Innovación en el agro

Desde hace tres años, una innovación tecnológica íntegramente desarrollada en Argentina está haciendo furor en las ferias agroindustriales de todo el mundo. Se trata del barral de fibra de carbono.

Es considerablemente más liviano que los barrales metálicos, no se corroe, es fácil de mantener y de reparar, y tiene mayor ancho de labor. Este diferencial es, quizá, el más atractivo para el contratista, ya que al ser más livianos su longitud puede alcanzar desde 36 hasta 40 metros, frente a la de los barrales convencionales que no superan los 30 metros. Esto genera una mejora de la productividad del pulverizador superior al 30%. En otras palabras, el contratista puede facturar hasta un 30% más con el mismo costo.

En el caso de los productores, la ventaja es aún mayor. Además del 30% de reducción de los costos operativos, la incidencia de la reducción del cultivo pisado es muy grande. Para la producción de soja, que con un barral convencional de 27 metros se realiza con una pisada del 3%, con el barral de fibra se reduce a una pisada de apenas 2% del total de la superficie del campo. Esto quiere decir que con esta innovación se habría aumentado el volumen total de cosecha en al menos 1%. Estos ahorros combinados hacen que un productor que explota 5 mil hectáreas recupere la inversión del barral en una sola campaña.

El producto es desarrollado por una empresa argentina que desde los años 90 ha venido trabajando con fibra de carbono en aplicaciones náuticas. Hacia principios de la década actual, y a raíz de la crisis financiera global que afectó la industria náutica, comenzaron a experimentar con otros usos del material, entre ellos, su aplicación a la fabricación de maquinaria agrícola. Lo que empezó siendo un experimento es hoy una realidad. En 2015 la compañía cerró un acuerdo con John Deere para aumentar su capacidad productiva y el desarrollo de nuevos productos. En este sentido, ya existe un prototipo con un barral de 52 m cuya operación proyectada a 10 años implica un ahorro cercano al millón y medio de dólares. Un ejemplo de la innovación que Argentina puede aportar al mundo.

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