La paradoja de la competencia…

Mucho se habla por estos días de la apertura de las importaciones y los efectos derrame que estas supuestamente causan en la economía domestica. Concretamente el cierre de fabricas y el desempleo como un resultado de política económica.

El primer punto que surgen de las series históricas (Indec) durante 26 años, da cuenta que el ultimo déficit de balanza comercial lo tuvimos en 1999, 16 años después volvimos al mismo resultado. Osea que por definición, Argentina no es un país que fomenta las importaciones y en todo caso, los datos y la burocracia no dan cuenta de eso.

De hecho, si tomamos en cuenta el coeficiente de apertura de la economía (suma de las impo + expo / PBI) estamos a valores de 1996 (0,16%), cuando sus valores máximos datan de 2004- 2008 con valores del 0,31%.

La pregunta es: que hicimos mientras se ensayaba una vez más el fallido modelo de ISI (industrialización sustitutiva de importaciones) durante la última década?.

Cabe recordar que este modelo económico adaptado a A. Latina tuvo su origen en la I y II GM cuando las naciones “centro” industrializadas dejaron de abastecer a las economías “periferia” promoviendo el desarrollo de la industria nacional.

Un modelo basado fundamentalmente en subsidios y la dirección del Estado para la producción de los sustitutos; altos aranceles a la importación y un tipo de cambio elevado.

Como es habitual en nuestra economía, los ciclos se repiten y las lecciones no se aprenden, el Estado lejos de potenciar las oportunidades que el mundo nos brindo los últimos años, asfixio con tasas impositivas records a la producción, con costos laborales de los más altos de la región y sosteniendo un gasto Publico como filosofía de gestión que se pago inflando artificialmente la economía con la maquina mas nefasta, la impresión de billetes.

Los supuestos desarrollos productivos como los promovidos con mucho marketing y poco realismo como los de Tierra del Fuego, dan la imagen que el ensamblado de partes poco tiene que ver con la producción real, con inversiones genuinas y con la creación de empleo productivo de valor agregado.

Si bien la necesidad de una política activa del estado en materia fiscal mediante estímulos que garanticen la llegada y permanencia de capital productivo es ineludible, no menos cierta es la conjetura acerca de los márgenes extraordinarios de ganancias que las pymes argentinas han percibido durante esta última década.

Independientemente de la gran carga laboral y la cuasi confiscatoria presión tributaria (agravado para el caso de las exportadoras, donde la carga impositiva en dólares subió por encima del 50% desde el 2001 con iguales costos de logística -44% en 2016; si a ello adicionamos los costos energéticos, de financiamiento y productividad laboral propia del sector, fueron las grandes perdedoras de competitividad), la tasa de ganancias sobre utilidades no distribuidas de nuestro país hoy se encuentra en un 35% vs un 27% para América Latina.

Hoy Argentina se ha lanzado nuevamente al mundo tomando deuda, toda la que pueda, priorizando el gradualismo por sobre el shock, en un contexto de apetito por deuda emergente ya que las tasas siguen siendo bajas a nivel internacional. Asegurará ello el aliento de un proceso de nuevas y genuinas inversiones que realmente permitan mejorar la estructura de costos y redunden en mayor competitividad de las empresas nacionales?

En el más optimista de los escenarios, suponiendo el tan conocido “efecto acelerador de la inversión” para el segundo semestre, la cultura del empresariado argentino asimilará tasas de rentabilidad “más normales”? sólo así podremos garantizar la libre competencia del laissez faire.

Discutir hoy la apertura de la economía como el causante de todos los males, como poco es desconocer los principios que rigen la ciencia económica. La competencia que deviene de la apertura de la economía genera un impacto real (imposible desconocerlo en el corto plazo) que en principio ofrece al consumidor la oportunidad de conseguir más productos, a mejores precios y con calidades diversas. Situación inversa fue la vivida los últimos años en los que estamos pagando por productos con valores que superan ampliamente un diferencial de precio de +50% (tecnología entre otros).

El empresario que en su industria tiene la posibilidad de incorporar tecnología de producción a sus procesos para competir genera eficiencia que le permite reducir sus costos y obtener márgenes de ganancias, que a su vez estimula la re-inversión y a su vez la creación de empleo.

Durante este “ajuste temporal”, el Estado juega un papel determinante. El Estado además de re-pensar en el cómo potenciar los desarrollos productivos (política impositiva, cambiaria y regímenes de promoción industrial entre otros), juega en su timming del gradualismo vs shock el partido más importante en materia social con aquellos que el sistema margina hasta que la economía competitiva vuelva a crear los puestos de trabajo.   

Adam Smith, el más famoso de los economistas, dijo en 1776 que: “en la mayoría del mundo usted no puede conseguir las cosas basado sobre el amor sino sobre la base de la creencia de que cada persona mejorará con el intercambio”. Lo paradójico es que 240 años después sigamos discutiendo lo mismo. La evolución también nos cuesta.

 

Lic Gustavo Helguera / Lic. Debora Duran

www.econo-mia.com

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