Altísima fragilidad

Las consecuencias económicas, pero fundamentalmente también políticas y sociales, pueden ser desastrosas

Por Alejandro Bongiovanni

Si CAMBIEMOS domina y revierte la frágil situación macroeconómica en la que nos encontramos, no faltarán quienes sostengan –acaso con razón– que se trata del mejor gobierno desde la restauración democrática o incluso desde varias décadas antes. Pero si no lo hace –porque equivoca el rumbo, se agota el tiempo, o el mundo estornuda mientras seguimos vulnerables– las consecuencias económicas, pero fundamentalmente también políticas y sociales, pueden ser desastrosas.

No se trata de maniqueísmo ni de jugar a la grieta. Simplemente no hay mucho margen para otros escenarios. Todo lo bueno que está haciendo el gobierno estará en jaque si no revertimos en algún momento nuestra realidad: somos una familia que puede comer todos los meses porque el cuñado le pasa unos pesos.  Vivimos de prestado. Gastamos más de lo que ganamos y, sin embargo, tenemos 31,4% de la población en la pobreza y 5,9% en la indigencia. Todo el esfuerzo del gobierno en cambiar marginalmente la distorsionada realidad institucional, política y social del país, corre riesgo de volar por el aire si llegamos a tener que enfrentar, con las defensas tan bajas, otra crisis.

Claro que no falta razón en la vereda de la política cuando advierten que toda reforma económica (o de cualquier tipo) debe ir acompañada por un grado más o menos importante de consenso por parte de la gente, ya no sólo para que la reforma de marras salga, sino también para que se sostenga. La economía no puede disociarse totalmente de la política ni de la gente, dicen. Eso es muy cierto.

Pero hagamos dos observaciones. La primera es que la gente necesita un poco de información y, sobre todo, guía. Por ejemplo: si no hay demasiado clamor por un menor déficit fiscal es, en gran parte, porque la mayoría de la gente no sabe qué es, ni entiende cómo eso se relaciona con que los precios suban en el supermercado o su hijo no consiga trabajo. Si la gente escucha del gobierno que todo en materia económica es una cuestión de buena voluntad, es obvio que no va a demandar de éste más que buena voluntad. Y que cuando las cosas salgan mal, la culpa será del gobierno por no poner la buena voluntad suficiente. En otras palabras, si el gobierno refuerza nuestra complacencia demagógica (los ciudadanos queremos creer que nunca tenemos la culpa) se expone a que, ante una turbulencia, le cortemos la cabeza y vayamos en busca de otra ilusión, pero sin cambiar nunca el sistema.

La segunda observación es que, si bien es muy entendible tratar de encorsetar las necesidades de la economía a las posibilidades de la política, hay que tener cuidado, porque también la economía es un corsé en sí mismo. A la economía (y a la contabilidad) no le resulta tan relevante en el largo plazo si hay o no alegría. Las expectativas son importantes, claro, pero si sufro de obesidad mórbida y me propongo bajar de peso, y me convenzo de lograrlo, y cuento con el apoyo de toda mi familia…pero no hago ejercicio ni dejo de comer en exceso…pues no voy a bajar de peso. Y mi salud va a seguir en peligro. La balanza es indiferente a sentimientos y consensos.

Claro que a Macri este sobrepeso y esta precaria situación macroeconómica le llegaron como un presente griego. Las herencias económicas no se reciben bajo beneficio de inventario, lamentablemente. Que la Argentina esté sembrada de números rojos es el resultado del “modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social”, eufemismo técnico para llamar a la arista económica del experimento autoritario y símil chavista que durante una década muchos argentinos votaron, muchos políticos apoyaron, muchos empresarios aplaudieron, muchos periodistas callaron y muchos jueces no condenaron (hay que hacerse cargo también). Hoy podemos ver el espectáculo bizarro de referentes políticos y sindicales -que arruinaron todo el stock de capital que tenía el país y desaprovecharon la bonanza económica mundial más importante de la historia reciente- criticar y poner palos en la rueda de un gobierno que está tratando de administrar un país pobre y descapitalizado.

No es fácil la tarea de Macri y, como dijimos al principio, puede elevarlo a ser uno de los mejores presidentes de los últimos tiempos o a que su gestión quede señalada como una transición hacia otra crisis económica y social. “Yo soy el primero en decirlo. No es sostenible donde estamos, es una posición de altísima fragilidad” dijo el Presidente en la entrevista que le hizo Marcelo Longobardi. Las muchísimas referencias que hizo al problema fiscal en la entrevista –tanto como en su buen discurso de octubre en el CCK– no dejan dudas de que la situación lo preocupa y mucho. Esperemos, entonces, que logre revertirla. “Hay gente que intenta mantener privilegios a costa de endeudar el país y mantener un déficit fiscal imposible”. A por ellos.

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