, de sueños compartidos. Aunque, como bien sugería Andrés Calamaro, algún viaje sea mejor hacerlo solo. Ese viaje de la búsqueda de nosotros mismos. Esa travesía en la que conseguimos la categoría de viajero frecuente.

Finalmente, entre cada partida y cada regreso, es posible que sigamos elaborando plannings, registrando nuestras memorias en un diario y avisando de las contingencias sucedidas en esa bitácora de navegación que cada uno escribe sobre su propia vida. Sobre su propio viaje.

Por Ernesto Edwards / Filósofo y periodista / @FILOROCKER

 

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