Cómo afecta el desarraigo

Un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) analizó el fenómeno del desarraigo en estudiantes que abandonan sus pueblos rurales para formarse en universidades ubicadas en grandes ciudades, como Buenos Aires, y evaluó diferentes prácticas de adaptación que hoy se están llevando adelante en instituciones públicas.

“El desarraigo implica perder las raíces, el sustento de la propia identidad, y para los estudiantes es necesario transitar ese proceso acompañado”, sostuvo la psicóloga Verónica Ramos, una de las autoras del trabajo de la FAUBA—junto con las docentes María Cristina Plencovich y Laura Vugman— y responsable del Programa de Asistencia Psicológica (Agro Psi) de esta Facultad, que desde 2009 ofrece un espacio de orientación y contención a los estudiantes. Muchos de ellos provienen de zonas rurales y migran a la metrópolis para formarse en la universidad.

El estudio fue presentado en el 2º Congreso Latinoamericano de Psicología Rural, que se llevó a cabo en la Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil, el pasado mes de octubre. A diferencia de las demás investigaciones que se mostrar ahí, el trabajo de la FAUBA se destacó porque no se centró en una área rural, sino en la Ciudad de Buenos Aires.

Sucede que una parte importante de los 6000 estudiantes de grado y posgrado de la FAUBA proviene del ámbito rural. Por ejemplo, 40% de los alumnos de la carrera de Agronomía de la UBA posee domicilio fuera del Gran Buenos Aires. Asimismo, en los últimos 10 años aumentó el porcentaje de alumnos extranjeros en la Facultad (a razón de 0,5% anual) y muchos de ellos también provienen de zonas rurales.

“Esto implica que muchos alumnos sufren un fuerte desarraigo cuando abandonan sus pueblos para trasladarse a estudiar a las ciudades, y deben adaptarse a las prácticas cotidianas de la urbe, lejos de sus lugares de origen”, sostuvo Ramos, y apuntó que en las entrevistas realizadas, los estudiantes identificaron la formación académica y cultural como fuentes de motivación para soportar las distancias y los cambios durante su estadía en la ciudad y en la universidad.

Sentimiento de desarraigo

La investigación de la FAUBA llevó siete años de trabajo (entre 2010 y 2016), en base a entrevistas realizadas a estudiantes que concurrieron al Programa Agro Psi y respondieron preguntas sobre la adaptación a la vida universitaria, la cotidianeidad en la ciudad, las diferencias en los vínculos con docentes y compañeros, la enseñanza académica, antecedentes familiares, motivación, expectativas futuras y núcleos problemáticos.

Las docentes recordaron que en la Argentina se considera como localidades rurales aquellas que tienen hasta 2000 habitantes. No obstante, esta definición no contempla a poblaciones un poco superiores que no podrían llamarse urbanas por sus estilos de vida, culturas, dependencia de la producción agropecuaria, ubicación geográfica remota e inaccesibilidad. Por el contrario, algunos pueblos con menos habitantes pueden ubicarse como satélites de grandes ciudades y conformar centros de características urbanas.

Con esa salvedad, el estudio tuvo en cuenta la procedencia rural de los estudiantes según correspondiera a la provincia de Buenos Aires (cercana a la metrópolis), a otras provincias argentinas más distantes o a terceros países de Sudamérica.

“Los alumnos que vienen de zonas rurales de la provincia de Buenos Aires tienen la posibilidad de volver frecuentemente a sus hogares, reencontrarse con amigos y familiares. Por eso el efecto de desarraigo es diferente. Estos estudiantes cuentan con un capital cultural distinto, ya que tienen experiencia previa por haber viajado en algún momento a la ciudad. En muchos casos vienen de familia de productores y trabajadores rurales con posibilidades de comunicación constante. Los costos para mantener comunicación telefónica diariamente son menores”, indicaron.

En cambio, los alumnos extranjeros no pueden ver seguido a sus familias. Al ser entrevistada, una alumna de Ecuador contó: “Hace un mes que no hablo con mi mamá porque sólo tiene teléfono de línea. Allá no hay Internet y la llamada me sale muy cara”. Situaciones similares describieron estudiantes de provincias argentinas, que se encuentran limitados por las distancias y por cuestiones económicas.

Contextos diferentes

El estudio de la FAUBA sirvió para conocer el testimonio de los jóvenes y el impacto que les provocan los cambios de costumbres, lazos sociales, vínculos personales y otros aspectos que marcan diferencias muy fuertes entre la vida en sus pueblos y la ciudad de Buenos Aires. Al respecto, se destacan algunas de las conclusiones del informe de la Facultad e Agronomía de la UBA, acompañadas por el relato de los estudiantes entrevistados.

Las características de las zonas rurales ayudan a que los habitantes se conozcan. “Allá tengo a toda mi familia y nos conocemos todos. Agarrás la bici y en cinco minutos estás en cualquier lado. La forma de vida es diferente, acá noto que todo es muy rápido, los tiempos son otros. Las relaciones también son diferentes porque nos conocemos todos”, comentó un estudiante proveniente de una zona rural, al referirse a otro tema recurrente: la distancia.

En un primer momento, antes de mudarse a Buenos aires, algunos estudiantes de zonas rurales vivieron en otras grandes ciudades argentinas. El tránsito fue gradual, pero esto no facilitó la llegada a la metrópolis. “Las primeras noches que dormí en el departamento del barrio de Congreso sentía que las paredes se movían cada vez que pasaba un colectivo”, recordó un estudiante nacido en la provincia de Corrientes, que también vivió muchos años en La Plata antes de mudarse a Buenos Aires.

La inseguridad de la ciudad tampoco contribuye con la sociabilización de los alumnos de origen rural, donde este factor no existe. Una estudiante de Chacabuco, provincia de Buenos Aires, contó: “El primer día que llegué a Buenos Aires me robaron la billetera en Constitución. Me quedé sin nada de efectivo ni tarjetas de crédito”. Una alumna proveniente de la provincia de Corrientes comentó: “Habíamos reservado una habitación en un hostel con unos amigos y cuando llegamos al lugar, la zona era muy oscura de noche y resultó que la habitación era diferente a la que figuraba en Internet, era más pequeña e incómoda. Cómo ya habíamos pagado no nos devolvieron el dinero y tuvimos que quedarnos igual”.

El estudio de la FAUBA advierte que, al comienzo de su estadía en la ciudad, muchos alumnos tienen dificultades para comunicarse en las clases, en algunos casos por timidez. Una alumna de México refirió: “Yo al principio no entendía algunas palabras, aunque el idioma era igual. Ustedes hablan rápido y con palabras que designan cosas específicas que en nuestro país las nombramos diferentes. Ahora cuando no sé algo, pregunto. Antes, ni loca”.

Alguno alumnos de origen rural cercanos a la metrópolis vienen de familias con trayectorias universitarias, pero en el caso de los que tienen poco vínculo con la ciudad difícilmente cuenten con este capital cultural. “Yo soy la primera en mi familia que estudia una carrera universitaria, decidí seguir estudiando incentivada por mis profesores y compañeros”, dijo una alumna de la provincia de Río Negro. “A mi papá le hubiera gustado ser ingeniero agrónomo pero dice que nunca tuvo la posibilidad. Él se dedica a la venta de fertilizantes y siempre quiso que yo estudie agronomía”, apuntó un alumno de San Antonio de Areco, provincia de Buenos Aires.

La relación con los docentes parece ser más distante en el ámbito rural. Se tratan con mayor formalidad y hay mayor jerarquización. “Allá es mayor el respeto, como un miedo a hablar con el docente, como un dios supremo, se tratan de usted”, contó un alumno de Misiones. Otros estudiantes ecuatorianos comentaron: “Acá habla el que levanta la voz, no la mano, un cambio que me costó mucho. Yo sigo esperando que me den la palabra” y “Me impresionó que los docentes tomaran mate con los alumnos”.

Por otra parte, parecería que los alumnos extranjeros están más preparados de antemano para asumirse como extranjero, con todo lo que esto conlleva, y es parte de la estrategia migratoria que los lleva a anticipar el sentimiento de extranjeridad como una posibilidad. El impacto de lo urbano se atribuye a estar en otro país, como consecuencia de la migración. En cambio, según este estudio de la FAUBA; en los estudiantes argentinos que provienen de zonas rurales distantes de la provincia de Buenos Aires que deben adaptarse al medio urbano, el sentimiento de extranjeridad es aún más angustiante ya que esa condición de otredad no es explícita.

Soltar amarras

“Los lazos sociales que se pueden armar en el nuevo lugar de residencia son el principal motor para el arraigo. Es el primer paso que posibilita la integración a lo nuevo”, destaca el estudio de la FAUBA. Y subraya el concepto psicoanalítico del “duelo” para superar el desarraigo.

“Muchas veces los alumnos se exigen estudiar, rendir y que les vaya bien, así como consideran que no deberían extrañar a sus familias, porque las van a volver a ver y porque su estadía en la ciudad fue una elección. Ellos quieren venir a estudiar a la ciudad porque tienen mejores condiciones y se quieren formar. Algunos vienen sabiendo que no les gusta la ciudad, pero esperan adaptarse”, explicó Ramos, y agregó: “Al principio pueden estar eufóricos y contentos, pero después de un tiempo empiezan a tener dificultades para adaptarse, hacer nuevos amigos y cortar el lazo con lo que ya dejaron”.

Por un lado, la comunicación por redes sociales con la familia y amigos de su lugar de origen sirve como herramienta para no extrañar tanto y estudiar. Pero también interfiere en el armado de nuevos lazos a la hora de conectarse con los compañeros de estudio.

Una alumna de Colombia contó en las entrevistas: “Vivo con cuatro amigos en un departamento pero paso muchas horas sola porque cada uno está conectado a Internet y charlando con algún familiar o amigo”. Otro alumno de Perú dijo: “Al principio vivía solo, tenía mucho contacto con la familia y amigos por Facebook pero de alguna manera Internet no ayudaba, estaba pendiente de todo lo que hacían mis amigos y no me terminaba de adaptar”.

En este sentido, Ramos sostuvo: “Es necesario tramitar un proceso de duelo, para empezar a adaptarse a otro lugar y dejar de idealizar esa situación. Desde Agro Psi tratamos de ayudarlos en ese proceso. Quizás algunos estudiantes no lo entienden así y piensan que no está bien extrañar, que ya son grandes para eso y estar mal. Pero se extraña, y eso es parte de lo que implica la adaptación a la vida universitaria, no sólo a la vida en la ciudad”.

Estas cuestiones afectivas influyen en la concentración, en la motivación y, en definitiva, en el desempeño académico. “Podemos aportarles metodologías de estudios, pero lo más importante es escuchar y trabajar sobre estas cuestiones más ligadas a lo emocional o a lo afectivo”.

Desde el programa Agro Psi, las intervenciones con estos alumnos giran en torno de ayudarlos a que armen lazos con sus compañeros, profesores y con la propia institución. En tal sentido se incentiva el estudio colectivo, el uso de las diferentes instalaciones de la facultad (biblioteca, bar, centro de Servicios informáticos, etc.) y se les informa sobre cuestiones relacionadas con lo académico y cultural para ayudarlos a sentirse parte de la comunidad y a transitar este proceso.

“Es importante que pongan en palabras las angustias y ansiedades y reconstruyan un nuevo entramado simbólico que se perdió por la migración. Muchas veces el consultorio Psi es el primer lugar que sirve como lugar propio e impulsa las primeras acciones que tienden a construir los lugares del arraigo y superar de manera satisfactoria las etapas del duelo. Después se ven resultados. El alumno dice que le fue mejor, que pudo conectarse más. Los mismo los docentes que los derivaron manifiestan haber notado esos cambios”, concluyó. Fuente: FAUBA

 

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