“Si te equivocas en la proyección, podés perder la empresa”

Pizzini, la marca de escuadras, reglas, transportadores, resaltadores y tableros de diseño, entre muchos otros productos, tiene 61 años de historia. En la Argentina, eso significa que su creador, Claudio de Pizzini, cuenta con una gran gimnasia para capear crisis y cambios económicos bruscos. Esa experiencia fue la que lo puso en alerta hace casi dos años y a partir de allí trabajó para adecuar su empresa a la devaluación del peso, que se concretó tras la salida del cepo cambiario.

Pizzini habla, habla todo el tiempo y siempre lo hace de manera apasionada. La empresa, su familia, los empleados, sus hobbies, su Italia natal y sus orígenes nobles se entrelazan en su relato y no le esquiva a los ojos rojos o a las lágrimas si hay algo que lo conmueve.

Aclara que hizo análisis durante años y se describe hiperactivo e imperativo. “Era un tipo jodido, daba órdenes, no trabajaba en equipo, era muy independiente. Recién hace cinco años pude ver que si no cambiaba el estilo, la empresa desaparecía”, reconoce, bajando la voz.

Desde hace un tiempo, con el acompañamiento de un equipo externo está tratando de acordar con sus tres hijas –profesionales y con distintos cargos en la compañía– cuál será el modelo de gestión de la empresa a futuro.

El tema no es menor para la familia Pizzini. “Los empresarios argentinos sabemos que en este país, si te equivocas en las proyecciones, podés perder la empresa. Por eso, para diciembre ya tenía adecuada la empresa a las reglas de juego que vendrían. Por lo que no necesité hacer nada de apuro. No puse en riesgo a la empresa, ni a los empleados, ni a los clientes”, sostiene.

El desafío: prever crisis

Eso no quiere decir que en todas las crisis que le tocó atravesar –unas seis según su propia cuenta– le haya ido igual. No siempre consiguió prever en tiempo y forma lo que ocurriría ni pudo aplicar las medidas necesarias para reducir el impacto negativo en el negocio.

“Hace unos 38 años, en 1977, agarré las valijas y recorrí Venezuela, Panamá, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México y Estados Unidos”, cuenta. “Vendí y nombré representantes en todos los países, menos México. Mientras, el gerente de Ventas –que aún ocupa ese cargo–, Hugo Fillola, hizo lo mismo en Sudamérica con resultados similares. Es que nuestra calidad era comparable a la alemana”, agrega.

Pero, dos años más tarde, como consecuencia de la “tablita” financiera que aplicó Martínez de Hoz, “producir acá era carísimo. Alemania era más barato y para nosotros fue imposible seguir exportando. Así, todo el trabajo hecho durante años, quedó en la nada”. Entonces, Pizzini comenzó a importar en vez de exportar.

En aquel nuevo contexto, en 1981, el empresario estaba en Italia, renegociando la representación de una marca de tableros y mesas de dibujos profesionales que importaba. Allí se enteró de que el gobierno había devaluado un 10%. “El 2 de abril, recuerdo que devaluó otro 30%. La economía saltó por el aire. Dejé todo y volví inmediatamente al país. Sabía que si no me movía rápido, perdía la empresa”, cuenta.

¿Qué hizo? “Envié al gerente de Ventas a recorrer el sur del país y yo me fui al norte. El objetivo era cobrar lo que pudiéramos, como pudiéramos.”

Después vinieron años en los que la compañía volvió a producir en el país. Hasta los 90, cuando otra vez debieron empezar a importar. “Convenía comprar escuadras a Italia, porque era más barato que producirlas acá. Luego, en el 2002, volvimos a empezar con la producción.”

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Innovar desde la nobleza

Pero, a Pizzini, a lo largo de su vida como empresario, no sólo lo desvelaron los bruscos cambios económicos. También ha sido consciente de la importancia de poder anticiparse a los desarrollos tecnológicos.

“Para eso viajé a los lugares donde se estaban mostrando los últimos desarrollos, de cualquier manera, quedándome en lo albergues de la juventud, como fuera, con tal de ver los productos más innovadores en una exposición o de reunirme con un proveedor de máquinas o con algún empresario del que me interesaba tener la representación de su marca en el país. Siempre traté de estar unos cuatro o cinco años por delante. Hoy, eso es casi imposible porque los cambios son más rápidos, pero seguimos atentos a cualquier innovación. De hecho, estamos tratando de incursionar en la impresión 3D, algo que vemos muy afín a nosotros.”

La innovación parece estar, de alguna manera, en los genes de este italiano que nació en 1938, en el seno de una familia noble venida a menos, pero que conservaba un palacio con más de 60 habitaciones cerca de Verona. Tenía 8 años de edad cuando su familia decidió dejar atrás la guerra y cruzar el Atlántico a bordo de un barco carguero, con destino a Buenos Aires. Primero, la familia recaló en un conventillo de San Telmo, donde sufrió por primera vez un ataque de asma. Al poco tiempo, se mudaron a Rosario, donde residían sus abuelos maternos. Allí, vivieron en una casa muy humilde hasta que en 1948 la familia decide volver a Buenos Aires.

Tras pasar unos años trabajando en una fábrica de máquinas de escribir, su padre –que era ingeniero–, monta un taller metalúrgico donde hacía candados, tijeras, etcétera. Pero, a los pocos años, se funde. “Porque mi padre era un gran técnico, pero un pésimo comerciante”, aclara.

Antes de la quiebra, el joven Pizzini decidió abrirse de los negocios paternos y comenzó a trabajar por su cuenta. A los 16 años, tras haber dado varios años libres del secundario, entró a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires. Para entonces, ya sabía trabajar los materiales plásticos. Desde hacía algunos años grababa carteles, de ésos que dicen: “Abierto”, “Cerrado”, “Prohibido pasar”, etcétera.

Ya en la Facultad, quiso comprarse un juego de escuadras, pero salía $ 30 de entonces, que era mucho, y no quería pedirle ese dinero a su padre. Entonces, se hizo un juego de escuadras de celuloide. Un amigo las vio y le pidió un juego para él. Poco después las vio un chico del Centro de Estudiantes y le pidió 200. “Ahí, decidí asociarme con un compañero, alquilamos un galponcito, mi padre me autorizó a ejercer el comercio y a los 16 años ya tenía mi chequera del Banco Provincia. A los 20 aprendí que no se deben dar cheques al descubierto. Fue la primera y última vez. Nunca más di un cheque volador y tengo el orgullo de no tener un solo cheque rechazado en toda mi vida empresarial.”   

El pecado de la soberbia

Después de haber recorrido parte de la planta industrial, la entrevista se realizó en la oficina de Pizzini, rodeados por grandes fotos marinas tomadas por él mismo mientras buceaba. En el espacio austero, el azul del mar y los peces de colores iluminan el ambiente.

Desde ese entorno, siempre alerta, sin distenderse, Pizzini sostiene que una empresa corre mayor peligro cuando llega a su techo. “Porque uno entra en una situación que es de mucha soberbia y es la que te puede hacer perder la empresa. Ya ha pasado con grandes compañías, que subestimaron el crecimiento de un emprendedor y al tiempo quedaron fuera del mercado.

”Esto, el empresario lo sabe por experiencia propia. Pizzini supo zozobrar, producto de su soberbia. “En 1998, la marca navegaba en un mercado casi sin competidores. Por entonces, Rotring había quebrado y había surgido una nueva empresa que era la que le fabricaba a Rotring los productos técnicos. Esa gente tenía la humildad que yo no tenía. Creí que siendo el dueño del mercado  podía hacer lo que quería y me equivoqué. Eso significó que perdí mercado y empecé a competir con una marca nueva. Tenía precios altos y menos humildad en la atención al cliente que los que empezaban… cuando el cliente es la persona de la que depende la empresa.” Pero, logró reconocer su pecado a tiempo y mantener a flote la empresa.Para Pizzini, su historia como empresario se sintetiza en que “si una persona se propone algo y siente firmemente que lo quiere lograr, no hay obstáculo que lo pare. En mi caso, hubo un momento en el que los profesores de Ingeniería y Arquitectura decían: ‘Las escuadras deben ser Pizzini’; y eso, para mí y para la marca, no tiene precio”.   

LA EMPRESA

Creada: 1955

Empleados: 85

Facturación 2015: $ 110 millones

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