Elecciones en Ciudad Gótica

Por Garret Edwards

Abogado y profesor universitario

@GarretEdwards

(“The Killing Joke”, 1988, Alan Moore y Brian Holland)

Ciudad Gótica está ubicada en el noreste de los Estados Unidos. Cerca de Metrópolis. Con clásicos rasgos de Nueva York y de Chicago, bien podría ser también Buenos Aires o Rosario. Si no en lo bueno, al menos sí en lo siguiente: no parece una ciudad en la que los políticos tengan fáciles las elecciones. Con tasas de homicidios y delincuencia por arriba de los niveles del resto del universo de DC Comics, es una urbe en la que superhéroes y villanos se debaten a diario entre la vida y la muerte.

Sin embargo, desde temprana edad, Batman, el residente más famoso de Ciudad Gótica, se autoimpuso una regla moral que en pocas ocasiones a lo largo de sus más de 75 años de rica historia ha violado: no matar. Es cierto que en sus primeros escarceos en los tebeos, de las manos de Bob Kane y Bill Finger, Batman gatillaba pistolas y ametralladoras a diestra y siniestra. No obstante, a medida que la mitología del hombre murciélago se fue expandiendo, éste comenzó a mutar, generándose mayores enlaces emocionales entre la muerte a sangre fría delante suyo de sus dos padres -Thomas y Martha Wayne- y sus vínculos como justiciero encapotado.

Bruce Wayne -Bruno Díaz en la versión en español a la que tanto se acostumbró una generación que aún mantiene en sus retinas a Adam West- es un playboy multimillonario, que de día se dedica a una vida licenciosa, y por las noches se disfraza para salir a combatir el crimen sin autorización estatal alguna, aunque con la connivencia de algunos referentes importantes de los tres poderes, por caso, el Comisionado Gordon. Bruce es humano, no tiene superpoderes, más allá de una inteligencia por arriba de la media, y un caudal de dinero casi inagotable. También es un evasor fiscal, ¿o acaso paga Bienes Personales por todo aquello que tiene guardado en la Baticueva?

Por sobre todas las cosas, Bruce Wayne es Batman. Y como superhéroe que es, cuenta con una larga galería de supervillanos. Entre los cuales podemos encontrar al Pingüino, a Gatúbela, al Acertijo, a Dos Caras, al Capitán Frío, a Hiedra Venenosa, y tantos otros más. De cualquier manera, ninguna lista estaría completa sin mencionar a su archinémesis: el Guasón. Personaje del que al día de la fecha no se puede asegurar su verdadero origen, y que ha acompañado a Batman desde su primer número en solitario, allá por abril de 1945.

Si bien ha habido alguna que otra ocasión en la que el Caballero de la Noche le quitado la vida al Príncipe Payaso del Crimen, como en “La Broma Asesina” de Alan Moore, en la cronología oficial Batman nunca ha sido capaz de matar al Guasón. Mejor dicho, Batman siempre ha decidido no matarle. Enfrentado con esa decisión, el hombre murciélago lo ha hecho encarcelar en el Asilo de Arkham, o le ha dejado escapar para vivir un día más. Surge una pregunta ineludible: ¿Por qué Batman no elimina de manera definitiva a su máximo rival?

De buenas a primeras, podría responderse con lo expresado anteriormente: Batman no mata. No está en su código moral. Sería una respuesta para salir del paso, porque la relación de Batman con el Guasón va más allá de las reglas que Batman se haya planteado o no a sí mismo. El vínculo entre superhéroe y villano es simbiótico, y de ida y vuelta. En algún punto, el contraste con el otro es lo que permite que cada uno de ellos pueda identificarse a sí mismo, asignarse un rol, y resignificarse con su contexto. Batman existe porque tiene al Guasón delante, y el Guasón existe porque tiene a Batman del otro lado. Es que no es solamente Batman el que no mata al Guasón, el Guasón tampoco mata a Batman.

Si cualquiera de los dos eliminase al otro, perdería su identidad y su razón de ser. Se vería obligado a buscar un nuevo enemigo, o a perecer. La política argentina tiene un poco de todo eso, aunque muchas veces cueste saber quién es Batman y quién es el Guasón. Los políticos argentinos necesitan un enemigo del otro lado, alguien a quien echarle la culpa de todo lo que anda mal, alguien a quien tenérsela jurada, pero que al final del día, en el momento definitorio, cuando toca jalar el gatillo, se lo deja escapar para que viva un día más.

Si Cristina Fernández será candidata o no es una de las más grandes incógnitas a esta fecha. Si la Justicia tomará alguna decisión que modifique su estatus también. Si Mauricio Macri llegará con suficientes energías o desgastado por liderar los destinos de un país que todavía busca tener su propio Batman, también. Lo que sí está claro es que este 2017 es año de elecciones de medio término en Ciudad Gótica.

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