“La Maestra”, gremialismo, rock y educación

Por Ernesto Edwards

Filósofo y periodista

@FILOROCKER

 

En la Argentina, en el mes de septiembre, cada 11 recordamos al maestro, el 17 al profesor, y cada 21 al estudiante. La educación toda no sólo es tema de preocupación de políticos y educadores. También es abordada desde el rock. Y si algo faltaba para ilustrar, se estrenó “La Maestra”.

Sobre la Educación, de su etimología presumimos dos raíces latinas. Una, del verbo “educare”: nutrir, guiar; y otra, de “ex ducere”: sacar, extraer, constituyendo dos sentidos aparentemente contradictorios, pero en realidad dialécticos, con uno y otro mutuamente implicados, pues ninguna acción desde el exterior logra por sí sola el propósito que se ha fijado en este ámbito sin el concurso de una predisposición humana que desde el interior se despliega para el desarrollo de sus posibilidades.

Mounier creía que la educación es despertar personas. Paulo Freire afirmaba que la educación es un instrumento vital para la liberación del pueblo y la transformación de la sociedad, a través de la praxis de quienes son, simultáneamente, educadores y educandos. Vigotsky, que el docente debe, como mediador, propiciar la creación de zonas de desarrollo próximo, facilitando así un aprendizaje activo. Alicia Pintus asumió que “enseñar es tocar una vida para siempre”. Y Oscar Wilde, transgresor como pocos, pensaba que “nada que valga la pena saberse, puede ser enseñado”.

Del modo que sea, el rock no ha estado lejos de lo que bien puede ser una acertada descripción del fenómeno educativo. Hace ya más de un cuarto de siglo, en la apertura de “Los Simpson”, de Chuck Berry se cantaba “School Day”: “En el colegio, muy temprano en la mañana, una maestra te enseña esa antigüedad llamada ‘Historia Americana’, y vos sólo la estudiás para aprobar”. Nunca cansa recordarlo: algunos educadores y su concepción de la creatividad y su respeto ausente por la libertad provocaron que Roger Waters, liderando Pink Floyd e inspirado en Althusser, afirmara: “no necesitamos educación alguna, no necesitamos ningún control de pensamiento”.

Charly García, en Serú Girán, ya sabía, en “Desarma y sangra”, que “no existe una escuela que enseñe a vivir…” Educar, debiera ser, simplemente, enseñar cómo tratar de ser feliz. Sólo se trata de “despertar a un mundo dormido…” El leit motiv de “Tango Feroz” reconocía: “La escuela nunca me enseñó que al mundo lo han partido en dos”.

Andrés Calamaro, en “Revolución turra”, reflexiona que “… Vivir no se estudia en la escuela, ni hay facultad para saber la verdad”, en sintonía con “Pato trabaja en una carnicería”, de Moris, quien describía su propia elección cuando decidió “Nunca el colegio. Siempre la vida”. Y también recordaba, rebelándose contra el sometimiento que impone el sistema: “En el circo me enseñaron las piruetas”. O Fito Cabrales, que como si fuera Unamuno, en “La casa por el tejado”, cuenta: “El colegio poco me enseñó. Si es por esos libros nunca aprendo: … a perder el miedo a quedar como un idiota, y a empezar la casa por el tejado. Menos mal que fui un poco granuja. Todo lo que sé me lo enseñó una bruja”.

Lucio Accio, fue un poeta romano que acuñara una frase luego retomada por un emperador despótico como Calígula, que decía: “Que me odien pero que me teman”. Aspiración lógica en cualquier tiranía que somete a un pueblo que probablemente no tuvo, buenos maestros que los ayudaran a educarse para vivir en libertad.

Hace tiempo ya, el citado García, en Sui Generis, confesaba “… Aprendí a ser formal y cortés, cortándome el pelo una vez por mes. Y si me aplazó la formalidad, es que nunca me gustó la Sociedad. Y tuve muchos maestros de que aprender. Sólo conocían su ciencia y el deber. Pero nadie se animó a decir una verdad: siempre el miedo fue tonto”. Y a veces, el camino del aprendizaje también hace transitar por dionisíacos senderos de voluptuosidad, vértigo y pasión, como para Enrique Bunbury, cuando afirmaba: “Es cierto: camino de exceso, fuente de saber”.

Flavio Cianciarullo, a través de los Cadillacs, escribía en “Mal bicho”: “En la escuela nos enseñan a memorizar fechas de batallas, pero qué poco nos enseñan de amor…” Según León Gieco, “Es como una herida que sangra en libertad” para las “Maestras de Jujuy”. “El estudiante” de Los Twist ironizaba sobre ese “modelo” de alumno “de verdad” que nadie quiere ser, buscando agradar a la maestra y al director.

Alejandro Lerner, en “Nena neurótica”, cuestiona la actitud de quien leyó “…los libros que hay que leer, todos de memoria y sin entender”. Los de Flema, en “Anarquía en la escuela”, critican la escuela tradicional y proponen, desde el punk, la resistencia al sistema educativo: “No da más, basta ya. No soporto la escuela. Días aburridos, prisioneros… Agarraremos a los profesores. Los colgaremos de sus corbatas. ¡Anarquía en la escuela!” Todos Tus Muertos, en “Días de escuela”, tienen una visión sombría: “Usaste tus venas para escapar. Desfiguraste tus días de escuela”.

Los de Pearl Jam cuestionaban su educación, preguntándose si sólo lo que aprendimos es todo lo que somos. Nadie tiene la última palabra. Tal vez se deba seguir repensando seriamente el papel, en la actualidad, de la educación y de la escuela, como diría el Indio Solari, “En esta vieja cultura frita”. Así como vamos, el sistema no tiene futuro. Sobre todo si se olvida de que se es maestro porque a la par de enseñar, se sigue aprendiendo.

 

Y esto último se relaciona con lo que viene sucediendo en nuestro país, desde hace más de un mes, a partir de la desaparición del activista Santiago Maldonado, donde la acción gremial docente se tiñe decididamente de intereses proselitistas, con fines claramente electorales, y quizás desestabilizadores también, pero disfrazando (o intentando) todo de actividades educativas. Algo que se puede asociar con el reciente estreno del filme “La Maestra”.

Ganadora de varios festivales europeos, se estrenó “La Maestra”. Ambientada en 1983 en los suburbios de Bratislava cuando República Checa y Eslovaquia eran un solo país, tras la Cortina de Hierro, cuando se sobrevolaba la decadencia y el fracaso del comunismo europeo de posguerra. Es allí cuando la profesora Maria Drazdechova se instala como docente en una secundaria. A la hora de las presentaciones, solicita a sus alumnos que digan sus nombres y… ¡la profesión de sus padres! Cualquiera se preguntaría acerca de la estrategia didáctica de la educadora. Porque no se entiende del todo la utilidad de dicha información. Aunque la inquietud suene confiable debido al aspecto bonachón de la recién llegada. Pero no pasará demasiado para que nos demos cuenta de que las calificaciones de los alumnos estarán directamente relacionadas con el nivel de importancia de la actividad laboral de los progenitores, con quienes coqueteará y planteará intercambio de favores abusándose de su victimización por su condición de viuda. Y siempre, buscando la ventaja, grande o chiquita, desde un beneficio en el supermercado hasta atención sexual preferente de algún padre que se sentirá obligado. Pero algo sucederá que decidirá a la directora a organizar una clandestina reunión de padres, toda vez que el intento de suicidio de uno de los alumnos parece estar vinculado con la profesora.

El recurso del flashback permite ir reconstruyendo, desde el presente yendo para atrás, el núcleo argumental, que se va tensando en un crescendo intolerable, a partir del vínculo pedagógico y de la aproximación con sus padres, quienes irán enredándose en una densa madeja. Sobre todo al descubrirse, en el conclave de las familias, la situación de poder de Maria, y cuáles pueden ser las consecuencias para todos los demás. Porque el poder parece ser es lo que se juega también en el escenario educativo, donde la inmoralidad y el desprecio por el decálogo ético que debiera observar todo aquel que se dedique a la labor educativa. Porque el intercambio de todo aquello que se realice a escondidas en la escuela entre profesores y alumnos, donde los primeros son los que detentan el poder, abusando de su autoridad y del sometimiento intelectual al que sumergen a niños y adolescentes, siempre es no sólo hipócrita sino innegablemente perverso.

“La Maestra”, cine arte del mejor, con un final inquietante para recordar, y que es una acertada metáfora epistemológica de su tiempo, en el ocaso de un comunismo que se caía a pedazos, sin embargo no deja de ser una historia universal, sin épocas, sin tiempos. Pasó en 1983, pero también puede estar pasando hoy día. Porque no guarda demasiada diferencia de cómo se viene comportando CTERA, el mayoritario gremio de docentes públicos argentinos, empeñado en colaborar activamente en la campaña electoral de la viuda de Kirchner. Sea a través, en la primera mitad del año, con la Escuela Itinerante de la infamia. O, como ahora, sometiendo a la distorsión y el adoctrinamiento feroz en el aula, utilizando maliciosamente el lamentable caso, aún no esclarecido, de desaparición del activista Santiago Maldonado.

FICHA TÉCNICA

“La maestra” (“Ucitelka) (Chekia – Eslovakia, 2016)

Dirección: Jan Hrenejk

Con Zuzana Mauréry, Zuzana Konecná, Csongor Kassai y Tamara Fischer

Género: drama – Duración: 102’

Calificación: Muy Buena 

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